Capítulo 67
Mensajero de luz.
Adrien.
Mi cuerpo tembló ante
la impotencia generada por ese posible encuentro. Lenya, mi hijo deseaba
encontrar a Agravar y hacerlo trizas. ¿Cómo culparlo? Yo hubiera actuado de
igual forma si clamara venganza por mi bella Halldora. Sin embargo había un
problema. Lenya y yo nos parecíamos en dones pero no lo suficiente para hacer
frente a terrible mal personificado. Necesitaba creer en mi hijo pero el miedo
me gobernaba y mi etéreo cuerpo comenzaba a notar el cambio. Todo avance en el
tiempo transcurrido en esta especie de Limbo parecía retroceder al día que lo
había pisado por primera vez. Pero era inevitable.
¿Cómo no sentir miedo
por tu hijo? En realidad no sólo por él, sino por todos mis hijos. Sebastien no
dejaría solo a su hermano y Scarlet… Y Scarlet aún ignoraba por quién iba a
jugársela.
No culpaba a mi
princesa por la indecisión aparente. Si me ponía a pensar desde un principio se
le había contado una historia de héroes y lobos salvajes. Es que era tan
pequeña. Cuando dejó de serlo la verdad sobre Agravar era un secreto a voces.
Sin embargo nunca hubo esa charla cara a cara para contarle la triste historia
de su abandono. Con el tiempo debimos tomarlo en cuenta pero Lucila y yo no
reparamos en ese hueco que dejábamos no teniendo consciencia que alguien con el
tiempo iba a saber aprovechar muy bien. Sí, hasta el líder de los vampiros
puede cometer grandes errores.
La relación con
Sebastien no fue del todo buena. Mezcla de celos y arrogancia de un lado o del
otro, sólo afirmaban la postura de cada uno y extendían las distancias
separándolos cada vez más. Yo creía que el amor entre los dos vencería por
sobre las desavenencias aunque… Aunque para ser sincero la fe iba diluyéndose
con cada día que transcurría sin poder hace mucho.
Lo único que había
podido hacer era presentarme en sueños. Una vez a Sebastien, y varias veces a
Charles, él era el que más dormitaba entrando en la zona de inconsciencia y
mantenía ese contacto efímero. Charles tenía un gran poder de la mente. Tenía
el don del hipnotismo. Don extraño y especial que vi en pocos vampiros. Este
don te agotaba, se llevaba todas las fuerzas, pero muchas veces valía la pena.
Por ejemplo Charles lo practicó con su querida Bianca, de esta forma ella pudo
recordar esos retazos de vida de un pasado que deseaba olvidar. Charles los
traía al presente para así estar frescos en tu memoria a partir de ese
instante. Por eso debías estar seguro que deseabas convivir con ellos. Esos
recuerdos una vez traídos ya no se borrarían.
Aprendí mucho de los
antiguos de mi raza. Tanto tiempo pisando la tierra…
Observé a Halldora.
Bera tenía sus manos entre las de ella y hablaba entre murmullos. Ambas
sentadas en una roca lisa se contenían una a la otra tratando de sobreponerse
al miedo que provocaba ese mortal encuentro. Lo único que los tres sabíamos que
una de las partes perecería ante el enfrentamiento. O el mal o el bien, pero no
había opción de que subsistieran ambos.
Bajé la vista y el
recuerdo de un Lenya muy niño vino a mi memoria. Una de esas noches que yo aún
visitaba a Halldora, mi hijo lloraba en brazos de su madre, que desconsolada
por no poder callar ese llanto, lograba sólo desesperarse.
Creo que el niño
percibía su inquietud y más rompía en llanto.
Me acerqué mientras
Halldora lo paseaba de un lado al otro sin entender el motivo de las lágrimas.
Bueno… gritos…. Lenya lloraba a gritos. Él se hacía escuchar cuando algo no le
conformaba.
Sonreí.
Recuerdo que lo cogí de
los brazos de su madre y después de elegir una manta de alpaca que estaba en su
cuna, lo envolví para que no sintiera el frío del otoño. Salí de la vivienda
pequeña con Halldora tras mis talones, indecisa y recelosa me siguió.
—¿Dónde lo llevas?
La miré serio.
—Por aquí Halldora. No
temas, no me lo llevaré lejos.
Ella sonrió apenada y
se mantuvo de pie en la puerta mientras yo cargaba en brazos a Lenya y me
dirigía hacia unos pastizales que había bajo una vieja conífera.
Debo decir que al salir
de la vivienda bajo el cielo oscuro y estrellado Lenya cambió el llanto por uno
menos estruendoso. Su rostro se elevó al cielo mientras sus ojos grisáceos se
abrían acaparando el infinito. Por supuesto Halldora no solía sacarlo mucho a
la intemperie, es que ignorábamos en qué tiempo mi hijo podía tener
manifestaciones de vampiro y alguien escondido en el monte notara algo anormal.
Me detuve en un charco
lleno de juncos amarillentos y delgados que se movían con la brisa nocturna. El
claro “croak” de las ranas nos llamó la atención, a los dos.
Fui acercándome
lentamente con él en brazos.
—Sssssh… —susurré.
Él apartó la mirada de
los charcos y la fijo en mi boca. Querría saber de dónde salía ese nuevo
sonido. A todo esto su llanto ya era historia. Estaba atento a los sonidos y
sus ojitos bailaban de aquí allá, con el “croak” de las ranas, con “cric cric”
de los grillos, con el “buuh” de los búhos.
Su fino cabello con
suaves ondas, renegrido como la noche, brillaba por la luz natural del cielo y
resaltaba sus ojos gris claro. Era un bebé bellísimo.
Al llegar a la orilla
del charco me incliné apoyando una rodilla en el suelo. Senté a Lenya en la
otra pierna flexionada y lo dejé que observara el cuadro.
Muy atento sus ojos
recorrieron el charco de un verde musgo profundo. Hasta que una rana pequeña
saltó cerca de nosotros y se posó en un camalote.
Mi hijo abrió la boca y
sus ojitos contemplaron asombrados esa cosa extraña de patas finas y largas que
se inflaba y desinflaba al ritmo de la respiración para luego salir convertido
en un croar.
Giré la cabeza hacia la
puerta de la vivienda de Halldora. Ella había entrado y no podría vernos. ¡Qué
suerte! Porque lo que iba a hacer ninguna madre lo aprobaría.
Con la rapidez de un
vampiro cogí la rana en segundos antes de que saltara y escapara. La retuve en
la mano y la acerqué para que la tocara. Por supuesto que la rana no se movía
pero su buche subía y bajaba.
Mi hijo bajó la vista
hacia la rana y junto las cejas. Sus largas y espesas pestañas cubrían el gris
y sólo permitían ver una raya muy fina al achinar los ojos para prestar
atención.
—Tócala –susurré—, mamá
no se enterará.
Su cuerpito vibró de
nervios y estiró la mano. Ante un nuevo croar la retiró asustado.
Reí.
—Vamos, no te hará
nada. Aquí está papá para protegerte.
Volvió a moverse
inquieto y la miró nuevamente mientras mi boca dibujaba la sonrisa más hermosa.
Esa que provocaban nuestros hijos cuando hacían alguna gracia.
Su manito regordeta se
acercó lentamente…
—Vamos, tócala –lo
insté—. Antes que llegue mamá.
Debo decir que ayudé un
poco acercando la rana y él sonrió formándose el hoyuelo en la perilla y en una
mejilla.
Emitió un sonido
gutural muy gracioso y sus dedos tocaron la piel rugosa y resbaladiza de la
rana. Cuando infló el buche Lenya escondió su mano y su risa inundó el paraje,
no… miento, mi alma.
—Vamos hijo, tócala
otra vez.
Lenya sin perder la
sonrisa estiró la mano y volvió a tocarla. Aparentemente ya con confianza cerró
su puñito apretando la rana en mi mano.
Creo que al pobre bicho
le saltaron los ojos.
—No, no, así de fuerte
la matarás.
Desprendí los deditos
de la rana y me miró.
—Despacito.
Pero Lenya volvió a
tocarla y a apretar con fuerza. Sí, terco como Halldora.
—No, no, así no.
Lenya tembló la
barbilla y creo que en ese instante le hubiera traído todas las ranas del
universo para que las apretara con tal de que no llorara.
De pronto ante su
llanto inminente dos ranas de tamaño mayor saltaron cerca del camalote.
—¿Lo ves? Sus padres
han venido a haber que ocurre, Lenya. Ellos la protegen… Como mamá y yo.
Siempre te protegeremos.
Cerré los ojos y volví
al presente.
—Te he mentido hijo, no
siempre tu padre podrá protegerte.
De pronto, una especie
de nube luminosa se acercaba desde la penumbra…
Me puse en estado de
alerta. Si bien recordaba que la luz no era signo de algo malo, y si lo fuera yo
no había quebrado reglas, pero no significaba que ardiera de ganas de hacerlo.
Halldora y Bera
estuvieron en segundos junto a mí.
—Viene hacia nosotros
–dijo Halldora.
—¿A qué vendrá,
querido? –preguntó Bera.
—No lo sé… Sólo quiero
decirles que no me iré a descansar en paz sin saber de mis hijos. No voy a
moverme de aquí aunque se haya cumplido mí tiempo.
—Tampoco yo –aseguró
Halldora.
—Ni yo, Adrien –afirmó
Bera.
Poco a poco ante
nuestra intriga la luz blanquecina y tenue se hizo cada vez más brillante y una
figura central fue haciéndose más visible.
Entonces… lo reconocí.
—Agni –susurré— ¿qué
haces aquí? Yo pensé…
—Adrien… Señoras… —inclinó
la cabeza levemente.
—¿Tú aquí?
—Tú también puedes
bajar por instantes una escala menor de energía. Aunque sé que no te gustaría
ver qué ocurre allí. Vine desde los campos de luz para rogarte que no
intercedas en el mundo terrenal. Eso será fatídico y me gustaría verte junto a
mí en poco tiempo.
—No lo hice hasta ahora
–tragué saliva.
—Lo sé, de lo contrario
no estaría hablando contigo y las sombras negras te hubieran tragado. No podemos
cambiar el futuro y sé que vendrán momentos terribles para ti. Querrás intervenir…
Yo también tengo hijasy mi querido guerrero que dejé en la tierra.
Mis labios se apretaron
mientras escuchaba a mis hembras sollozar.
Sabía lo que
significaba la advertencia de Agni. No podía ayudar a Lenya ni a cualquiera de
mis hijos así… así estuviera contemplando su muerte a manos de Agravar.
—No sé si podré
cumplirlo.
—Tendrás que hacerlo.
Ellos son dueños de su futuro y sus vidas. Es la decisión de Lenya de luchar
contra Agravar sabiendo que puede fallar.
—No Agni, él no sabe a
quién se enfrentará. Tampoco Sebastien.
—¿Y quieres ir a
contárselo? ¿O quieres interceder? No podrás darle muerte. No estás vivo.
—Lo sé. Disculpa… Tú no
puedes entender que sentimos mis hembras y yo en este instante.
—¿Me creerías si te
diría que sí?
Sus ojos borgoña se
perdieron en el horizonte. Después, me miró.
—Se avecinan tiempos
difíciles para los Sherpas, Adrien… Sin embargo no puedo dejar de confiar en lo
que sembré, tampoco en mis amigos y seres de mi raza. Ten confianza.
Asentí en silencio y él
se acercó más para hablar en susurros.
—¿Sabes? La energía
poderosa, me ha otorgado tres deseos antes de abandonar mi aquelarre. He
querido despedirme de mis hijas y mi gran guerrero y amigo Khatry. Fue
emocionante. Sé que la luz de armonía y paz te concederá lo mismo a ti, o
quizás más deseos por ser el líder de los vampiros. Después de todo lo que te
exige a ti es mucho más difícil que lo que se me ha pedido a mí.
Bajé la cabeza… No
sabía cómo lograría no tener el temor que apretaba mi corazón.
—Tú podrás, Adrien
Craig. Sólo ten fe. Ahora debo irme. Nos veremos pronto, estoy seguro.
Drank.
Abrí mis ojos y
desperté a causa de un ardor que me quemaba la muñeca derecha. Me incorporé
como pude sólo para poder observar a que se debía aunque podía imaginarlo. La
aguja del suero se había movido y una pequeña mancha de sangre se extendía por
la gasa blanca.
Mierda…
Estiré la mano
izquierda y la columna me recordó que ya no era el mismo de antes. El dolor
agudo en cada vértebra recorrió desde las caderas hasta la nuca. Con
respiraciones cortas una tras otra traté que el dolor desapareciera.
El aire escapó por mi
boca y por unos segundos observé la habitación.
Mi pecho agitado y ese
ronquido molesto era lo único que podía escuchar en el silencio de ese espacio
iluminado apenas por los primeros rayos de sol que se colaban por los
cristales. ¿Estaba amaneciendo? ¿O era el atardecer? Me había perdido…
Miré el envase de suero
que colgaba del soporte. Estaba por la mitad. Entonces amanecía…
Ridículo que supiera el
momento del día por el nivel del suero. Pero sí, era tal cual. Este espacio
hacía tiempo que se había convertido en mi mundo pequeño y monocromático. Los
blancos predominaban, sólo cortados por algún gris o negro de las baldosas del
piso. No había cortinas, no había muebles cálidos en madera, no había flores en
un jarrón, nada…
También hacía tiempo
que no escuchaba algún sonido nuevo, si es que había algún sonido que captara
mi oído. Por supuesto, las respiraciones y toses de otro enfermo o el “bip” del
monitor, esa pinza que anoche me había arrancado del dedo una vez que la
enfermera salió de la habitación. Miento… La arranqué tres veces y la enfermera
insistió hasta la tercera vez. Después con un “haga lo que quiera” ya no
regresó por mí. Mejor así. Me molestaban las personas rondando alrededor aunque
fueran profesionales de la salud. Salvo… Salvo Liz. Liz no me molestaba… Pero
se había ido.
Dos veces se había
despedido la mujer de mi vida. La primera, cuando decidió partir a Kirkenes. El
corazón se me desgarró aunque alcancé a guardarme ese beso apasionado que nos
dimos cuando le regalé el libro de vampiros.
Vampiros…
Recuerdo que me quedé montado
en la moto sintiendo en mis labios el fuego de su beso. La vi entrar o creo que
la acompañé hasta la puerta… Sí… Saludé a Marin… Pero claro por más que se
fuera a Kirkenes yo me quedaría en Drobak. Sabía que tarde o temprano nos
volveríamos a ver. Así fue… Ella regresó a Drobak en mayo para su cumpleaños. La
felicidad volvió a pintar cada hora de mis días. Cuando la tuve entre mis
brazos en esa cama… Dios… Fue tocar el cielo con las manos…
La segunda vez que se
despidió de mí, fue hace unos días. Sin embargo, por más que ella regresara
quien sabe cuándo… Era yo el que ignoraba si me quedaría a esperarla.
Tragué saliva. Tenía la
garganta seca. La falta de suero comenzó a notarse y los dolores en los huesos
fueron ganando terreno. Apreté los labios, fuerte, hasta morder mi labio
inferior. Pasé la lengua y el sabor a sangre inundó mis papilas gustativas.
Liz… Liz, quiero que
estés aquí. Quiero que me abraces así el dolor no será tan profundo, no… el
dolor sería el mismo la diferencia es que no importaría tanto.
El ruido de la puerta
de entrada a terapia se escuchó. No fue algo anormal para mí. Tantos iban y
venían. Me quedé atento para ver si asomaba la enfermera con cara de pocos
amigos y comenzaba con la cantaleta de porque no hacía caso, que la hacía
trabajar el triple y etc, etc.
No habían pasado un par
de minutos cuando una sombra se recortó en la pared. Era una silueta femenina.
Me incorporé con dolor y todo. Me quedé con la vista fija, sin moverme, atento.
De pronto su perfil se
asomó de a poco. Vi su nariz y sus ojos azules y un trozo de su gorro de lana.
Asustada se retiró pero
me apresuré a llamarla.
—¡Ey! ¡No te vayas!
La sombra desapareció y
grité.
—¡Si te vas me
levantaré como sea y te perseguiré!
Al parecer se detuvo…
Volví a amenazar.
—¡Juro que me
levantaré! ¡Nada tengo que perder!
Esperé pocos segundos
para que ella reapareciera con temor por la arista que dividía el box.
La contemplé en
silencio.
Ella llevaba un abrigo
de lana gruesa que hacía juego con su gorro negro. A través de él escapaban
finas hebras entre el castaño y el cobrizo. Ojos azules, pestañas cenicientas.
Sus manos estaban unidas a la altura de su vientre sin saber qué hacer con
ellas.
—Acércate.
Quedó inmóvil.
—Vamos, acércate. Si
has llegado hasta aquí completa tu plan maligno.
—Mi nombre es Roxane y
no tengo ningún plan maligno –dijo al fin.
El dolor en la cadera
se hizo más fuerte y pareció reverberar en cada órgano del vientre.
Di un quejido
prolongado y me acosté tratando de arrollarme como bola.
Escuché que se acercaba
rápidamente y sin moverme exclamé con furia.
—¡Ni te acerques!
—Déjame ayudarte, el
suero se ha salido.
—¡No me toques! –grité.
Ella no me hizo caso
cogió mi brazo con una fuerza que nunca habría adivinado que tendría. No era
una chica robusta pero al parecer tenía buen dominio de sus músculos. Y una decisión
de hierro. No sé si yo colaboré. La cuestión es que los dolores eran
insoportables y para hacerme el superhéroe no daba.
Me giró lentamente y la
miré. Sus ojos se clavaron en mi muñeca y de un tirón despegó la gasa. De reojo
observé la vena hinchada y la aguja suelta. Las manos blancas y femeninas se
movieron con rapidez.
—¿Sabes hacer eso?
—Necesito que te quedes
quieto.
—Pregunté si sabías
hacerlo. ¿Siempre respondes a las preguntas con esa celeridad? Porque tengo
varias.
Sus ojos azules me
miraron fijo para luego volver a la tarea.
—¿Qué ocurre aquí?
Nina traía un café en
la mano y la observó de arriba abajo.
—¿Quién es usted?
Ella terminó de
pincharme y aseguró la gasa nuevamente.
—No te muevas, volverá
a salirse.
—Oiga, pregunté qué
sucede aquí. Primero vengo por el pasillo y escucho gritos de Drank, ahora
usted, señorita… ¿Es familiar? –preguntó Nina acercándose.
La miré y me miró…
Hizo una mueca de
sarcasmo.
Me alejé de mala forma
aunque cuidé que mi muñeca quedara inmóvil.
—No se preocupe, ya me
voy.
—¡No! –grité
desesperado.
Nina me miró.
—Por favor, necesito
hablar contigo.
—Entonces… ¿Me voy?
–preguntó Nina.
—Sí, por favor. Gracias
por estar pendiente.
—De nada. Cualquier
cosa me llamas. Antes… —titubeó—. Me fijaré en el suero si está goteando bien.
Caminó hacia el
colgante y después revisó la gasa. A los pocos minutos desapareció dejándonos
solos.
—Siéntate en la cama.
—Debería irme –miró su
reloj pulsera.
—¿Tienes miedo
encontrarte con mi padre?
—Con el nuestro, sí. No
quiero confrontarlo y obligarlo a nada. Ya es tarde.
—Me senté en la cama
con la rabia creciendo en mis malditas entrañas, con un dolor que aún no
desaparecía.
—Te diré una cosa. Deja
de mentir. Mi padre jamás abandonaría un hijo. ¡No lo ensucies!
Su mirada en mis ojos
duró tanto tiempo, o quizás me pareció. Era una mezcla de temor y lástima. El
gesto de lástima hacia mí fue lo que más me preocupó.
—No tiene sentido que
me quede.
—Siéntate, al menos
merezco que me expliques porque inventaste este disparate.
—No lo inventé.
Un silencio cubrió el
pequeño habitáculo…
—Por favor, necesito
escuchar por qué aseguras que mi padre es el tuyo.
Se acercó despacio y se
sentó a mis pies.
—Habla…
—Mi madre y George tuvieron un romance que duró seis
meses. De esa unión nací yo. Hace diecisiete años… Mi madre estaba enamorada de
él, pero él no quiso abandonar su hogar. Quería mucho a tu madre por lo visto y
a ti, por supuesto.
Abrí mi boca y
parpadee.
—Esto… Esto una
pesadilla… Escucha… No sé qué te contó tu madre pero hay una confusión. No debe
ser el mismo George. Mis padres se amaron mucho y… ¡No puede ser!
—¿Confusión? ¿Me tomas
por loca? ¿Crees que vendría a verte sólo por si a lo mejor eres mi medio
hermano? No… Conozco todo de ti y de George porque a partir de que cumplí
quince no hice más que interesarme en tus cosas. No importa si George me acepta
o no, pero si necesito no perderte como hermano.
—Ay Madre Santa –me
toque el pecho agitado.
—Sé que es un golpe
bajo para ti…
—¿Golpe bajo? ¿Dices
golpe bajo? Es una conmoción, un mal sueño, un desastre. Eso si llegara a ser
verdad, pero lo dudo.
Ella bajó la cabeza y
su boca de labios finos y delicados se movió a medida que me ametrallaba con
datos.
—Su nombre es George
Borchgrevink, cumple sesenta y dos el veinticinco de enero. Casado con Hilary,
tuvo un hijo al que llamó Drank en honor a su padre y…
—Aguarda –interrumpí—.
¿Cómo sabes que mi nombre es en honor a mi abuelo?
—Me lo dijo mi madre.
George le hablaba mucho de ti.
Me recosté en la
almohada y miré el techo…
—No puede ser… —murmuré.
—Yo… —habló bajito—. No
busco nada de parte de George, aunque él nunca se enteró del embarazo. Yo… Yo
sólo me gusta la idea de tener un hermano. De contar con alguien en la vida.
—¡Búscate un amigo!
No estaba acostumbrado
a reaccionar tan poco galante y brusco ante una chica pero es que la situación
me desbordaba.
Se puso de pie para
retirarse.
—Perdón… —la miré—. Es
que tienes que entenderme. Esto es todo una locura y yo aquí en la cama sin
poder correr a averiguar hechos y…
—Lo que desees que
cuente te lo diré.
—Es que no creo que mi
padre…
—Debe ser duro sí. Como
lo fue para mí saber que mi padre verdadero no era el que me crio y que mi
progenitor era un hombre honorable, cariñoso
que no se parecía en nada a…
—¿Tu padre no te
trataba bien?
—Prefiero no hablar de
eso.
Nos miramos en silencio
por un rato. Yo, tratando de encontrar en las líneas juveniles de su rostro un
rastro de mi padre. Ella, tratando de hallar una mueca de simpatía o
aceptación. Por el momento ninguno de los dos encontró lo que buscaba.
—Tengo que irme.
—Dime dónde se
conocieron.
Sus ojos se clavaron en
la ventana.
—Mi madre compraba leña
todos los inviernos. No sé cómo ocurrió. Ella necesitaba a alguien que le diera
amor además del dinero que le daba mi padrastro.
—¿Amor o sexo?
Me miró con un dejo de
reproche.
—Amor. Aunque no creas.
Y George también.
—Eso es imposible. Mi
madre fue una anegada ama de casa y docente y vivió para atenderlo y amarlo. Él
no tenía que buscar nada afuera.
—Al parecer estás equivocado.
Sea amor de parte de él o como lo llames George buscó una mujer fuera de tu
hogar.
—¡Basta! Es suficiente.
Estoy deshonrando a mi padre al escucharte y dar lugar a dudas.
—Tú dijiste que querías
que hablara.
—Pero ya no quiero.
Vete. No deseo que regreses nunca más.
Noté brillo en sus ojos
y aunque no fuera nada mío mi corazón se estrujó. Odiaba ver una mujer llorar,
más si era por mi culpa.
—Te entiendo. Me voy.
Antes te dejaré el número de móvil y dirección, allí vivo desde que nací. Sólo
por si algún día te arrepientes y quieres verme, estaré esperándote.
—No dejes nada. Me
queda poco tiempo de vida y no voy a seguir tu juego. Es injusto que juegues
con un moribundo.
Ella se puso de pie y
sin hacerme caso quitó un papelito del bolsillo de sus jeans y lo guardó en el
cajón.
—Adiós Drank.
No contesté. Furioso me
giré con cuidado de perfil de espaldas a la salida y traté de dormir un poco.
Por supuesto, me era imposible. Una y otra vez repasaba la conversación con la
chica… Parecía muy joven. ¿Dijo tener diecisiete? Si yo cumpliría veintisiete
el mes que viene entonces… La aventura supuesta de mi padre habría sido cuando
yo tenía diez... ¡Pero qué estaba pensando! Mi padre y mi madre se adoraban.
Habría discusiones como en todas las familias… Diez años… ¿Recordaba algo a los
diez años que me llamara la atención? No, no, eran puras mentiras. Todo Drobak
sabía del amor que se tenían mis padres…
Nina apareció con una
bandeja y un tazón que olía a verduras.
—No quiero comer.
—Drank, es un caldo y
te hará bien.
—Dije que no quiero.
—Pues a mí no me
importa que no quieras. Si no lo tomas le diré a Rudi y pedirá que te inyecten
hierro.
—Vete a la mierda.
—Pues por ahora no me
iré a la mierda. Prometí a Liz que te cuidaría.
Bufé enojado.
Ella se acercó y aún con
la bandeja en la mano se sentó en la cama.
—Vamos Drank, no seas
malo –sonrió.
—No tengo hambre
–susurré con menos enojo. El nombre de Liz tenía ese poder.
Ella bajó la cabeza con
actitud preocupada.
La miré…
—Perdóname Nina,
últimamente estoy de mal humor. Debe ser estar encerrado aquí, los dolores, o
la falta de sexo –guiñé un ojo y se echó a reír.
—Si te bebes el caldo
puedo ayudar con lo último.
Reí a pesar de mi
estado trágico.
Estiré la mano que no
dependía del suero para coger la taza.
—Eso es, chico bueno.
Ya sabes te portas bien y tendrás un premio.
La miré por sobre la
taza mientras bebía.
—¿Qué? –preguntó
divertida.
Separé la taza de mis
labios y sonreí.
—¿Ese detalle también
te lo ha encargado Liz?
—No. Eso corre por mi
cuenta.
Bebí otro trago…
—¿Te sigo gustando a
pesar de estar en esta cama y puro hueso?
Sus ojos recorrieron mi
pecho –arqueó una ceja. Fijó su mirada en mi boca—. Sigues siendo tan bello
aunque hayas bajado de peso.
Bebí dos o tres tragos
en silencio. Evaluando el tiempo que hacía que no tenía una mujer entre mis
brazos.
—Si se enteran que
tienes sexo con un paciente, te echarán.
Sonrió.
—Vale la pena.
Aparté la taza y la
pasé de mano. Con la mano libre cogí su mano y la llevé a mi miembro.
Ella se acercó después
de dejar la bandeja sobre la cama. Me dio un beso en los labios y se apartó.
—Ahora no, cariño.
Tampoco soy suicida. Esta noche. ¿Te parece?
—Si estoy vivo, será un
placer.
Mi padre entró al box y
la escena de un promisorio sexo con mi enfermera y ex novia se fue al carajo.
—Buenos días, muchacho.
¡Hola Nina!
Ella se puso de pie y
sonrió.
—Buen día George. Como
has llegado te encargarás de que beba todo el caldo. ¿Verdad?
—Bueno… Trataré. No
tengo los encantos de una bella jovencita como tú.
Reí forzado.
—¿No digas? Estás muy
galante con las mujeres, a tu edad casi rozando la desubicación –protesté
molesto.
Nina me miró.
—Sólo fue un cumplido,
Drank –murmuró ella incómoda—. Voy a seguir mi trabajo. Que estén bien.
Antes de retirarse giró
y me miró nuevamente.
—Te veré más tarde.
—Claro –contesté.
Cuando mi padre y yo
nos quedamos solos dejé la taza en la mesita junto a la cama, con cuidado de no
zafar el suero.
—¿No vas a beber más?
—No.
Observó alrededor
buscando la silla abandonada en una esquina. La acercó y se sentó junto a la
cama.
—¿Estás de mal humor,
hijo?
—Algo así.
—¿No descansaste a la
noche?
—No.
Me recosté en la
almohada mirando el techo. La imagen de la tal Roxane daba vuelta en mi cabeza…
—Mira –mi padre quitó
un pequeño libro de su gran bolsillo del abrigo—. Es sobre vampiros. Lo vi en
la feria y pensé en Liz. Le gustan tanto esas historias que pensé en dárselo en
cuanto la viera. ¡Qué pena se ha ido temprano!
—Liz se fue a Kirkenes.
Quizás puedas dárselo en mi entierro.
—¡No hables así!
—¿Por qué? ¿Qué vas a
hacer? ¿Luchar contra los designios del destino o de tu Dios?
—Drank, no tienes un
buen día… Dime… ¿Cómo que se ha ido a Kirkenes?
—Sí se fue. Y lo de mal
día acertaste.
—¿Hubo un problema con
su familia? Porque sé que no se iría si no tuviera un motivo importante.
—Su novio es el motivo
importante.
—¿Tiene novio, Liz?
Rodé los ojos
burlándome.
—Parece que ignoras
muchas cosas… Pero no te preocupes estamos iguales. Yo ignoro también.
—No sé de qué hablas,
Drank. A veces te pones tan terco y antipático que me levantaría de aquí y me
iría.
—¡Hazlo!
Mi padre metió las
manos en el bolsillo y bajó la cabeza. Su rostro estaba demacrado y parecía
agotado. Sabía que mi enfermedad lo tenía a mal traer y yo no tenía derecho a
consumir a las personas mediante discusiones y mal humor… Aunque… ¡Iba a
morirme, mierda! ¿No tenía derecho a las rabietas?
Lo cierto que si no era
verdad lo que aseguraba esa chica estaba siendo muy injusto con mi padre. Había
una sola forma de saberlo, quizás…
Me incorporé mirando de
reojo el pequeño libro sobre la cama. En la tapa, un vampiro alado sobrevolaba
una imagen de una ciudad. Sin darle mayor importancia ya que tenía un tema
pendiente más importante.
—¿Quieres que te ayude?
–preguntó al verme mover.
Estirándome como pude
abrí el cajón y tantee con las yemas de los dedos. Mi viejo móvil chocó con el
índice y mi pulgar. En realidad era el móvil de mi padre pero había decidido
dejármelo por cualquier cosa que yo quisiera hablar con Liz y ella se
encontrara en su casa. Por lo menos se salvó que lo vendiera… Sin embargo si
hubiera servido para que él se alimentara mejor bien lo hubiera valido.
Al rozar el papel
pellizqué y lo quité del cajón.
Volví a recostarme
leyendo los datos que me había dejado esa chica.
—Dime… ¿te dice algo el
nombre Roxane? –pregunté mirándolo a la cara.
Arqueó una ceja.
—¿Roxane? No… Pues no
conozco a nadie llamado así.
—Ajá… Y dime… ¿Te dice
algo la dirección Storgata 32?
Alzó la vista y me
miró. Bajó la vista inmediatamente y negó con la cabeza.
—Mírame papá. Dime a
los ojos si esa dirección no te es familiar.
Se puso de pie de un
salto.
—/Me voy, hoy estás
insoportable.
—¡No te muevas! Si te
vas no querré que regreses, ¡te lo juro!
Se detuvo y me miró con
desesperación.
Bajé el tono.
—Siéntate. No soy
tonto. La dirección te alteró. ¿Es cierto?
—Drank…
Miró la silla desde la
cortina que dividía los boxes, como si dudara que hacer.
—Siéntate papá. Me
debes una charla, ¿o me equivoco?
Se sentó lentamente con
la vista clavada en las baldosas.
—Si buscas valor en el
piso de este hospital no vas a encontrarlo. Mejor actúa como siempre has hecho
con todo el mundo, honestamente… Salvo conmigo.
—No me siento bien. He
desayunado muy poco.
—Por lo menos no me has
dicho “no sé de qué hablas”. Créeme que valoro que no seas hipócrita. Pero no
me alcanza. Dime… ¿Quién vive allí? ¿La conoces?
Me miró y su iris fue
desde mi cara a la pequeña ventana y viceversa.
—¡Mírame papá! ¿Quieres
que parta de este mundo con tu mentira? ¿Es un secreto, papá?
—¿Quién te ha dado esa
dirección?
Sonreí con pena.
—¿Te suena?
—Sí… Nada importante.
No sé a dónde quieres llegar.
Alcé las cejas.
—¿Nada importante?
¿Nada importante dices? Dime, ¿allí vive una mujer que se han enredado contigo
siendo tú casado?
Sus ojos se abrieron
asombrados.
—¿Vino ella hasta aquí?
Por un momento pensé
cómo había hecho mi padre para ocultarnos algo así a mi madre y a mí siendo él
tan transparente y simple. ¿Es que ni siquiera se daba cuenta que sus preguntas
e indecisión lo hundían más? De cualquier forma no lo imaginaba mirándome a la
cara y asegurando que no conocía la dirección, no, así no era él. Sin embargo
había eludido el tema por muchos años, escondiendo el secreto dentro de su
corazón. Dios… ¿Todo era verdad? ¿Tenía una hermana?
Me senté en la cama con
el pecho agitado. Percibía que estaba faltándome el aire o que mis pulmones no
estaban respondiendo muy bien.
—¿Qué te sucede? –se
preocupó—. ¿Aviso a una enfermera?
—No, quédate donde
estás y cuéntame lo de tu amante.
Bajó la vista.
—¡Mierda papá! ¡Habla!
Una señora de alrededor
cincuenta años, de cabello negro y ojos azules, de asomó entre las cortinas.
—¡Podría callarse! Esto
es terapia intensiva y tengo a mi esposo a tres camas de la de usted. De lo
contrario llamaré a la enfermera.
—Perdón…
Volví la vista a mi
padre una vez que ella desapareció.
—Papá… por favor…
necesito saber la verdad.
—Hijo… Fue hace tanto
tiempo… No tiene sentido hablarlo ahora…
—Pues fíjate que sí lo
tiene porque recuerdas hasta la dirección. Y en cuanto al tiempo fue hace diez
años –me agité.
Levantó la vista y me
miró sorprendido ante el dato exacto.
—Entonces, ella ha
venido aquí.
Negué con la cabeza
pero sin el valor de decirle, “fue tu hija”. Es que todo me parecía un mal
sueño.
Cuéntame papá, necesito
saber.
Respiré profundo… El aire
parecía viciado o poco.
—Fue un amorío sí. Pero
tu madre lo supo y me perdonó. Sólo habrán sido cinco o seis meses. Yo, resolví
alejarme y cortar esa aventura. Volvimos a ser los de antes, Drank. No te
preocupes. Fue un error de mi parte, no estábamos bien con tu madre y… Eso nos
fortaleció.
—Oh… ¿Los fortaleció? –respiré
con dificultad—. Yo creo que ella habrá cambiado como lo hacen todas las
mujeres cuando descubren una infidelidad. Si aman al hombre tratan de que no
les ocurra lo mismo entonces se esfuerzan en subsanar las equivocaciones… ¿Pero
tú papá? ¿Te fortaleció?
—¡Por supuesto! ¿Acaso
no me quedé con ustedes? ¿Te sientes mal?
Respiré profundo una
vez más.
—¿Te sientes mal?
—Abre la ventana, por
favor.
Se puso de pie y
obedeció.
—Debería llamar a la
enfermera.
—No es nada. Sólo que
me falta el aire.
—Por eso digo
—Siéntate y habla,
papá.
—¿No sé qué quieres
hablar?
—La verdad. ¿Volviste
con nosotros por un tema de honor? ¿O sentías que mamá era el amor verdadero?
—Drank, ¿cómo me dices
eso?
—Papá… —aspiré el aire
por la boca de forma brusca.
Se puso de pie de un
salto.
—Suficiente, llamaré a
la enfermera.
—¡Papá! ¡Contéstame!
Mi padre se detuvo pero
creo que mi cara lo asustó. De verdad me faltaba el aire y un silbido salía del
fondo de la garganta.
No sé cuántos minutos
transcurrieron desde que mi padre salió de mi visión a estar rodeado de un
médico y dos enfermeras. Sentí que me moría… Y no quería morir… Dios… Había
dicho tantas veces que no quería sufrir más y ahora… Ahora no deseaba morir
aunque estuviera en esta cama.
La máscara de oxígeno
tapó la mitad de mi rostro. Fui inyectado con algo que no supe qué diablos era
pero que abrió mis bronquios y ayudó en el trance.
Seguí con los ojos a
Rudi que se acercaba a mi padre. Afiné mi oído pero sólo escuché, “es el
pulmón, George”. Para mí fue suficiente.
En un arranque de ira y
desesperación tantee la mascarilla y la quité.
—¡Papá! ¡Tienes una
hija! ¿Entiendes? ¡Una hija!
Mi padre palideció y
Rudi se acercó ágilmente.
—¡Ponte la mascarilla
ahora mismo!
Creo que luchamos un
poco entre él que deseaba coger la mascarilla de mi mano y yo que deseaba
seguir la conversación con mi padre.
El doctor llamó a una
enfermera a gritos dándole órdenes.
Quise levantarme pero
los brazos del médico me volvieron a la posición.
—¡Basta! –gritó.
Mi padre no corrió a
ayudarlo, creo que quedó paralizado ante lo que había escuchado de mi boca.
Una enfermera morena
corrió con un pequeño franco y una jeringa. Rompió el envoltorio.
—Rápido, hay que
sedarlo.
—No, no no, por favor,
no me duerma, se lo suplico –rogué.
—¡Es necesario! Es por
tu bien, Drank.
—No es por mi bien,
¡doctor por favor! –estallé en llanto—. ¡Por favor doctor, se lo suplico no
quiero dormirme!
Lloré
desconsoladamente.
Mi padre también
lloraba en silencio.
—Por favor, doctor… No
me duerma. Me portaré bien. ¡Papá, no dejes que me duerman!
El doctor me apresó
entre sus brazos y la enfermera dejó escapar el aire de la jeringa ya
preparada. El “bip” del monitor unido al pequeño dispositivo de mi dedo índice sonaba
muy rápido y agudo.
—Drank, sabes que te
aprecio, por favor. Es por tu bien. Necesitas calmarte.
—Ya estoy calmado
–lloré.
—Déjelo despierto, por
favor.
Una voz desconocida
interrumpió la firme decisión de Rudi. Todos miramos hacia las cortinas y pude
ver un señor mayor, más joven que mi padre pero entrado en años.
—¿Usted quién es?
–preguntó.
—Un amigo de Drank… Un
profesor que lo quiere mucho. ¿Verdad Drank?
Lo miré mientras mis
lágrimas corrían por las mejillas.
Su cabello era canoso y
de estructura robusta. Su rostro tenía facciones suaves y parecía un hombre muy
gentil y tierno.
Pero no era ningún
profesor… Era un desconocido. Y sólo porque había abogado por mí, seguí el
juego.
—Sí…
El doctor aflojó el
amarre pero la enfermera no se movió de mi lado.
—El paciente debe
descansar –informó Rudi.
—Lo sé –dijo el
caballero sonriendo—. Sin embargo mi visita lo distraerá y estoy seguro que
descansará sin el uso de la droga. Por favor, tengo muchas cosas que contarle a
Drank. Hace tiempo no nos vemos.
—No es lo yo indicaría
para su estado. Necesita dormir.
—No necesito dormir.
Necesito más tiempo para disfrutar… Por favor, no me duerma –cogí la manga de
su bata.
Rudi miró a mi padre
que observaba la escena como si estuviera ajeno a todo. Al menos asintió
levemente.
—Muy bien, no puedo
forzarte a llevar tratamientos pero en este supuesto créeme Drank que el
colegio de médicos me hubiera apoyado.
—Me portaré bien.
—Dicho esto coloqué la
mascarilla en mi boca y me recosté lentamente.
Cuando Rudi y la
enfermera se fueron mi padre titubeó si quedarse o no. Pero el extraño le pidió
que nos dejara a solas para conversar. Mi padre no le quedó opción después de
todo sabía que su presencia en cierta forma me alteraba.
Al quedarnos solos el
hombre me miró y sonrió. Observó la silla y la acercó a mi cama.
—Muy bien Drank,
haríamos buena pareja de actores. Porque… Sabes que no he sido tu profesor,
¿verdad?
Asentí con la cabeza y
mis ojos lo siguieron hasta que se sentó cómodamente cruzando en forma de “L”
una pierna sobre la otra.
—Vine porque Liz está
preocupada y quería saber de ti. Lo siento, no me presenté. Mi nombre es
Charles. Mayordomo de los Craig.
Abrí grandes los ojos.
Era un vampiro… Sí, se
me había cruzado la sospecha cuando hizo esa aparición y presentación tan
extraña.
Me moví inquieto.
—Sssh, tranquilo, no
creas que he venido a salvarte la vida convirtiéndote en un… Tú sabes. No, no
he venido a eso. Sólo lo hice por Liz. Ella… Bueno ella tiene que estar junto a
su pareja –de inmediato se sintió incómodo—. No lo hago para mortificarte. Es
que Liz necesita estar en Kirkenes. Te contaré… Palmeó mi brazo y se recostó en
el respaldo.
Y así fue como me
relató paso por paso hechos extraordinarios, dignos de una película de fantasía
y terror.
Cerró la ventana y me arropó
con el edredón azul regalo de Liz.
Me contó de ese enemigo
tan poderoso que se enfrentaría Lenya y el temor que sentía por ello. También
me habló de Marin y de Liz, y de Kirkenes. Creo que pasaron muchas horas, él
hablando a veces con el entusiasmo de un chico y a veces con una sombra de
angustia en su mirada. Pocas veces intenté quitarme la mascarilla de oxígeno
para poder preguntarle sobre algo pero él nunca me lo permitía. Decía que si
ocurría algo malo le echarían la culpa. De todas formas nada quedó sin
respuesta a los posibles interrogantes que surgían en mi mente. Parecía tener
un don para entender tus deseos aunque no adivinara pensamientos, eso me lo
dejó en claro.
También me habló de su
amigo Adrien, padre de Lenya. Dijo que lo extrañaba y que se apenaba de sólo
pensar que nada podía hacer para ayudar a su hijo. Cuando la luz natural que
entraba desde la ventana pareció perder fuerzas supe que atardecía. Entonces él
se puso de pie. Sus últimas palabras me ayudaron a dormir mejor…
—Querido Drank, tú y yo
nos parecemos en este momento. Ambos estamos viviendo una etapa muy difícil.
Pero tenemos la obligación de no bajar los brazos y no perder la esperanza. Tu
miedo y mi miedo en cierto punto se asemejan, por ser tan hondo y desesperante,
sin embargo mientras haya vida, tanto para ti como para mí, podemos creer que
los milagros existen, vengan de quien vengan.
Acarició mi frente y
guiñó un ojo.
Antes de desaparecer en
el aire como un mago aseguró, “le daré tus saludos a Liz, aunque tengo fe que
no serán los últimos”.
Pobre Drank con su enfermedad, se entera que tiene una hermana y su papá le fue infiel a su madre, ppuuff él no tiene una de descanso que mal, me gusto que Charles lo visitara....ahh como deseo que Drank se ponga bien, gracias Lou por el capitulo me gusto, saludos!!
ResponderEliminar¡Hola Lauri! Sí, yo lo deseo de todo corazón. Lo de la hermana es un golpe bajo pero tendrá que afrontarlo porque es la verdad. George también se sorprendió. Muchas gracias por comentar, un besazo enorme.
EliminarUy la hermana de Drank debía ser un poco más sutil, pobre Drank. Chales es muy dulce ojala su visita ayude a Drank. Genial capítulo
ResponderEliminar¡Hola Ju! Cierto cariño, pero a veces las situaciones de ese estilo salen como tu corazón indica sin medir nada. Charles ya se ha ido pero su visita sirvió para que Drank descansara tranquilo. Su enfermedad sigue avanzando pero habrá que esperar como dice él, un milagro. Un besazo y gracias amiga
EliminarHola, Lou... Me han encantado los recuerdos que Adrien tiene de cuando Lenya era un bebé
ResponderEliminarY entiendo muy bien que Adrien, Halldora y Bera estén tan preocupados por Lenya, Sebastien y Scarlet
Me ha parecido muy real la reacción de Drank cuando entiende que Roxane no está mintiendo
No es fácil asimilar algo así... en la situación de él, menos
Lo que George todavía no sabe es que tiene una hija
También me ha encantado la visita de Charles... y es que Charles es un personaje encantador
Felicidades por otro capítulo genial
Besos
¡Hola cielo! Quiero decirte que amo esos comentarios tan detallados que me haces. Fueron bonitos recuerdos, sí. Es una pena que Lenya no pueda retenerlos al ser adulto. Me alegro que te haya parecido real la escena, señal que supe expresarme como sentía Drank en esa situación.
EliminarGeorge entro en shock porque Drank alcanza a gritarle que tiene una hija sin más explicación, veremos que hace.
Charles... Que decirte de Charles, es mi caballito de batalla. Un personaje muy querible y sabio. De mi imaginación sale la construcción de un ser tan tierno ahora lo de sabio creo que me ayudan unos duendes que me dictan en la oreja.
Dicho sea de paso te pido autorización para publicar el link de tu blog en mi face. Tu novela no debería perdérsela nadie. Un besazo y gracias tesoro.
Tienes razón, George ya sabe que tiene una hija... se me escapó ese detalle
EliminarTienes la autorización que quieras, Lou
Un besazo
el mejor regalo para alguien que emprende el viaje sin retorno,,me doy cuenta de tu sensibilidad que trasmites a tus personajes,,en hora buena, manejas muy bien las letras,,,abrazos amiga LOU
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