miércoles, 11 de mayo de 2016

¡Holaa chicos! Capítulo largo si los hay pues es este. Lo siento pero si cortaba la escena ustedes iban a matarme se los juro. Paciencia, cafecito por medio y... Sasha y Mijaíl todo de ustedes. Un besote y gracias por comentar.
Pd: Contesté los comentarios, perdonen la demora.




Capítulo 63


Confío en ti.


 


Sasha.


El viaje hacia la Isla del Oso fue agradable en el sentido que navegamos por un mar tranquilo y el clima de septiembre no era tan riguroso. De hecho lo pasé en cubierta la mayoría del tiempo junto al querido Numa, quien amablemente se ofreció a acompañarme.


Él me dio conversación y me mantuvo entretenida. No hubiera sido lo mismo si viajaba sola, ya que mis nervios por encontrarme cara a cara con Mijaíl días atrás habían destrozado mi acostumbrado sistema del equilibrio.


El mar entre un azul y verdoso ondulaba bajo el Sterna, velero encargado de llegar a la isla cada mañana para después regresar a tierra firme, generalmente con turistas de ojos asombrados ante la inmensidad de este lugar recóndito pero maravilloso. La reserva natural permanecía intacta debido a las leyes de protección del Estado. Normas que Sebastien había tenido que asegurar que cumpliría ante la concesión.


Mis oídos nunca habían escuchado tantas frases en tan variados idiomas. Es que llegaban hasta este extremo norte desde varias partes del mundo. Por lo que había observado era gente muy joven, seguramente porque el clima para el humano sería riguroso a estas alturas del año. Moscú era diferente. Sus otoños eran lluviosos con una temperatura que descendía paulatinamente hasta llegar a los grados extremos del enero invernal.


Era la primera vez que no extrañaba mi ciudad. No era que había viajado muy a menudo. Había conocido Francia gracias a la loca idea de Svetlana cuando decidió vivir sola en ese París cosmopolita. Después Rumania cuatro o cinco veces, Nepal cuando conocí a los Sherpa, Chile para encontrarme por primera vez con los Huilliches, y tres veces Alemania. Sin embargo la gran diferencia es que siempre había viajado de la mano de Mijaíl. Ahora era distinto…


Respiré profundo y el aire salitre entró por mi nariz llenando mis pulmones. Aferrada a la barandilla divisé la isla entre brumas y nieblas que parecían surgir del mar como espectros guardianes.


Escuché un ruido de rechinar maderas y giré para ver a Numa salir de la escotilla.


—Falta menos Sasha, pronto llegaremos. ¿Nerviosa?


Sonreí.


—Un poco.


Se acodó junto a mí no sin antes subir la cremallera de la cazadora.


—Debo darte las gracias, Numa.


—¿Nuevamente? –sonrió.


Reí.


—No quiero ser pesada pero sé que has tenido que retirarte de tu fiesta de graduación y que no has bebido alcohol por acompañarme en este viaje.


—Acompañarte es un placer Sasha. ¿No te molesta que te tutee?


Volví a reír.


—¡Ni se te ocurra no hacerlo! Me harás más vieja.


—Vale… ¿Mijaíl sabe de tu viaje?


—No… No lo sabe. Prefiero darle la sorpresa.


—Supongo que será una sorpresa muy bien recibida. Hace tiempo Mijaíl se encuentra en estas tierras. Se han distanciado, ¿verdad?


Acomodé el abrigo subiendo el cuello de piel sintética. Después volvía aferrarme a la barandilla de caño.


—Perdón, no quiero ser indiscreto.


Sonreí.


—No, no. Haces bien. Estoy muy nerviosa. Esa es la verdad. Necesito hablar con alguien.


—Todo oído.


Sonreí y mordí mi labio inferior.


—Bueno… ¿por dónde empiezo? Ehm…


—¿Celos?


—Oh no… Yo… he sido injusta con él. Hace mucho tiempo él me salvó de morir. Era una humana al servicio de los Romanov. En realidad yo era casi de su familia. El trato siempre había sido muy familiar. Trabajé para ellos desde los dieciséis. Me adoptaron.


¿Ellos fueron asesinados por los bolcheviques?


—Sí, por un grupo radical. Un tal… Yurovsky. Mijaíl llegó en el momento justo.


—Entonces… ¿Cuál fue el problema con tu marido?


—Es difícil de explicar. Cualquiera que me escucha a simple oídas diría que soy una desagradecida… Yo… No me sentía con derecho a sobrevivir, ¿sabes? La mente humana es complicada.


—¿Él no pudo salvar a nadie de ellos?


—Claro que no, era imposible. Quizás ese tema fue mi principal contratiempo para poder agradecer a Mijaíl salvarme la vida.


—Sí, somos complicados… Y el amor es mucho más. Tengo pánico a enamorarme y sufrir.


—¿Ah sí? ¿No digas? ¿Tienes novia?


—Bueno –rio—. Tenía o algo así. Rose Craig… La chica que vive con nosotros.


—¿Pelirroja?


—Sí, ella. Ahora estamos en un período de transición. Debemos evaluar que queremos para nuestras vidas. Sé que soy joven y que tendré muchas oportunidades de conocer chicas. A la vez soy un vampiro –bajó la voz—. Rose sería ideal. Es de mi palo. Tampoco quiero elegirla por conveniencia.


—¿Qué los une?


Dudó y un ligero rubor cubrió sus mejillas.


—Nos llevamos bien en…


—¿En la cama? –pregunté muy suelta de cuerpo.


Es que hablar con Numa parecía estar hablando con uno de mis hijos.


—Sí. A la vez sé que no es suficiente para vivir toda una vida juntos. Me gusta estar con ella aunque tiene un carácter muy fuerte y es muy celosa.


Sonreí.


—Yo también lo soy. La entiendo desde el punto de vista de tu indecisión. Las hembras necesitamos que nos aseguren permanentemente que ustedes nos aman. Para ustedes es tomado como posesión, quizás.


—Puede ser. Siento que a veces me asfixia.


—De todas formas llegué en el medio de una pelea, ¿o me pareció?


—Te pareció bien. Estuve mal. Lo sé.


—¿Quieres contarme?


—Bueno… Estábamos teniendo sexo… Yo… Sin querer mencioné otro nombre que no era el de ella.


Abrí mis ojos pero traté de no espantarlo demasiado. Numa estaba confiando en mí y no era momento para llamarle la atención. Aunque él supo que mi pensamiento era un tanto reprochable.


—Lo sé, estuve pésimo pero se me escapó. Yo había estado con una humana dos veces seguidas y me quedó su nombre no sé el porqué.


—Y a ella, ¿la imaginas con otro? ¿Qué te produce esa idea?


Encogió los hombros.


—Nunca la vi en brazos de otro, no sabría decirte.


—¿La extrañas cuando no la ves?


—Es que a veces estoy muy ocupado…


—Entiendo, a lo mejor falta madurez para la relación.


—¿Te ha ocurrido eso con Mijaíl?


—¡Noo! –reí—. Mijaíl ocupa mis pensamientos día y noche. Hasta cuando bordo o aseo la casa. Yo lo amo con todo mi corazón. Por eso no me explico cómo llegué a dañarlo así.


—Dicen que cuando uno ama hace llorar.


—No creo en esa teoría, Numa. Salvo que la apliques al referirte que sufres cuando no estás cerca del bien amado.


—¡Mira! –señaló a la izquierda del horizonte—. ¿La ves?


Una masa oscura parecía navegar hacia nosotros.


—¿Qué es?


—Una ballena. Aquí en estas aguas abundan. También las focas y lobos marinos.


Me acodé para observar mejor pero el bulto de color azabache desapareció sin dejar rastro.


—¡Oh qué pena! Se fue.


Él me cogió suavemente del brazo y me retiró varios pasos hacia el interior de la cubierta.


—No no, no se fue.


Pasaron segundos para que varios círculos sucesivos de ondas abrieran las aguas tranquilas y diera paso a una masa enorme de forma alargada como submarino que se elevaba al cielo como si fuera un gran torpedo.


Varios turistas corrieron acercándose con las cámaras de fotos encendidas y una exclamación en la boca de todos.


Seguí con la vista maravillada ante el espectáculo. La altura a la que consiguió llegar teniendo esa masa enorme como cuerpo era extraordinaria. Su fuerza era digna de admirar.


—Ahora sí retrocedamos un poco más –sonrió Numa.


Seguí sus pasos caminando hacia atrás para no perderme nada de sus movimientos. Efectivamente la ballena dibujó en el aire un perfecto semicírculo y cayó estrepitosamente a las aguas empapando de pies a cabeza a los curiosos turistas.


Reímos.


—Vaya, que maravilla.


Un marinero se acercó con dos cafés calientes asegurándonos que pronto llegaríamos a puerto. Mi retina aún conservó lo que había visto minutos antes desde estas aguas profundas y calmas y estaba segura que en mi vida olvidaría.


Nos acercamos a la baranda para descubrir la ubicación de ese hermoso ejemplar pero aparentemente se había hundido nadando en las profundidades. En un momento cuando hablábamos sobre ese vampiro misterioso que asesinaba en Kirkenes y mantenía a los Craig tan preocupados, Numa miró con disimulo mis botas de tacón tan elegantes.


—Sasha si no deseas que te lleve en brazos desde el muelle por la playa necesitarás mudarte el calzado.


—¿Ah sí?


—Sí. Las costas de la Isla del Oso son un poco agrestes. La arena es muy gruesa y está cubierta de pedregullo y conchillas. Te será difícil.


—Entonces me pondré unas botas sin tacón.


Antes de que terminara Numa de contestarme el agua helada nos bañó de pies a cabeza.


Después del asombro y la inestabilidad que nos produjo el baño de mar nos miramos empapados y no pudimos menos que echarnos a reír.


—Ballena tramposa –rio Numa—. Nos confiamos demasiado.


—Sí –reí—. Ahora cambiaré toda mi ropa. ¡Cielos! Mijaíl creerá que vine a nado.


Mi sonrisa se borró automáticamente. Pensé en Mijaíl… ¿Me recibiría con los brazos abiertos? ¿O me diría que regresara a Moscú porque él ya no me necesitaba?


Bajamos por la escotilla y Numa me observó.


—Tranquila, él debe estar deseando tu llegada.


—Él no lo sabe. Es una sorpresa. Lo que deseo es que sea agradable.


—Lo será.


—Gracias.


………………………………………………………………………………………………..


El puerto era pequeño y contaba con tres muelles construidos en pilares gruesos de madera reforzados en los bordes con chapa y hierro. El velero detuvo la velocidad pero el vaivén constante se mantuvo mientras no desembarcamos.


El cielo clareaba a paso lento y un sol peleaba con tupidas nubes grises para poder hacer su trabajo, entibiar estas frías tierras del ártico.


Los grupos de turistas se dispensaron y sólo quedamos Numa y yo de pie mirando hacia la derecha. Desde lejos podía verse un complejo de cabañas muy bonitas. Un sendero de pequeñas piedras de canto rodado color petróleo parecía indicar el camino y se perdían entre las casitas.


—Es por allí –señaló Numa.


—Okay. Vamos.


Traté de observar el paisaje que me rodeaba… A un kilómetro, rocas en varios tonos de grises y azules formaban una cima que nacía en las arenas de un lado y moría en las aguas, o quizás al revés. Numa tenía razón. Un grupo de lobos marinos emitía sonidos lejanos aunque por la distancia debían ser fuerte e importantes para ellos.


Las montañas en el fondo del cuadro pintoresco de vegetación, tras las cabañas, no lucían aristas peligrosas en su ascenso, por el contario simulaban ser paredes lisas que se elevaban al cielo plomizo rompiendo el verde monocromático de la clorofila.


Varias barcas de muy pequeño calado se mecían amarradas en los muelles. Eché una última mirada al mar. ¿Regresaría a Rusia con el alma destrozada por el rechazo de Mijaíl? ¿O me quedaría unos días para disfrutar de una nueva luna de miel en brazos de él?


Tragué saliva y apresuré el paso. Numa aguardaba con mi maleta y su sonrisa me dio ánimo para seguir. Ya estaba aquí, a poca distancia de mi marido. No habría más noches en vela pensando que estaría haciendo o si pensaría en mí. Ya no más el gusto del café o el vodka que atravesaba mi garganta y me dejaba sabor a hiel por sentirme triste y desolada.


Ya me encontraba a poca distancia de él.


Llegar a la puerta de la cabaña no nos llevó mucho tiempo. Numa golpeó mientras mis ojos con total estado nervioso trataban de estudiar los detalles de esa cálida vivienda. La madera era el material predominante. Le seguía la piedra armada en bloques en partes del techo y base. Las ventanas eran dos de cada lado de la puerta. No eran demasiado grandes. Cortinas blancas con alguna tela superpuesta más oscura no permitía poder apreciar el interior. Por debajo de la puerta podía sentirse un aire tibio y un aroma a leña quemada.


Numa golpeó la puerta y mi corazón latió más apresurado.


Cielos…


Apreté los labios para no ponerme a llorar. Mi cara sería un despojo mezcla de ojeras y palidez. Mi cabello mejor ni hablar. Todo el esfuerzo del día anterior en ponerme cremas y aceites para que luciera un teñido rubio suave y sedoso, se lo había llevado la salitre de la ola gigantesca de tamaño bicho.


La puerta se entreabrió, bajé la vista y creo que gemí en voz baja. De verdad la boca del estómago me dolía y los músculos del abdomen se sentían prensados.


—Buenos días Finn, ¿Mijaíl? –preguntó Numa.


Al escuchar la pregunta de Numa levanté la vista y pude ver un hombre vestido con camisa y jeans. Tendría unos treinta años. Cabellos claros y ojos verdosos.


—Hola Numa. Adelante. Estábamos discutiendo un nuevo plano del ingeniero.


—Ehm… En realidad voy a la cabaña de mi padre. Pasé sólo para dejar en buenas manos a la señora Gólubev.


—¡Oh, un placer! Soy Finn hijo de András, socio de Sebastien.


No alcancé a saludarlo estrechando la mano que me ofrecía. La puerta se abrió de par en par y Mijaíl se asomó con rostro asombrado. Evidentemente había escuchado mi nombre.


Ambos nos miramos por largos segundos sin hablar.


—Hola… —atiné a decir.


No sé cómo aquella palabra había salido de mi boca. Juraría que habría sido un milagro ya que las piernas me temblaban como gelatina.


Él me miró primero… cómo decirlo… Con sorpresa, después sus ojos se tornaron ansiosos y me recorrieron en segundos de cabeza a pies. Creería que era una visión. Por último mientras sus labios de forma imperceptible mencionaban mi nombre tras un “hola”, su mirada se cubrió de angustia, para pasar a algo parecido al enojo en instantes.


Finn se hizo a un lado y él quedo de pie con los brazos a los costados del cuerpo, sin reaccionar.


Finn interrumpió el silencio.


—Yo daré una vuelta por ahí con Numa.


—Sí, sí claro –respondió Mijaíl.


Cogí la maleta que había dejado Numa apoyada en el suelo pero mi marido, que a esa altura yo ignoraba si quería seguir siéndolo, me quitó el equipaje de la mano con delicadeza y sin mirarme a los ojos pronunció un, “yo la llevaré”.


Al costado de la puerta aguardó que pasara al interior de la casa. Señaló con una mano para invitarme y me apresuré a entrar. No quería mirarlo a la cara otra vez. Me lastimaba la última mirada que me había echado. Seguía enojado. Bueno, eso era evidente. No había pisado Rusia desde que se había ido de casa.


—Ponte cómoda –fue la invitación que me sonó a orden.


Me quité el abrigo mientras recorría con la vista la belleza del ambiente. Las paredes eran troncos gruesos lustrados apilados uno sobre otro y de forma tal que el frío exterior no pudiera colarse. Una alfombra tupida color rojo oscuro cubría la mayor parte del living. Un gran rombo de color beige adornaba el centro y se repetía en figuras idénticas más pequeñas en los bordes. La luz natural no era suficiente para iluminar con claridad por lo tanto las luces de dicroicas rodeando las aristas del techo le daban el toque que faltaba aparte de cierta sofisticación. Había pocos muebles. Sólo dos sofás esquineros uno frente al otro de cuero marfil separados por una mesa ancha y baja en madera de ébano.


Con mi abrigo colgado del brazo miré con disimulo mi atuendo, después el cuadro del paisaje nevado de la isla, después… Después mi atuendo otra vez.


Pantalones de lana y lycra que moldeaban mis formas y un suéter de cuello alto color rosa. Mis pechos que no eran para nada pequeños se marcaban bajo la suave lana peinada.


—Bonita cabaña –murmuré mordiendo mi labio inferior.


Él había dejado la valija a un costado de los sofás y se dejó caer en uno de ellos mientras recogía unos papeles desparramados en la mesa.


—La eligió Sebastien y András –contestó sin mirarme.


—Buen gusto –volví a murmurar.


Como no lograba moverme del sitio levantó la vista y me miró.


Señaló el perchero en una de las esquina al costado de la puerta.


—Allí puedes colgar tu abrigo.


—Gracias.


Mis pies por fin respondieron a mi cerebro y avancé hacia el perchero. De espaldas a él deseaba que mirara mi figura y sobre todo mi trasero, ya que sabía que era lo que más había deseado siempre.


¿Lo desearía aún? Debía averiguarlo después de pedirle perdón. Primero la parte más difícil.


Me di vuelta y pude comprobar que seguía ensimismado en sus papeles. ¡Qué frustración!


Caminé lentamente y me senté frente a él. Sus manos fueron el objeto de atención. Eran tan varoniles, de dedos largos y palmas anchas. Uñas siempre prolijas, y su anillo con el águila bicéfala le quedaba a pedir de boca. Llevaba en la otra mano la alianza… Suspiré aliviada.


De pronto intuí que me miraba, levanté la vista para encontrarme con esos ojos que me volvían loca de amor, que aunque tenía los lentes de contacto azules yo sabía que se tornaban púrpura cuando hervía de placer en mis brazos. Pero eso ya hacía tiempo no ocurría.


Me senté con las rodillas juntas frente a él. Mis manos descansaban en las rótulas que temblaban levemente. Miré alrededor… Un plasma de dimensiones importantes lucía empotrado en la pared.


—¿Es cálida en invierno?


Me miró.


—Sí, así parece… ¿Qué te ocurrió en el cabello?


Deslicé mis dedos por las finas hebras hasta detenerme en las puntas.


—Ah… Una ballena.


—Ah…


Silencio…


—¿Anouk está bien? –pregunté.


Guardó un anotador entre los papeles sin mirarme.


—¿No la has visto? Trabaja con Sebastien en el hotel.


—Ah, no… He estado un poco ausente de todo –contesté con hilo de voz.


Arqueó la ceja y continuó en la búsqueda de algún dato.


—Es que estuve en Moscú hasta antes de ayer. Dimitri estuvo conmigo todo el tiempo… Hablamos… Sobre mi problema.


—Que bien…


Silencio…


Él apartó un sobre color madera y lo abrió para ver que contenía.


—¿A qué has venido, Sasha?


La pregunta me descolocó. ¿No era obvio que había viajado tantos kilómetros por él? Bien, me lo merecía… Nunca lo había herido tanto…


—Por ti.


Me miró fijo.


Cielos, no podía mantener esa mirada acusadora por un lado pero finalmente era la misma que me había enamorado aquella vez por el año 1917.


—Hace dos meses que no te veo, Mijaíl. Te necesité mucho –pronuncié con valentía.


—Dos meses y medio y seis horas, Sasha –respondió con dolor en la voz—. Todo este tiempo viviendo con la mitad de mi corazón.


—Sí… Dos meses y medio… Dimitri dijo que mi culpa por vivir y que los Romanov no corrieran esa suerte no…


—Me importa un cuerno las conclusiones de Dimitri –tiró el sobre en la mesa y apoyó sus antebrazos en las rodillas mirándome, queriéndome adentrarse en mi alma.


—Sí… Lo que me refiero es que… Es un buen psicólogo y…


—Sé que lo es. ¿Tú? ¿Qué conclusiones sacaste de tu terapia?


—Que fui injusta contigo.


—¿Y eso por qué? Parecías convencida de lo me que dijiste.


—No, no… Escucha… Yo necesitaba buscar un culpable para el destino. Tú eres el ser que amo y me desquité contigo. Mijaíl… Por favor, perdóname.


—Ya te perdoné. Sin embargo me cuesta ser el de antes. Te di tanto tiempo Sasha. ¿Cuánto? Noventa años o más.


—Lo sé…


—No me pidas que de la noche a la mañana me olvide de lo que me dijiste.


Silencio…


—Entonces, ¿cómo quedamos nosotros?


La pregunta fue acompañada de tanto miedo.


Respiró profundo.


—No lo sé.


Su respuesta fue como si partieran en dos mi corazón. Quizás se asemejaba a lo que él había sentido cuando dije todas esas barbaridades.


—¿Quieres que me vaya?


No respondió de inmediato y… y creí morir.


—Puedes quedarte si lo deseas. Yo estoy muy ocupado pero la cabaña tiene espacio para los dos.


—Claro... –dije con lágrimas en los ojos.


Se puso de pie.


—Llevaré tu maleta a planta alta.


—Yo, yo puedo llevarla.


Me apresuré a ponerme de pie y coger la maleta.


Él me la quitó y avanzó hacia una escalera de caracol hecha en madera labrada, pintada con un barniz un tono mucho más oscuro que los troncos de la pared.


Lo seguí… Tratando de no llorar a los gritos sino en silencio. Tenía esperanza que diera la vuelta y me mirara llorar por él, pero no ocurrió. En planta alta, abrió una de las puertas del pequeño hall y entró. Fui tras él y pude comprobar una habitación empapelada en tonos cálidos, alfombrada en rojo como la sala. Un ropero de dos puertas, una cajonera, y una cama de una plaza, era los muebles que la componían.


—Espero que estés cómoda aquí. Cualquier cosa me dices.


Asentí con la cabeza sin mirarlo.


Supe que él sí me había mirado y sentí la tensión de sus músculos en el aire. Esperaba que fuera aunque sea por lástima y no de rabia por tenerme que soportar quien sabe cuántos días.


—Tengo que irme. Debo mostrarle un plano defectuoso al ingeniero y a András. Si quieres puedes beber algo en la cocina. Está en el rincón derecho de la sala, la única puerta.


—Estaré bien… ¡Mijaíl!


En la puerta, listo para retirarse, me miró.


—Te amo.


—Trata de descansar.


Apenas se fue me senté en la cama de edredón burdeos. Y sólo cuando escuché la puerta de calle indicando que se había marchado, rompí a llorar desconsoladamente.


………………………………………………………………………………………………..


Parpadee entre dormida y poco a poco fui recordando los hechos de esta mañana. Mis ojos enfocaron la ventana donde la oscuridad no dejaba apreciar el paisaje. Acostada de perfil con las manos bajo la almohada y mi cuerpo encogido de modo tal que las rodillas estaban pegadas a mis pechos, pensé una y otra vez en las frases de Mijaíl, en su frialdad… Lo había perdido.


Mis ojos se humedecieron. ¡Demonios cómo quería llorar a gritos! Pero no era aconsejable si no deseaba que volviera conmigo por lástima. Sin embargo, ¿cómo hacer para quitar la opresión del pecho y la amargura que parecía quemar la garganta?


Cerré los ojos y recordé el pasado…


El primer beso que nos dimos antes de que nos llevaran a la casa Ipatiev, en Ekaterimburgo, fue mientras nos mantenían con arresto domiciliario en el Palacio. Por el bello parque florecido con los pimpollos de una plena primavera de abril, Mijaíl y yo manteníamos miradas de seducción cada vez más a menudo. Él se camuflaba vestido de soldado para no llamar la atención y solíamos intercambiar breves conversaciones. Yo estaba tan enamorada de ese guardia tan estilizado de movimientos elegantes y extraños ojos.


A la única que comenté de mi incipiente romance fue a la zarina, Alexandra. Recuerdo que ella se asombró y me alertó. “Sasha, los soldados son mujeriegos. Debes tener cuidado o partirá tu corazón”. Yo sonreí, mientras sentada a su lado seguí a duras penas la clase de bordado sobre la tela de lino que intentaba darme.


“Alexandra, tiene unos ojos tan bellos, raros, pero muy bellos, color… como violeta rojizo”.


Ella me miró con burla. Yo le decía zarina o “mi señora” delante del resto pero en familia ella era Alexandra.


“Sasha has visto mal, no existen ese color de ojos. Estás tan enamorada que no aprecias bien tú alrededor. ¡Con razón te desconcentras! Mira ya hace una hora que intento enseñarte el punto cadena y tú nada” Pero es maravilloso que encuentres el amor, por fin.”


Por supuesto, para esa época yo era considerada una vieja. Todo lo contrario al tiempo actual, donde una mujer de cuatro décadas estaba en la flor de la edad.


Reí.


“Prometo prestar atención”.


“Eso ni tú te lo crees”.


Sonrió y abandonó el paño a medio bordar. Miró hacia el lugar donde el pequeño Alexis en silla de ruedas, bajo un árbol frondoso, jugaba con su padre a un juego de mesa.


“Yo me enamoré en cuanto lo vi, Sasha. Por eso te entiendo. Es cierto que tenía temor cuando me dijeron que me casaría con un desconocido. Sin embargo apenas estuvimos frente a frente… ¡Cuánto amor nos profesamos!


“¡Mamá!”


La voz de Olga nos sacó de la conversación.


“¿Qué ocurre?”


Olga llegó hasta nosotros apresurada. Tras ella Anastasia seguía sus pasos.


“Mamá, no me gusta que esos hombres nos miren todo el tiempo. No tengo intimidad”.


Anastasia con las mejillas coloradas por seguir el paso de su hermana se detuvo respirando agitada.


“Cierto, mamá. Y uno de ellos nos dijo algo muy feo”.


“Calla Anastasia no lo repitas. Mamá quiero que se vayan de casa”.


“Paciencia hija.”


“Mamá, ¿por qué están aquí? ¿Por qué viven con nosotros?


“Nos están cuidando Olga. Es por seguridad. Vayan a divertirse. Las clases de piano comenzarán en media hora.”


Cuando nos quedamos solas un silencio pétreo de varios segundos fue quebrado por mi temerosa pregunta.


“No es por seguridad, ¿verdad?


Pero ella no contestó.


Volví al presente y con gesto perezoso me incorporé de la cama. Sentada con las piernas colgado traté de escuchar algún ruido en la cabaña. Nada… ¿Dónde estaría Mijaíl?


Giré mi cabeza y contemplé la maleta sin deshacer…


¿Y si volvía a Moscú vencida ante el fracaso de la reconciliación?


No, no podía permitirme eso.


El recuerdo del primer beso volvió a pasear por mi mente acariciando mi corazón. Fue un beso tierno, dulce, pero sin dejar de ser atrevido. Yo no tenía idea de cómo besar y eso que tenía cuarenta años cumplidos. Él me enseñó. Me enseñó a besar, a hacer el amor, a entregarme en cuerpo y alma.


Por él aprendí que puede uno sentir que está quemándose como si estuviera en llamas con sólo enredarse en una cama con el ser amado. Por él supe como satisfacer a un macho hasta hacerlo gritar de placer. Por él… Por él había conocido lo que era ser madre, y sin él no tendría sentido la vida.


Me puse de pie y me desvestí para darme un baño. En la habitación había uno pequeño pero confortable. Mientras el agua caía tibia por mi cuerpo y rostro el cuerpo de Mijaíl pareció estar físicamente junto a mí… Su pecho bien formado y duro, sus piernas largas y torneadas que comenzaban en los perfectos tobillos y terminaban en esos glúteos firmes y redondos…


Las manos masculinas me recorrieron mezclándose con la sensación del agua de la ducha que se deslizaba hasta morir en el desagüe. Su boca sabia y experta succionando mis pezones doloridos… Lo necesitaba urgente dentro de mí. Necesitaba sus movimientos de cadera hundiendo su sexo una y otra vez hasta hacerme estalla entre gemidos…


Abrí los ojos… Pensar que estaba en algún lugar de la casa y que no debería sentir la misma necesidad que yo… ¿O sí?


Salí de la ducha, me sequé, y me vestí. Elegí un pantalón de gimnasia azul y un suéter negro. No me puse ropa interior. Si me acercaba a él que sintiera mi aroma de cada poro. Ese olor a hembra recién bañada pero que aun no transpirando contenía el poder hormonal de la excitación. Calcé unas zapatillas oscuras y salí de la habitación.


La cabaña parecía estar en completa oscuridad cuando me asomé por la escalera, sin embargo una luz tenue parecía partir de una de las puertas que daba a la sala… Sería la cocina.


Mijaíl estaría en la cocina.


Bajé lentamente y me dirigí sigilosa a la cocina. Al asomarme entre el marco de la puerta entreabierta pude verlo sentado en un taburete junto a la encimera, leyendo unos papeles amarillentos. Levantó la cabeza en cuanto me presintió. Nos miramos y fingí una sonrisa débil. Él me miró de arriba abajo para después volcarse a los papeles nuevamente.


Mierda…


—¿Quieres un café? –preguntó.


—Sí.


Intentó ponerse de pie pero lo evité.


—Yo puedo prepararlo si me dices donde están las cosas.


Miró alrededor como si tuviera que hacer memoria el lugar donde se hallaban. Finalmente señaló el estante superior derecho.


—Allí tienes café –después señaló un armario de madera y cristal donde podían apreciarse en la vitrina tazas, pocillos, y platos—. El resto lo encontrarás allí.


—Vale.


Me apresuré a coger las cosas necesarias y me dediqué a preparar el café en la cafetera que estaba sobre la encimera.


Estábamos muy cerca uno del otro y aunque él permaneció leyendo supe que algo lo alteraba. Los vampiros éramos muy captadores de los aromas, y lo que despedía su piel no era aroma a café precisamente.


Eso me dio un poco de confianza para preguntarle por las cucharitas y el azúcar.


Arqueó una ceja y me miró sorprendido.


—Pensé que el café lo querías amargo, como siempre.


—No, es que… últimamente estoy un poco baja de presión y Dimitri me aconsejó que endulzara el té o el café.


—Ah… En cuanto las cucharitas están en el tercer cajón.


—Gracias.


Me aparté un poco de la encimera para ver el mueble debajo donde una fila de cajones con sus botones de madera parecían recién lustrados. ¿Alguien vendría a hacer la limpieza? ¿Una hembra?


Al abrir el tercer cajón sólo vi servilletas dobladas en triángulos y un cuchillo sin filo para cortar pan.


—Aquí no están.


—Entonces es el segundo –dijo.


Al mismo tiempo que yo intentamos abrir el cajón y el roce de nuestros dedos produjeron una electricidad que puso los cabellos de punta. Él dejó escapar el aire por la nariz de forma ruidosa pero apartó la mano inmediatamente.


Uf…


Me dediqué a servirme el café una vez que la cafetera dio señales de que estaba listo. Volqué el líquido en la taza blanca que había elegido y con tan mala suerte que parte del chorro cayó en mi mano.


—¡Auuh! ¡Me quemé!


Mijaíl dio un salto del taburete y se acercó preocupado por mi mano.


—Déjame ver –murmuró mientras yo sacudió mi mano para darle fresco a la quemadura.


Atrapó mi mano entre las suyas y la inspeccionó.


Demonios… Su tacto tan suave sobre la piel de mi mano. El pulgar haciéndome cosquillas electrizantes sobre el dorso… Y el perfume… Bleu de Chanel… Se desprendía de su cuello e iba directo a mi nariz y a mi entrepierna.


Lo miré a los ojos buscando que me mirara. No lo logré. Mijaíl estaba interesado en inspeccionar mi herida y no en reconciliarnos.


—Te traeré una crema del botiquín del baño.


—No, no. Yo… Estoy bien. Tú sabes los vampiros nos regeneramos, sólo será unos minutos.


Él bajó la vista a la quemadura y tomando mi mano la acercó a su boca de labios húmedos y sensuales. Entonces sopló suavemente… Entonces morí…


Respiré profundo y murmuré su nombre. Por primera vez apartó la vista de mi mano y me miró a los ojos.


—Perdón… —susurré mientras mis ojos se llenaban de lágrimas—. Por favor, perdóname.


Él soltó suavemente mi mano y la dejé caer.


—¡Tanto cuesta perdonarme! ¡No es suficiente que haya venido hasta aquí! Ya no mencionaré a los Romanov.


Se sentó en el taburete y me miró serio.


—Nunca te pediría que los olvidaras, te equivocas. Ni siquiera sabes que fue lo que tanto me dolió.


—Dímelo, entonces –murmuré llorando.


—Aún me duele lo que me hiciste Sasha –dijo sin apartar la vista de mí.


—Lo sé…


—No, no lo sabes. Porque ni siquiera te das cuenta del verdadero problema. Ni Dimitri se ha dado cuenta por lo visto.


—Si pudieras ser más claro –balbucee.


—No. Eso no tengo que decírtelo. ¿Debería enseñarte como debes amarme? ¿De qué forma? No… Eso debe salir de ti. Y si no sucede es que… Nunca me has amado. Nunca tuviste confianza en mí.


Arquee una ceja.


—¿De qué hablas, Mijaíl?


Bajó la vista y meditó unos segundos. Levantó la vista y dijo con profunda tristeza.


—¿Tú crees que si hubieras tenido confianza en mi amor tú me hubieras acusado de no hacer lo posible por salvar a los Romanov?


—Sé que te fue imposible.


—¡Déjame hablar!


Asentí levemente.


—No, Sasha, tú problema no fue razonar si llegaba o no llegaba a poder hacerlo. El grave problema es que ni siquiera tenías que haber pensado que no intentaría algo que deseabas con todo el corazón. De eso dudaste. No tienes confianza en mi amor. Lo mismo ocurrió cuando apenas llegaste. No confiabas que iba a perdonarte, ¿verdad?  Y no sabes cómo me duele.


—Yo…


La música de un móvil se escuchó en algún lugar.


Él se puso de pie y hundió una mano en el bolsillo de sus jeans. Sacó su móvil y atendió.


—Ster…


¿Perdón? ¿Ster era nombre de mujer? ¿Qué hora era? ¿Las ocho de la noche?


Crucé los brazos a la altura del pecho y escuché la conversación mientras él un tanto nervioso paseaba por la cocina.


—Okay, por supuesto, Ster. Pueden venir el fin de semana a casa. Discutiremos el tema. Okay, sí… Estoy bien, no te preocupes, gracias.


Al arquear mi ceja ésta se elevó mucho más de lo común. ¿Así que le preguntaba cómo estaba la tal Ster? ¡Qué bien! La que corría peligro era la desgraciada cuando la tuviera frente a mí.


Me senté en el taburete esperando que terminara la conversación…


Cuando escuché su “que estés bien, Ster” con ese tono familiar pensé que sólo faltaba decirle, “buenas noches amor”. Mi pecho se movía al compás de la respiración agitada… Con rabia… Con dolor.


Cortó la comunicación y guardó el móvil en el bolsillo. Con pasos agigantados se acercó a la puerta y lo detuve.


—¿Es tu amiga?


Giró para mirarme con el ceño fruncido.


—¿Siempre confiando en mí? ¡Qué duermas bien!


Dicho esto desapareció y me quedé sola en la cocina con una indignación y tristeza imposible de descifrar.


Esa noche no dormí. Ni esa ni ninguna otra que sucedió tras la llamada de esa Ster. No era que necesitaba hacerlo siendo una vampiresa pero estar en vela con la cabeza a punto de explotar no era agradable. Hacía varios días que me encontraba en la isla y ni siquiera había salido a recorrerla. Mijaíl desaparecía varias veces en el día y durante la noche se encerraba en su habitación, sí… esa con cama de dos plazas que servía de adorno ya que le sobraría por todos lados.


Muchas horas pasaba pensando en la última conversación que mantuvimos. Él dijo claramente, “me dolió que no confiaras en mi amor”… No sabía que pensar, su acusación me descolocaba.


Un atardecer tempranero, de los acostumbrados en la isla, llamé a Natasha. Ella se puso feliz que estuviera junto a su padre pero su alegría duró poco en cuanto le puse al tanto de la situación.


“Parecen críos, mamá, por favor”.


—Querida tú no entiendes, ya no sé qué hacer. He venido hasta aquí con toda la humildad para pedirle disculpas y está costándome no te imaginas cuánto. Esa Ster que no conozco…


“Tranquila mamá, es la hija de András socio de Sebastien, me contó Lenya”.


—Eso no me da garantías.


“Mamá, todos ahí deben saber quién es la señora Gólubev. Además por quien tienes que temer llegado el caso es por el hijo, le gustan los chicos”. Rio.


—No sé…


“¿No confías en papá?”


De pronto la frase de Natasha iluminó mi mente… “¿No confías en papá?” Eso había dicho ella… eso reprochaba Mijaíl… Ahora o nunca era la oportunidad de demostrarle que creía en su amor tan grande hacía mí.


“¿Mamá?”


—Sí querida, estoy aquí. Anda cuéntame de tus hermanos.


Mientras mi hija me contaba sobre las novedades en casa mis ojos dispararon hacia la planta de arriba. Mijaíl no había llegado de estar con los obreros en la mina de carbón, pero cuando llegara encontraría un par de diferencias interesantes.


…………………………………………………………………………………………….....


Era noche cerrada cuando terminé de mudarme a la habitación de Mijaíl. En otra ocasión hubiera llorado amargamente tirada en la cama pensando miles de cosas sobre él. ¡No más! Me jugaba por su amor inmenso y no permitiría ni que celos ni malos pensamientos jodieran mi cabeza. Él había hecho todo lo posible por salvarme y si hubiera habido oportunidad Mijaíl hubiera regresado por los Romanov.


Observé la habitación. La maleta totalmente desempacada y guardada mi ropa en el ropero junto a la de él. La cama tenía las sábanas recién puestas y el rociador de perfume a lavanda ya había hecho lo suyo en el ambiente. Hice a un lado las cortinas y pude ver la hermosa aurora boreal atravesando gran parte del cielo oscuro intenso.


Vi un rodado parecido a una furgoneta roja último modelo que estacionaba en las puertas de la cabaña. ¿Cómo la había traído hasta aquí? Por un barco de gran calado seguramente.


Mijaíl bajó de la parte de atrás y le siguió una mujer abrigada hasta las orejas y dos hombres. Uno de ellos lo reconocí, era Finn. El hijo de András. Entonces ella sería la famosa Ster.


Tranquila Sasha no arruines todo por tu inmadurez. Respiré profundo y me acerqué al gran espejo que cubría una puerta del ropero. Me miré… Sí… Me había maquillado y mis ojos celestes por las lentecillas resaltaban con el delineador negro.


Él había dicho algo del fin de semana así que supuse que los había invitado a tomar algo a casa.


Estudié cómo lucía… Botas de caña larga negras, jeans oscuro, suéter de Bremer color rosa.


Mis labios pintados de rosa fuerte hacían juego con mi suéter y mi cabello suelto por fin lucía sedoso después de aplicar la crema de aceite de lino que había traído desde Moscú.


—Listo –me dije.


Ensayé mi mejor sonrisa y… Me jugué entera.


Al bajar la escalera los hombres y la mujer me miraron. Mijaíl estaba sentado de espalda y creo que se tensó. Sí… Por supuesto imaginaría, “ésta loca de mierda celosa que nunca confiaba en mí hará un escándalo de aquellos”.


—¡Buenas noches!


Todos se pusieron de pie de inmediato. Menos Mijaíl que tardó unos segundos en pararse lentamente.


—Oh, señora… —dudó el más viejo que debería ser András.


Me acerqué sonriendo y extendí la mano.


—¿Usted? No diga nada. Señor András, socio de Sebastien. Soy Sasha Gólubev, esposa de Mijaíl.


—Oh querida, que placer –estrechó mi mano—. Tenía ganas de conocerla después que Mijaíl nos ha hablado tanto de usted.


—¿No diga?


Miré a mi marido y él bajó la vista algo incómodo.


—¿A qué le ha dicho maravillas de mí? No crea todo lo que le diga un hombre enamorado –sonreí.


—Pues viéndola puedo creerle perfectamente. Es usted además de muy bella, refinada y elegante.


—Gracias.


Después dirigí la mirada hacia los otros dos.


—Tampoco digan nada –sonreí entusiasmada—. Hijos de András. Ah, ¿tú debes ser Ster?


—Sí, encantada —titubeó ella.


—Y a ti te conozco. Cuando llegué a la isla estabas con mi esposo.


—Sí señora Gólubev, me alegro de verla bien.


—Gracias, eres un encanto. Por favor, díganme que desean beber. Estoy familiarizándome con la ubicación de todas las cosas de la casa pero ya me las apaño bien. ¿Verdad querido?


Mijaíl me miró y abrió la boca, indeciso. Después se apresuró a darme la razón.


—Claro, se la apaña muy bien… siempre…


Sonreí.


Po favor póngase cómodos traeré café y unos canapés, o si lo prefieren whisky.


—Gracias, señora Gólubev –contestaron al unísono.


Durante el tiempo que estuvieron András y sus hijos, las horas se pasaron muy rápido. Me sentí muy cómoda y poco a poco aquello que había comenzado por un juego para vencer los celos y ganar confianza, fue gobernando la mitad de mi corazón que faltaba afianzar y de verdad sentí que no era necesario fingir mi seguridad. Sentía que Mijaíl era mío, y era capaz de hacer cualquier cosa por mí… Ayer y por siempre.


En un momento pregunté a Ster si no le importaba mostrarme la isla en uno de estos días. Ella aceptó gustosa aunque hizo reparo en cuidarnos de los osos polares. La mirada de Mijaíl se instaló en mí varias veces. Pero presentía que no era la misma mirada de amargura y dolor que tenía apenas yo había llegado.


Igual… me la iba a hacer difícil, si señor…


Cuando la visita se fue de casa y partieron muy contentos de habernos conocido, Mijaíl subió a la habitación. Lo seguí con la mirada y aguardé en planta baja su reacción. Él no tardó en regresar y me observó desde el final de la escalera.


—Tu ropa está en mi ropero. ¿Dormirás en mi habitación? –preguntó.


—Por supuesto, ¿dónde quieres que duerma?


Frunció el ceño y se retiró.


Regresó al par de minutos con una manta amarilla.


—Dormiré en el sofá.


Observé el sofá de punta a punta.


—¿Será cómodo, Mijaíl?


—No importa si lo es –protestó.


Encogí los hombros.


—Okay, como gustes.


Subí las escaleras contorneando la cintura y pensando, “ya verás lo confiada que soy, vendrás a mí amor mío, me juego entera”. No porque yo era la terca… Sino porque él me amaba con todo el corazón”.


………………………………………………………………………………………………...


Serían las tres de la madrugada cuando cansada de dar vueltas en la cama decidí levantarme. Encendí la luz del velador y me miré en el espejo. Mis pechos casi escapaban del escote de encaje del sostén negro. Las diminutas bragas haciendo juego apenas tapaban mi monte de Venus. Estiré la mano y cogí el albornoz a los pies de la cama. Me lo puse sin atar y salí de la habitación en su búsqueda.


Bajé la escalera sigilosa, despacio. La luz tenue de la tv y la estufa a leños iluminaban el ambiente y en el sofá pude ver perfectamente a Mijaíl.


Estaba boca arriba con el antebrazo tapando sus ojos de modo que sólo podía ver parte de su rostro. Sus labios entreabiertos, el pecho moría en el abdomen plano, y la manta cubriendo sus caderas no me permitía deleitarme con su virilidad. Su cuerpo relajado con el sólo movimiento de su respiración acompasada me indicó que dormía.


Me acerqué para contemplarlo. Ignoraba si iba atreverme a despertarlo. Tenía pánico que me rechazara.


Me acerqué más, despacio. Mis pies descalzos se deslizaron por la alfombra sintiendo la superficie suave y esponjosa.


La luz de la tv cambió con la publicidad dando un tono más claro a la sala… Al estudiar su rostro comprobé que tenía rastros húmedos que partían por debajo de su antebrazo y morían en su boca… Lágrimas… Había estado llorando…


El corazón se me encogió. Cielos… Juraba que no había querido nunca hacerle daño.


¿Qué hacía? ¿Me retiraba en silencio y evaluaba si quedarme o no en la Isla? ¿O lo despertaba y le pedía perdón nuevamente?


Eché la última mirada a ese macho tan fuerte y valiente que había vivido a mi lado por más de noventa años. El mismo que cazaba con la eficiencia del mejor depredador. El que asesinaría por mí y nuestra familia. Pero también el mismo que se derretía en mis brazos cuando hacíamos el amor. Al que mis miradas lo convertían en el más esclavo de los vampiros cuando nos consumía la pasión.


Me retiré despacio, sin hacer ruido. Giré sobre mis talones y enfilé con cuidado hacia la escalera. La hiel de mi garganta subió y mis ojos se llenaron de lágrimas. Hasta que su voz me detuvo en la mitad de la sala.


—No te vayas.


De espaldas a él cerré los ojos, fuerte.


¿Había dicho que no me fuera? ¿Había sido una alucinación?


—Por favor, no te vayas –repitió.


Abrí los ojos y me di vuelta hacia él. Inmóvil, aguardé el próximo paso.


—No tienes idea el infierno que pasé todo este tiempo sin ti.


—Lo siento tanto. Te he extrañado cada minuto del tiempo que estuvimos sin vernos –murmuré.


Me miró fijo. Sus ojos brillaron húmedos a la luz de las llamas.


—Ven… Ven aquí.


La invitación llegó de su boca como la sentencia de sobreseimiento para aquel que está acusado de delito.


Se hizo a un lado haciendo lugar en el sofá y me apresuré sin perder tiempo. Ya habíamos perdido demasiado… Aunque fuéramos inmortales.


Él levantó la manta y me acosté a su lado. Moría por abrazarlo sin embargo sabía que no nos habíamos dicho todo. Me recosté de perfil frente a él y Mijaíl hizo lo mismo mientras me tapaba con la manta. Nos miramos en la penumbra por unos segundos, en silencio.


Mis manos unidas a la altura del pecho querían volar y revolotear como mariposas por ese cuerpo escultural. Pero esto no se trataba de sexo y lujuria, se trataba de amor, así que resistí.


Él comenzó hablar con una voz cargada de angustia…


—Cuando te salvé la vida y te llevé conmigo… tenía la firme idea de convertirte inmediatamente. Sentía unos celos terribles de cada humano macho que se aproximaba aunque fuera a preguntarte por una calle. Te veía tan bella, tan perfecta, aún te veo así…


Sonreí.


—Día a día luchaba por contener esa inseguridad maldita de pensar que quizás, estabas junto a mí porque no te quedaba otra. Podía ser por puro agradecimiento. Lo peor… Que jamás lo sabría… En medio de tanta tortura decidí hablar con él… con el más sabio de los vampiros. Viajé a las cumbres a encontrarme con Adrien… Le conté cómo me sentía y le rogué que me diera la autorización para convertirte. Hacía seis meses que estábamos juntos, era tiempo suficiente para conocerte y saber que era lo que deseabas. Recuerdo… —tragó saliva y sus ojos miraron un rincón indeterminado del techo—. Recuerdo que me dijo, “¿por qué quieres convertirla para sentirte seguro de su amor? No lo lograrás con ese acto.” Yo le pregunté, “¿entonces Adrien, cómo voy a saberlo si me ama como yo a ella?” Él sonrió y contestó, “¿no sabes leer sus ojos? Porque si no sabes hacerlo entonces no la amas.” Desde ese día me dediqué a estudiar tu mirada, tus gestos, el brillo de tus ojos cada vez que me mirabas. Entonces, estuve seguro que eras mi hembra para toda la vida. Sin embargo… mi temor creció un tiempo atrás al darme cuenta que quizás eras tú la que no sabía leer mis ojos y comprender que hubiera hecho cualquier cosa por ti, por consiguiente, no me amabas.


Cerré los ojos, fuerte, y una lágrima rodó por la mejilla.


—Sí… —murmuré, y mis labios temblaron—. Te amo tanto. Yo… Estoy segura de tu amor. Te lo juro.


—¿Cómo creerte, Sasha?


Abrí mis ojos y nos miramos…


—¿Cómo? Como dijo Adrien. Me tienes aquí, tan cerca. Mira mis ojos.


Enderezó su cuerpo mientras su iris púrpura oscurecía. Me hundí en la mirada… Lo amaba tanto…


Al trascurrir un tiempo interminable de miradas encontradas las yemas de mis dedos acariciaron sus labios.


Se estremeció pero no apartó la mirada.


Yo no le temí a su estudio minucioso. No había hembra en esta tierra que lo quisiera con todo el corazón. Moriría sin él…


Poco a poco entornó los ojos e inclinó el rostro buscando mi boca.


Mis brazos lo rodearon  y lo acercaron a mi cuerpo.


Al abandonarme a su beso abrí mi boca y él metió la lengua buscando la mía, lento. Acomodé mi cuerpo escurriéndome por debajo de él. Ambos gemimos mientras nos saboreábamos despacio, profundo. Sus caderas se movieron buscando que mis piernas se abrieran para él. Rompió el beso con la respiración agitada. Sentí su mano tan deseada acariciar una de mis piernas y detenerse a la altura de los muslos. Volvió a deslizar la mano hasta la pantorrilla y cogió mi pierna para apoyarla en el respaldo del sofá. Quedé abierta, expuesta ante sus ojos, a no ser por las bragas que cubrían mi intimidad. Se acomodó mejor para continuar el beso a medida que su sexo endurecía.


Nos miramos a los ojos…


—Te amo, Mijaíl –jadee.


—Yo también, mi amor –contestó.


Y fue la primera vez que sentí entrar al paraíso antes de tener un orgasmo.


 


Mijaíl.


 


Jamás hubiera imaginado que el tema de los Romanov era la punta del iceberg y destapara un conflicto tan profundo y escondido. Es que si ella no confiaba en mí, ¿que quedaba de nuestro amor? No se trataba de los celos cotidianos y hasta simpáticos que uno podía sentir al ver que su macho podía ser atraído por otra hembra. No… Era la falta de seguridad del propio amor. Yo hubiera bajado al mismo infierno por ella si era necesario y Sasha no debía dudar jamás de ello.


Nunca había llorado por una hembra y eso que muchas veces en tiempos de antaño creí haberme enamorado de alguna que otra. Pero ella era distinta. Vivir sin Sasha hubiera sido un calvario que hubiera terminado con el mismo desenlace que Adrien. Estos dos meses y medio buscaba la soledad para que mis lágrimas no las descubriera nadie más que yo.


Pero ahora estaba en mis brazos, sus ojos me dijeron que me amaba como el primer día, que no dudaría de mi amor y de lo que sería capaz. Ahora… Ambos habíamos quebrado la fina línea del orden y la estabilidad para confiar como los amantes eternos que éramos.


Sus pezones endurecidos bajo el encaje raspaban contra mi pecho y arrancaban una sensación de placer como tantas veces había sentido. Necesitaba meterlos en la boca, lamerlos, chuparlos, morderlos, tal como le gustaba.


La miré a los ojos febriles, ahora con otro brillo que daba la pasión.


Enganché la tela del sostén liberando sus preciosos pechos. Ella se arqueó ofreciéndomelos y yo no tardé en reaccionar y cumplir el deseo.


Se retorció bajo mi cuerpo provocando que la erección que crecía a pasos agigantados llegara a su punto máximo. No podía estar más duro. Tantas ganas acumuladas por semanas y ahora desbordadas sobre el sofá.


Con una mano amasé su pecho con firmeza como a ella le agradaba mientras mi boca se cerraba sobre el otro pezón. Conocía de memoria sus gustos y ella los míos. Por eso cuando sus dedos se escurrieron hasta la entrepierna y cogió decidida mi falo, jadee contra la protuberancia rosa y tironee suavemente hasta hacerla gemir.


—Mijaíl –susurró agitada.


Sonreí a medida que resbalaba mi boca hacia sus bragas.


—Lo sé, no tienes que decirme lo que quieres.


El talón de su pie descansaba en el respaldo. La había acomodado en esa posición para que estuviera abierta para mí, para mi boca hambrienta de sus rincones.


Sasha estiró sus brazos por encima de la cabeza y cerró los ojos. Los labios los tenía apenas entreabiertos. No dudaba que deseaba lo que yo estaba a punto de hacer. Comérmela toda.


Dos de mis dedos recorrieron la hendidura a través de la tela negra y noté como se empapaban por su excitación. Estaba preparada y lista para que la penetrara pero deseaba disfrutarla toda. Había extrañado cada parte de su cuerpo.


Bajé mi boca lo suficiente para quedar a la altura mientras arrancaba la poca tela que cubría mi ansiado manjar. El aroma de las hormonas femeninas alargaron mis colmillos y el calor de la sangre fluyendo por cada arteria hizo que un gruñido saliera de mi pecho estremeciendo la sala.


Ella levantó la cabeza y sonrió satisfecha al mismo tiempo que dos puntas blancas y filosas se asomaban por sus labios carnosos.


Mi boca acompañó el vaivén desenfrenado de sus caderas mientras mi lengua entraba y salida de la cavidad empapada. Los gemidos de Sasha parecían ecos de los míos y el ambiente en poco tiempo se llenó de jadeos y gruñidos que darían envidia a la más caliente película porno.


En el instante que mi sexo se hundía en ella, mis ojos nuevamente se encontraron con los de Sasha. Tras el fuego que nos consumía, gritando de placer, pude acurrucarme en esa mirada que me regalaba. Mirada de confianza y seguridad en lo que cada uno sentía por el otro. Simplemente en una mirada de verdadero y eterno amor.


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

4 comentarios:

  1. Ahh Lou que bueno que no dejaste el capitulo donde pensabas dejarlo jeje, me gusto bastante y esta parejita se merece ser feliz y buena reconciliación jiji, gracias por el capitulo, saluditos!!

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  2. Uy adoro Mijail ojala su reconciliación con Sasha dure y restablezcan la confianza como pareja. Genial capítulo

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  3. Hola, Lou... Ya me he enterado por qué discutían Numa y Rose... En fin, pronunciar el nombre de otra mujer es motivo de grave discusión, sí ;-)
    Me ha encantado el viaje hacia la Isla del Oso, y la escena de la ballena
    Yo creo que cuando Mijail ha dicho que llevaba dos meses y medio, y seis horas, con la mitad de su corazón ya lo ha dicho todo
    También se ha preocupado mucho cuando Sasha se quema la mano
    Y me parece que Sasha le ha demostrado que confía en él y que lo ama
    Ha sido un capítulo precioso porque el Amor ha vencido... me ha encantado
    Besos

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  4. hola Lou, muy gratificante tu capítulo, gracias,,,saludos

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