Pd: Contesté los comentarios, perdonen la demora.
Capítulo
63
Confío
en ti.
Sasha.
El viaje hacia la Isla
del Oso fue agradable en el sentido que navegamos por un mar tranquilo y el
clima de septiembre no era tan riguroso. De hecho lo pasé en cubierta la
mayoría del tiempo junto al querido Numa, quien amablemente se ofreció a
acompañarme.
Él me dio conversación y
me mantuvo entretenida. No hubiera sido lo mismo si viajaba sola, ya que mis
nervios por encontrarme cara a cara con Mijaíl días atrás habían destrozado mi
acostumbrado sistema del equilibrio.
El mar entre un azul y
verdoso ondulaba bajo el Sterna, velero encargado de llegar a la isla cada
mañana para después regresar a tierra firme, generalmente con turistas de ojos
asombrados ante la inmensidad de este lugar recóndito pero maravilloso. La reserva
natural permanecía intacta debido a las leyes de protección del Estado. Normas
que Sebastien había tenido que asegurar que cumpliría ante la concesión.
Mis oídos nunca habían
escuchado tantas frases en tan variados idiomas. Es que llegaban hasta este extremo
norte desde varias partes del mundo. Por lo que había observado era gente muy
joven, seguramente porque el clima para el humano sería riguroso a estas
alturas del año. Moscú era diferente. Sus otoños eran lluviosos con una
temperatura que descendía paulatinamente hasta llegar a los grados extremos del
enero invernal.
Era la primera vez que no
extrañaba mi ciudad. No era que había viajado muy a menudo. Había conocido
Francia gracias a la loca idea de Svetlana cuando decidió vivir sola en ese
París cosmopolita. Después Rumania cuatro o cinco veces, Nepal cuando conocí a
los Sherpa, Chile para encontrarme por primera vez con los Huilliches, y tres
veces Alemania. Sin embargo la gran diferencia es que siempre había viajado de
la mano de Mijaíl. Ahora era distinto…
Respiré profundo y el
aire salitre entró por mi nariz llenando mis pulmones. Aferrada a la barandilla
divisé la isla entre brumas y nieblas que parecían surgir del mar como
espectros guardianes.
Escuché un ruido de
rechinar maderas y giré para ver a Numa salir de la escotilla.
—Falta menos Sasha,
pronto llegaremos. ¿Nerviosa?
Sonreí.
—Un poco.
Se acodó junto a mí no
sin antes subir la cremallera de la cazadora.
—Debo darte las gracias,
Numa.
—¿Nuevamente? –sonrió.
Reí.
—No quiero ser pesada
pero sé que has tenido que retirarte de tu fiesta de graduación y que no has
bebido alcohol por acompañarme en este viaje.
—Acompañarte es un placer
Sasha. ¿No te molesta que te tutee?
Volví a reír.
—¡Ni se te ocurra no
hacerlo! Me harás más vieja.
—Vale… ¿Mijaíl sabe de tu
viaje?
—No… No lo sabe. Prefiero
darle la sorpresa.
—Supongo que será una
sorpresa muy bien recibida. Hace tiempo Mijaíl se encuentra en estas tierras.
Se han distanciado, ¿verdad?
Acomodé el abrigo
subiendo el cuello de piel sintética. Después volvía aferrarme a la barandilla
de caño.
—Perdón, no quiero ser
indiscreto.
Sonreí.
—No, no. Haces bien.
Estoy muy nerviosa. Esa es la verdad. Necesito hablar con alguien.
—Todo oído.
Sonreí y mordí mi labio
inferior.
—Bueno… ¿por dónde
empiezo? Ehm…
—¿Celos?
—Oh no… Yo… he sido
injusta con él. Hace mucho tiempo él me salvó de morir. Era una humana al
servicio de los Romanov. En realidad yo era casi de su familia. El trato
siempre había sido muy familiar. Trabajé para ellos desde los dieciséis. Me
adoptaron.
¿Ellos fueron asesinados
por los bolcheviques?
—Sí, por un grupo
radical. Un tal… Yurovsky. Mijaíl llegó en el momento justo.
—Entonces… ¿Cuál fue el
problema con tu marido?
—Es difícil de explicar.
Cualquiera que me escucha a simple oídas diría que soy una desagradecida… Yo…
No me sentía con derecho a sobrevivir, ¿sabes? La mente humana es complicada.
—¿Él no pudo salvar a
nadie de ellos?
—Claro que no, era
imposible. Quizás ese tema fue mi principal contratiempo para poder agradecer a
Mijaíl salvarme la vida.
—Sí, somos complicados… Y
el amor es mucho más. Tengo pánico a enamorarme y sufrir.
—¿Ah sí? ¿No digas?
¿Tienes novia?
—Bueno –rio—. Tenía o
algo así. Rose Craig… La chica que vive con nosotros.
—¿Pelirroja?
—Sí, ella. Ahora estamos
en un período de transición. Debemos evaluar que queremos para nuestras vidas.
Sé que soy joven y que tendré muchas oportunidades de conocer chicas. A la vez
soy un vampiro –bajó la voz—. Rose sería ideal. Es de mi palo. Tampoco quiero
elegirla por conveniencia.
—¿Qué los une?
Dudó y un ligero rubor
cubrió sus mejillas.
—Nos llevamos bien en…
—¿En la cama? –pregunté
muy suelta de cuerpo.
Es que hablar con Numa
parecía estar hablando con uno de mis hijos.
—Sí. A la vez sé que no
es suficiente para vivir toda una vida juntos. Me gusta estar con ella aunque
tiene un carácter muy fuerte y es muy celosa.
Sonreí.
—Yo también lo soy. La
entiendo desde el punto de vista de tu indecisión. Las hembras necesitamos que nos
aseguren permanentemente que ustedes nos aman. Para ustedes es tomado como
posesión, quizás.
—Puede ser. Siento que a
veces me asfixia.
—De todas formas llegué
en el medio de una pelea, ¿o me pareció?
—Te pareció bien. Estuve
mal. Lo sé.
—¿Quieres contarme?
—Bueno… Estábamos
teniendo sexo… Yo… Sin querer mencioné otro nombre que no era el de ella.
Abrí mis ojos pero traté
de no espantarlo demasiado. Numa estaba confiando en mí y no era momento para
llamarle la atención. Aunque él supo que mi pensamiento era un tanto
reprochable.
—Lo sé, estuve pésimo
pero se me escapó. Yo había estado con una humana dos veces seguidas y me quedó
su nombre no sé el porqué.
—Y a ella, ¿la imaginas
con otro? ¿Qué te produce esa idea?
Encogió los hombros.
—Nunca la vi en brazos de
otro, no sabría decirte.
—¿La extrañas cuando no
la ves?
—Es que a veces estoy muy
ocupado…
—Entiendo, a lo mejor
falta madurez para la relación.
—¿Te ha ocurrido eso con
Mijaíl?
—¡Noo! –reí—. Mijaíl
ocupa mis pensamientos día y noche. Hasta cuando bordo o aseo la casa. Yo lo
amo con todo mi corazón. Por eso no me explico cómo llegué a dañarlo así.
—Dicen que cuando uno ama
hace llorar.
—No creo en esa teoría,
Numa. Salvo que la apliques al referirte que sufres cuando no estás cerca del
bien amado.
—¡Mira! –señaló a la
izquierda del horizonte—. ¿La ves?
Una masa oscura parecía
navegar hacia nosotros.
—¿Qué es?
—Una ballena. Aquí en
estas aguas abundan. También las focas y lobos marinos.
Me acodé para observar
mejor pero el bulto de color azabache desapareció sin dejar rastro.
—¡Oh qué pena! Se fue.
Él me cogió suavemente
del brazo y me retiró varios pasos hacia el interior de la cubierta.
—No no, no se fue.
Pasaron segundos para que
varios círculos sucesivos de ondas abrieran las aguas tranquilas y diera paso a
una masa enorme de forma alargada como submarino que se elevaba al cielo como
si fuera un gran torpedo.
Varios turistas corrieron
acercándose con las cámaras de fotos encendidas y una exclamación en la boca de
todos.
Seguí con la vista maravillada
ante el espectáculo. La altura a la que consiguió llegar teniendo esa masa
enorme como cuerpo era extraordinaria. Su fuerza era digna de admirar.
—Ahora sí retrocedamos un
poco más –sonrió Numa.
Seguí sus pasos caminando
hacia atrás para no perderme nada de sus movimientos. Efectivamente la ballena
dibujó en el aire un perfecto semicírculo y cayó estrepitosamente a las aguas
empapando de pies a cabeza a los curiosos turistas.
Reímos.
—Vaya, que maravilla.
Un marinero se acercó con
dos cafés calientes asegurándonos que pronto llegaríamos a puerto. Mi retina
aún conservó lo que había visto minutos antes desde estas aguas profundas y
calmas y estaba segura que en mi vida olvidaría.
Nos acercamos a la
baranda para descubrir la ubicación de ese hermoso ejemplar pero aparentemente
se había hundido nadando en las profundidades. En un momento cuando hablábamos
sobre ese vampiro misterioso que asesinaba en Kirkenes y mantenía a los Craig
tan preocupados, Numa miró con disimulo mis botas de tacón tan elegantes.
—Sasha si no deseas que
te lleve en brazos desde el muelle por la playa necesitarás mudarte el calzado.
—¿Ah sí?
—Sí. Las costas de la
Isla del Oso son un poco agrestes. La arena es muy gruesa y está cubierta de
pedregullo y conchillas. Te será difícil.
—Entonces me pondré unas
botas sin tacón.
Antes de que terminara
Numa de contestarme el agua helada nos bañó de pies a cabeza.
Después del asombro y la
inestabilidad que nos produjo el baño de mar nos miramos empapados y no pudimos
menos que echarnos a reír.
—Ballena tramposa –rio
Numa—. Nos confiamos demasiado.
—Sí –reí—. Ahora cambiaré
toda mi ropa. ¡Cielos! Mijaíl creerá que vine a nado.
Mi sonrisa se borró
automáticamente. Pensé en Mijaíl… ¿Me recibiría con los brazos abiertos? ¿O me
diría que regresara a Moscú porque él ya no me necesitaba?
Bajamos por la escotilla
y Numa me observó.
—Tranquila, él debe estar
deseando tu llegada.
—Él no lo sabe. Es una
sorpresa. Lo que deseo es que sea agradable.
—Lo será.
—Gracias.
………………………………………………………………………………………………..
El puerto era pequeño y
contaba con tres muelles construidos en pilares gruesos de madera reforzados en
los bordes con chapa y hierro. El velero detuvo la velocidad pero el vaivén
constante se mantuvo mientras no desembarcamos.
El cielo clareaba a paso lento
y un sol peleaba con tupidas nubes grises para poder hacer su trabajo, entibiar
estas frías tierras del ártico.
Los grupos de turistas se
dispensaron y sólo quedamos Numa y yo de pie mirando hacia la derecha. Desde
lejos podía verse un complejo de cabañas muy bonitas. Un sendero de pequeñas
piedras de canto rodado color petróleo parecía indicar el camino y se perdían
entre las casitas.
—Es por allí –señaló
Numa.
—Okay. Vamos.
Traté de observar el
paisaje que me rodeaba… A un kilómetro, rocas en varios tonos de grises y
azules formaban una cima que nacía en las arenas de un lado y moría en las
aguas, o quizás al revés. Numa tenía razón. Un grupo de lobos marinos emitía
sonidos lejanos aunque por la distancia debían ser fuerte e importantes para
ellos.
Las montañas en el fondo
del cuadro pintoresco de vegetación, tras las cabañas, no lucían aristas
peligrosas en su ascenso, por el contario simulaban ser paredes lisas que se
elevaban al cielo plomizo rompiendo el verde monocromático de la clorofila.
Varias barcas de muy
pequeño calado se mecían amarradas en los muelles. Eché una última mirada al
mar. ¿Regresaría a Rusia con el alma destrozada por el rechazo de Mijaíl? ¿O me
quedaría unos días para disfrutar de una nueva luna de miel en brazos de él?
Tragué saliva y apresuré
el paso. Numa aguardaba con mi maleta y su sonrisa me dio ánimo para seguir. Ya
estaba aquí, a poca distancia de mi marido. No habría más noches en vela
pensando que estaría haciendo o si pensaría en mí. Ya no más el gusto del café
o el vodka que atravesaba mi garganta y me dejaba sabor a hiel por sentirme
triste y desolada.
Ya me encontraba a poca
distancia de él.
Llegar a la puerta de la
cabaña no nos llevó mucho tiempo. Numa golpeó mientras mis ojos con total
estado nervioso trataban de estudiar los detalles de esa cálida vivienda. La
madera era el material predominante. Le seguía la piedra armada en bloques en
partes del techo y base. Las ventanas eran dos de cada lado de la puerta. No
eran demasiado grandes. Cortinas blancas con alguna tela superpuesta más oscura
no permitía poder apreciar el interior. Por debajo de la puerta podía sentirse
un aire tibio y un aroma a leña quemada.
Numa golpeó la puerta y
mi corazón latió más apresurado.
Cielos…
Apreté los labios para no
ponerme a llorar. Mi cara sería un despojo mezcla de ojeras y palidez. Mi
cabello mejor ni hablar. Todo el esfuerzo del día anterior en ponerme cremas y
aceites para que luciera un teñido rubio suave y sedoso, se lo había llevado la
salitre de la ola gigantesca de tamaño bicho.
La puerta se entreabrió,
bajé la vista y creo que gemí en voz baja. De verdad la boca del estómago me
dolía y los músculos del abdomen se sentían prensados.
—Buenos días Finn,
¿Mijaíl? –preguntó Numa.
Al escuchar la pregunta
de Numa levanté la vista y pude ver un hombre vestido con camisa y jeans.
Tendría unos treinta años. Cabellos claros y ojos verdosos.
—Hola Numa. Adelante.
Estábamos discutiendo un nuevo plano del ingeniero.
—Ehm… En realidad voy a
la cabaña de mi padre. Pasé sólo para dejar en buenas manos a la señora
Gólubev.
—¡Oh, un placer! Soy Finn
hijo de András, socio de Sebastien.
No alcancé a saludarlo
estrechando la mano que me ofrecía. La puerta se abrió de par en par y Mijaíl
se asomó con rostro asombrado. Evidentemente había escuchado mi nombre.
Ambos nos miramos por
largos segundos sin hablar.
—Hola… —atiné a decir.
No sé cómo aquella
palabra había salido de mi boca. Juraría que habría sido un milagro ya que las
piernas me temblaban como gelatina.
Él me miró primero… cómo
decirlo… Con sorpresa, después sus ojos se tornaron ansiosos y me recorrieron
en segundos de cabeza a pies. Creería que era una visión. Por último mientras
sus labios de forma imperceptible mencionaban mi nombre tras un “hola”, su
mirada se cubrió de angustia, para pasar a algo parecido al enojo en instantes.
Finn se hizo a un lado y
él quedo de pie con los brazos a los costados del cuerpo, sin reaccionar.
Finn interrumpió el
silencio.
—Yo daré una vuelta por
ahí con Numa.
—Sí, sí claro –respondió
Mijaíl.
Cogí la maleta que había
dejado Numa apoyada en el suelo pero mi marido, que a esa altura yo ignoraba si
quería seguir siéndolo, me quitó el equipaje de la mano con delicadeza y sin
mirarme a los ojos pronunció un, “yo la llevaré”.
Al costado de la puerta
aguardó que pasara al interior de la casa. Señaló con una mano para invitarme y
me apresuré a entrar. No quería mirarlo a la cara otra vez. Me lastimaba la
última mirada que me había echado. Seguía enojado. Bueno, eso era evidente. No
había pisado Rusia desde que se había ido de casa.
—Ponte cómoda –fue la
invitación que me sonó a orden.
Me quité el abrigo
mientras recorría con la vista la belleza del ambiente. Las paredes eran
troncos gruesos lustrados apilados uno sobre otro y de forma tal que el frío
exterior no pudiera colarse. Una alfombra tupida color rojo oscuro cubría la
mayor parte del living. Un gran rombo de color beige adornaba el centro y se
repetía en figuras idénticas más pequeñas en los bordes. La luz natural no era
suficiente para iluminar con claridad por lo tanto las luces de dicroicas
rodeando las aristas del techo le daban el toque que faltaba aparte de cierta
sofisticación. Había pocos muebles. Sólo dos sofás esquineros uno frente al
otro de cuero marfil separados por una mesa ancha y baja en madera de ébano.
Con mi abrigo colgado del
brazo miré con disimulo mi atuendo, después el cuadro del paisaje nevado de la
isla, después… Después mi atuendo otra vez.
Pantalones de lana y
lycra que moldeaban mis formas y un suéter de cuello alto color rosa. Mis
pechos que no eran para nada pequeños se marcaban bajo la suave lana peinada.
—Bonita cabaña –murmuré
mordiendo mi labio inferior.
Él había dejado la valija
a un costado de los sofás y se dejó caer en uno de ellos mientras recogía unos
papeles desparramados en la mesa.
—La eligió Sebastien y
András –contestó sin mirarme.
—Buen gusto –volví a
murmurar.
Como no lograba moverme
del sitio levantó la vista y me miró.
Señaló el perchero en una
de las esquina al costado de la puerta.
—Allí puedes colgar tu abrigo.
—Gracias.
Mis pies por fin
respondieron a mi cerebro y avancé hacia el perchero. De espaldas a él deseaba
que mirara mi figura y sobre todo mi trasero, ya que sabía que era lo que más
había deseado siempre.
¿Lo desearía aún? Debía
averiguarlo después de pedirle perdón. Primero la parte más difícil.
Me di vuelta y pude
comprobar que seguía ensimismado en sus papeles. ¡Qué frustración!
Caminé lentamente y me
senté frente a él. Sus manos fueron el objeto de atención. Eran tan varoniles,
de dedos largos y palmas anchas. Uñas siempre prolijas, y su anillo con el
águila bicéfala le quedaba a pedir de boca. Llevaba en la otra mano la alianza…
Suspiré aliviada.
De pronto intuí que me
miraba, levanté la vista para encontrarme con esos ojos que me volvían loca de
amor, que aunque tenía los lentes de contacto azules yo sabía que se tornaban
púrpura cuando hervía de placer en mis brazos. Pero eso ya hacía tiempo no
ocurría.
Me senté con las rodillas
juntas frente a él. Mis manos descansaban en las rótulas que temblaban
levemente. Miré alrededor… Un plasma de dimensiones importantes lucía empotrado
en la pared.
—¿Es cálida en invierno?
Me miró.
—Sí, así parece… ¿Qué te
ocurrió en el cabello?
Deslicé mis dedos por las
finas hebras hasta detenerme en las puntas.
—Ah… Una ballena.
—Ah…
Silencio…
—¿Anouk está bien?
–pregunté.
Guardó un anotador entre
los papeles sin mirarme.
—¿No la has visto?
Trabaja con Sebastien en el hotel.
—Ah, no… He estado un
poco ausente de todo –contesté con hilo de voz.
Arqueó la ceja y continuó
en la búsqueda de algún dato.
—Es que estuve en Moscú
hasta antes de ayer. Dimitri estuvo conmigo todo el tiempo… Hablamos… Sobre mi
problema.
—Que bien…
Silencio…
Él apartó un sobre color
madera y lo abrió para ver que contenía.
—¿A qué has venido, Sasha?
La pregunta me descolocó.
¿No era obvio que había viajado tantos kilómetros por él? Bien, me lo merecía…
Nunca lo había herido tanto…
—Por ti.
Me miró fijo.
Cielos, no podía mantener
esa mirada acusadora por un lado pero finalmente era la misma que me había
enamorado aquella vez por el año 1917.
—Hace dos meses que no te
veo, Mijaíl. Te necesité mucho –pronuncié con valentía.
—Dos meses y medio y seis
horas, Sasha –respondió con dolor en la voz—. Todo este tiempo viviendo con la
mitad de mi corazón.
—Sí… Dos meses y medio…
Dimitri dijo que mi culpa por vivir y que los Romanov no corrieran esa suerte
no…
—Me importa un cuerno las
conclusiones de Dimitri –tiró el sobre en la mesa y apoyó sus antebrazos en las
rodillas mirándome, queriéndome adentrarse en mi alma.
—Sí… Lo que me refiero es
que… Es un buen psicólogo y…
—Sé que lo es. ¿Tú? ¿Qué
conclusiones sacaste de tu terapia?
—Que fui injusta contigo.
—¿Y eso por qué? Parecías
convencida de lo me que dijiste.
—No, no… Escucha… Yo
necesitaba buscar un culpable para el destino. Tú eres el ser que amo y me
desquité contigo. Mijaíl… Por favor, perdóname.
—Ya te perdoné. Sin
embargo me cuesta ser el de antes. Te di tanto tiempo Sasha. ¿Cuánto? Noventa
años o más.
—Lo sé…
—No me pidas que de la
noche a la mañana me olvide de lo que me dijiste.
Silencio…
—Entonces, ¿cómo quedamos
nosotros?
La pregunta fue
acompañada de tanto miedo.
Respiró profundo.
—No lo sé.
Su respuesta fue como si
partieran en dos mi corazón. Quizás se asemejaba a lo que él había sentido cuando
dije todas esas barbaridades.
—¿Quieres que me vaya?
No respondió de inmediato
y… y creí morir.
—Puedes quedarte si lo
deseas. Yo estoy muy ocupado pero la cabaña tiene espacio para los dos.
—Claro... –dije con
lágrimas en los ojos.
Se puso de pie.
—Llevaré tu maleta a
planta alta.
—Yo, yo puedo llevarla.
Me apresuré a ponerme de
pie y coger la maleta.
Él me la quitó y avanzó
hacia una escalera de caracol hecha en madera labrada, pintada con un barniz un
tono mucho más oscuro que los troncos de la pared.
Lo seguí… Tratando de no
llorar a los gritos sino en silencio. Tenía esperanza que diera la vuelta y me
mirara llorar por él, pero no ocurrió. En planta alta, abrió una de las puertas
del pequeño hall y entró. Fui tras él y pude comprobar una habitación
empapelada en tonos cálidos, alfombrada en rojo como la sala. Un ropero de dos
puertas, una cajonera, y una cama de una plaza, era los muebles que la
componían.
—Espero que estés cómoda
aquí. Cualquier cosa me dices.
Asentí con la cabeza sin
mirarlo.
Supe que él sí me había
mirado y sentí la tensión de sus músculos en el aire. Esperaba que fuera aunque
sea por lástima y no de rabia por tenerme que soportar quien sabe cuántos días.
—Tengo que irme. Debo
mostrarle un plano defectuoso al ingeniero y a András. Si quieres puedes beber
algo en la cocina. Está en el rincón derecho de la sala, la única puerta.
—Estaré bien… ¡Mijaíl!
En la puerta, listo para
retirarse, me miró.
—Te amo.
—Trata de descansar.
Apenas se fue me senté en
la cama de edredón burdeos. Y sólo cuando escuché la puerta de calle indicando
que se había marchado, rompí a llorar desconsoladamente.
………………………………………………………………………………………………..
Parpadee entre dormida y
poco a poco fui recordando los hechos de esta mañana. Mis ojos enfocaron la
ventana donde la oscuridad no dejaba apreciar el paisaje. Acostada de perfil
con las manos bajo la almohada y mi cuerpo encogido de modo tal que las
rodillas estaban pegadas a mis pechos, pensé una y otra vez en las frases de
Mijaíl, en su frialdad… Lo había perdido.
Mis ojos se humedecieron.
¡Demonios cómo quería llorar a gritos! Pero no era aconsejable si no deseaba
que volviera conmigo por lástima. Sin embargo, ¿cómo hacer para quitar la
opresión del pecho y la amargura que parecía quemar la garganta?
Cerré los ojos y recordé
el pasado…
El primer beso que nos
dimos antes de que nos llevaran a la casa Ipatiev, en Ekaterimburgo, fue
mientras nos mantenían con arresto domiciliario en el Palacio. Por el bello
parque florecido con los pimpollos de una plena primavera de abril, Mijaíl y yo
manteníamos miradas de seducción cada vez más a menudo. Él se camuflaba vestido
de soldado para no llamar la atención y solíamos intercambiar breves
conversaciones. Yo estaba tan enamorada de ese guardia tan estilizado de
movimientos elegantes y extraños ojos.
A la única que comenté de
mi incipiente romance fue a la zarina, Alexandra. Recuerdo que ella se asombró
y me alertó. “Sasha, los soldados son mujeriegos. Debes tener cuidado o partirá
tu corazón”. Yo sonreí, mientras sentada a su lado seguí a duras penas la clase
de bordado sobre la tela de lino que intentaba darme.
“Alexandra, tiene unos ojos
tan bellos, raros, pero muy bellos, color… como violeta rojizo”.
Ella me miró con burla.
Yo le decía zarina o “mi señora” delante del resto pero en familia ella era
Alexandra.
“Sasha has visto mal, no
existen ese color de ojos. Estás tan enamorada que no aprecias bien tú
alrededor. ¡Con razón te desconcentras! Mira ya hace una hora que intento
enseñarte el punto cadena y tú nada” Pero es maravilloso que encuentres el
amor, por fin.”
Por supuesto, para esa
época yo era considerada una vieja. Todo lo contrario al tiempo actual, donde
una mujer de cuatro décadas estaba en la flor de la edad.
Reí.
“Prometo prestar
atención”.
“Eso ni tú te lo crees”.
Sonrió y abandonó el paño
a medio bordar. Miró hacia el lugar donde el pequeño Alexis en silla de ruedas,
bajo un árbol frondoso, jugaba con su padre a un juego de mesa.
“Yo me enamoré en cuanto
lo vi, Sasha. Por eso te entiendo. Es cierto que tenía temor cuando me dijeron
que me casaría con un desconocido. Sin embargo apenas estuvimos frente a
frente… ¡Cuánto amor nos profesamos!
“¡Mamá!”
La voz de Olga nos sacó
de la conversación.
“¿Qué ocurre?”
Olga llegó hasta nosotros
apresurada. Tras ella Anastasia seguía sus pasos.
“Mamá, no me gusta que
esos hombres nos miren todo el tiempo. No tengo intimidad”.
Anastasia con las
mejillas coloradas por seguir el paso de su hermana se detuvo respirando
agitada.
“Cierto, mamá. Y uno de
ellos nos dijo algo muy feo”.
“Calla Anastasia no lo
repitas. Mamá quiero que se vayan de casa”.
“Paciencia hija.”
“Mamá, ¿por qué están
aquí? ¿Por qué viven con nosotros?
“Nos están cuidando Olga.
Es por seguridad. Vayan a divertirse. Las clases de piano comenzarán en media
hora.”
Cuando nos quedamos solas
un silencio pétreo de varios segundos fue quebrado por mi temerosa pregunta.
“No es por seguridad,
¿verdad?
Pero ella no contestó.
Volví al presente y con
gesto perezoso me incorporé de la cama. Sentada con las piernas colgado traté
de escuchar algún ruido en la cabaña. Nada… ¿Dónde estaría Mijaíl?
Giré mi cabeza y
contemplé la maleta sin deshacer…
¿Y si volvía a Moscú
vencida ante el fracaso de la reconciliación?
No, no podía permitirme
eso.
El recuerdo del primer
beso volvió a pasear por mi mente acariciando mi corazón. Fue un beso tierno,
dulce, pero sin dejar de ser atrevido. Yo no tenía idea de cómo besar y eso que
tenía cuarenta años cumplidos. Él me enseñó. Me enseñó a besar, a hacer el
amor, a entregarme en cuerpo y alma.
Por él aprendí que puede
uno sentir que está quemándose como si estuviera en llamas con sólo enredarse
en una cama con el ser amado. Por él supe como satisfacer a un macho hasta
hacerlo gritar de placer. Por él… Por él había conocido lo que era ser madre, y
sin él no tendría sentido la vida.
Me puse de pie y me
desvestí para darme un baño. En la habitación había uno pequeño pero
confortable. Mientras el agua caía tibia por mi cuerpo y rostro el cuerpo de
Mijaíl pareció estar físicamente junto a mí… Su pecho bien formado y duro, sus
piernas largas y torneadas que comenzaban en los perfectos tobillos y
terminaban en esos glúteos firmes y redondos…
Las manos masculinas me
recorrieron mezclándose con la sensación del agua de la ducha que se deslizaba
hasta morir en el desagüe. Su boca sabia y experta succionando mis pezones
doloridos… Lo necesitaba urgente dentro de mí. Necesitaba sus movimientos de
cadera hundiendo su sexo una y otra vez hasta hacerme estalla entre gemidos…
Abrí los ojos… Pensar que
estaba en algún lugar de la casa y que no debería sentir la misma necesidad que
yo… ¿O sí?
Salí de la ducha, me
sequé, y me vestí. Elegí un pantalón de gimnasia azul y un suéter negro. No me
puse ropa interior. Si me acercaba a él que sintiera mi aroma de cada poro. Ese
olor a hembra recién bañada pero que aun no transpirando contenía el poder hormonal
de la excitación. Calcé unas zapatillas oscuras y salí de la habitación.
La cabaña parecía estar
en completa oscuridad cuando me asomé por la escalera, sin embargo una luz
tenue parecía partir de una de las puertas que daba a la sala… Sería la cocina.
Mijaíl estaría en la
cocina.
Bajé lentamente y me
dirigí sigilosa a la cocina. Al asomarme entre el marco de la puerta
entreabierta pude verlo sentado en un taburete junto a la encimera, leyendo
unos papeles amarillentos. Levantó la cabeza en cuanto me presintió. Nos
miramos y fingí una sonrisa débil. Él me miró de arriba abajo para después
volcarse a los papeles nuevamente.
Mierda…
—¿Quieres un café?
–preguntó.
—Sí.
Intentó ponerse de pie
pero lo evité.
—Yo puedo prepararlo si
me dices donde están las cosas.
Miró alrededor como si
tuviera que hacer memoria el lugar donde se hallaban. Finalmente señaló el
estante superior derecho.
—Allí tienes café –después
señaló un armario de madera y cristal donde podían apreciarse en la vitrina
tazas, pocillos, y platos—. El resto lo encontrarás allí.
—Vale.
Me apresuré a coger las
cosas necesarias y me dediqué a preparar el café en la cafetera que estaba
sobre la encimera.
Estábamos muy cerca uno
del otro y aunque él permaneció leyendo supe que algo lo alteraba. Los vampiros
éramos muy captadores de los aromas, y lo que despedía su piel no era aroma a
café precisamente.
Eso me dio un poco de
confianza para preguntarle por las cucharitas y el azúcar.
Arqueó una ceja y me miró
sorprendido.
—Pensé que el café lo
querías amargo, como siempre.
—No, es que… últimamente
estoy un poco baja de presión y Dimitri me aconsejó que endulzara el té o el
café.
—Ah… En cuanto las
cucharitas están en el tercer cajón.
—Gracias.
Me aparté un poco de la
encimera para ver el mueble debajo donde una fila de cajones con sus botones de
madera parecían recién lustrados. ¿Alguien vendría a hacer la limpieza? ¿Una
hembra?
Al abrir el tercer cajón
sólo vi servilletas dobladas en triángulos y un cuchillo sin filo para cortar
pan.
—Aquí no están.
—Entonces es el segundo
–dijo.
Al mismo tiempo que yo
intentamos abrir el cajón y el roce de nuestros dedos produjeron una
electricidad que puso los cabellos de punta. Él dejó escapar el aire por la nariz
de forma ruidosa pero apartó la mano inmediatamente.
Uf…
Me dediqué a servirme el
café una vez que la cafetera dio señales de que estaba listo. Volqué el líquido
en la taza blanca que había elegido y con tan mala suerte que parte del chorro
cayó en mi mano.
—¡Auuh! ¡Me quemé!
Mijaíl dio un salto del
taburete y se acercó preocupado por mi mano.
—Déjame ver –murmuró
mientras yo sacudió mi mano para darle fresco a la quemadura.
Atrapó mi mano entre las
suyas y la inspeccionó.
Demonios… Su tacto tan
suave sobre la piel de mi mano. El pulgar haciéndome cosquillas electrizantes
sobre el dorso… Y el perfume… Bleu de Chanel… Se desprendía de su cuello e iba
directo a mi nariz y a mi entrepierna.
Lo miré a los ojos
buscando que me mirara. No lo logré. Mijaíl estaba interesado en inspeccionar
mi herida y no en reconciliarnos.
—Te traeré una crema del
botiquín del baño.
—No, no. Yo… Estoy bien.
Tú sabes los vampiros nos regeneramos, sólo será unos minutos.
Él bajó la vista a la
quemadura y tomando mi mano la acercó a su boca de labios húmedos y sensuales.
Entonces sopló suavemente… Entonces morí…
Respiré profundo y
murmuré su nombre. Por primera vez apartó la vista de mi mano y me miró a los
ojos.
—Perdón… —susurré
mientras mis ojos se llenaban de lágrimas—. Por favor, perdóname.
Él soltó suavemente mi
mano y la dejé caer.
—¡Tanto cuesta
perdonarme! ¡No es suficiente que haya venido hasta aquí! Ya no mencionaré a
los Romanov.
Se sentó en el taburete y
me miró serio.
—Nunca te pediría que los
olvidaras, te equivocas. Ni siquiera sabes que fue lo que tanto me dolió.
—Dímelo, entonces
–murmuré llorando.
—Aún me duele lo que me
hiciste Sasha –dijo sin apartar la vista de mí.
—Lo sé…
—No, no lo sabes. Porque
ni siquiera te das cuenta del verdadero problema. Ni Dimitri se ha dado cuenta
por lo visto.
—Si pudieras ser más claro
–balbucee.
—No. Eso no tengo que
decírtelo. ¿Debería enseñarte como debes amarme? ¿De qué forma? No… Eso debe
salir de ti. Y si no sucede es que… Nunca me has amado. Nunca tuviste confianza
en mí.
Arquee una ceja.
—¿De qué hablas, Mijaíl?
Bajó la vista y meditó
unos segundos. Levantó la vista y dijo con profunda tristeza.
—¿Tú crees que si
hubieras tenido confianza en mi amor tú me hubieras acusado de no hacer lo
posible por salvar a los Romanov?
—Sé que te fue imposible.
—¡Déjame hablar!
Asentí levemente.
—No, Sasha, tú problema
no fue razonar si llegaba o no llegaba a poder hacerlo. El grave problema es
que ni siquiera tenías que haber pensado que no intentaría algo que deseabas
con todo el corazón. De eso dudaste. No tienes confianza en mi amor. Lo mismo
ocurrió cuando apenas llegaste. No confiabas que iba a perdonarte,
¿verdad? Y no sabes cómo me duele.
—Yo…
La música de un móvil se
escuchó en algún lugar.
Él se puso de pie y
hundió una mano en el bolsillo de sus jeans. Sacó su móvil y atendió.
—Ster…
¿Perdón? ¿Ster era nombre
de mujer? ¿Qué hora era? ¿Las ocho de la noche?
Crucé los brazos a la
altura del pecho y escuché la conversación mientras él un tanto nervioso
paseaba por la cocina.
—Okay, por supuesto,
Ster. Pueden venir el fin de semana a casa. Discutiremos el tema. Okay, sí…
Estoy bien, no te preocupes, gracias.
Al arquear mi ceja ésta
se elevó mucho más de lo común. ¿Así que le preguntaba cómo estaba la tal Ster?
¡Qué bien! La que corría peligro era la desgraciada cuando la tuviera frente a
mí.
Me senté en el taburete
esperando que terminara la conversación…
Cuando escuché su “que
estés bien, Ster” con ese tono familiar pensé que sólo faltaba decirle, “buenas
noches amor”. Mi pecho se movía al compás de la respiración agitada… Con rabia…
Con dolor.
Cortó la comunicación y
guardó el móvil en el bolsillo. Con pasos agigantados se acercó a la puerta y
lo detuve.
—¿Es tu amiga?
Giró para mirarme con el
ceño fruncido.
—¿Siempre confiando en
mí? ¡Qué duermas bien!
Dicho esto desapareció y
me quedé sola en la cocina con una indignación y tristeza imposible de
descifrar.
Esa noche no dormí. Ni
esa ni ninguna otra que sucedió tras la llamada de esa Ster. No era que
necesitaba hacerlo siendo una vampiresa pero estar en vela con la cabeza a
punto de explotar no era agradable. Hacía varios días que me encontraba en la
isla y ni siquiera había salido a recorrerla. Mijaíl desaparecía varias veces
en el día y durante la noche se encerraba en su habitación, sí… esa con cama de
dos plazas que servía de adorno ya que le sobraría por todos lados.
Muchas horas pasaba
pensando en la última conversación que mantuvimos. Él dijo claramente, “me
dolió que no confiaras en mi amor”… No sabía que pensar, su acusación me
descolocaba.
Un atardecer tempranero,
de los acostumbrados en la isla, llamé a Natasha. Ella se puso feliz que
estuviera junto a su padre pero su alegría duró poco en cuanto le puse al tanto
de la situación.
“Parecen críos, mamá, por
favor”.
—Querida tú no entiendes,
ya no sé qué hacer. He venido hasta aquí con toda la humildad para pedirle
disculpas y está costándome no te imaginas cuánto. Esa Ster que no conozco…
“Tranquila mamá, es la
hija de András socio de Sebastien, me contó Lenya”.
—Eso no me da garantías.
“Mamá, todos ahí deben saber
quién es la señora Gólubev. Además por quien tienes que temer llegado el caso
es por el hijo, le gustan los chicos”. Rio.
—No sé…
“¿No confías en papá?”
De pronto la frase de
Natasha iluminó mi mente… “¿No confías en papá?” Eso había dicho ella… eso
reprochaba Mijaíl… Ahora o nunca era la oportunidad de demostrarle que creía en
su amor tan grande hacía mí.
“¿Mamá?”
—Sí querida, estoy aquí.
Anda cuéntame de tus hermanos.
Mientras mi hija me
contaba sobre las novedades en casa mis ojos dispararon hacia la planta de
arriba. Mijaíl no había llegado de estar con los obreros en la mina de carbón,
pero cuando llegara encontraría un par de diferencias interesantes.
…………………………………………………………………………………………….....
Era noche cerrada cuando
terminé de mudarme a la habitación de Mijaíl. En otra ocasión hubiera llorado
amargamente tirada en la cama pensando miles de cosas sobre él. ¡No más! Me
jugaba por su amor inmenso y no permitiría ni que celos ni malos pensamientos
jodieran mi cabeza. Él había hecho todo lo posible por salvarme y si hubiera
habido oportunidad Mijaíl hubiera regresado por los Romanov.
Observé la habitación. La
maleta totalmente desempacada y guardada mi ropa en el ropero junto a la de él.
La cama tenía las sábanas recién puestas y el rociador de perfume a lavanda ya
había hecho lo suyo en el ambiente. Hice a un lado las cortinas y pude ver la
hermosa aurora boreal atravesando gran parte del cielo oscuro intenso.
Vi un rodado parecido a una
furgoneta roja último modelo que estacionaba en las puertas de la cabaña. ¿Cómo
la había traído hasta aquí? Por un barco de gran calado seguramente.
Mijaíl bajó de la parte
de atrás y le siguió una mujer abrigada hasta las orejas y dos hombres. Uno de ellos
lo reconocí, era Finn. El hijo de András. Entonces ella sería la famosa Ster.
Tranquila Sasha no
arruines todo por tu inmadurez. Respiré profundo y me acerqué al gran espejo
que cubría una puerta del ropero. Me miré… Sí… Me había maquillado y mis ojos
celestes por las lentecillas resaltaban con el delineador negro.
Él había dicho algo del
fin de semana así que supuse que los había invitado a tomar algo a casa.
Estudié cómo lucía… Botas
de caña larga negras, jeans oscuro, suéter de Bremer color rosa.
Mis labios pintados de
rosa fuerte hacían juego con mi suéter y mi cabello suelto por fin lucía sedoso
después de aplicar la crema de aceite de lino que había traído desde Moscú.
—Listo –me dije.
Ensayé mi mejor sonrisa
y… Me jugué entera.
Al bajar la escalera los
hombres y la mujer me miraron. Mijaíl estaba sentado de espalda y creo que se
tensó. Sí… Por supuesto imaginaría, “ésta loca de mierda celosa que nunca
confiaba en mí hará un escándalo de aquellos”.
—¡Buenas noches!
Todos se pusieron de pie
de inmediato. Menos Mijaíl que tardó unos segundos en pararse lentamente.
—Oh, señora… —dudó el más
viejo que debería ser András.
Me acerqué sonriendo y
extendí la mano.
—¿Usted? No diga nada.
Señor András, socio de Sebastien. Soy Sasha Gólubev, esposa de Mijaíl.
—Oh querida, que placer
–estrechó mi mano—. Tenía ganas de conocerla después que Mijaíl nos ha hablado
tanto de usted.
—¿No diga?
Miré a mi marido y él
bajó la vista algo incómodo.
—¿A qué le ha dicho
maravillas de mí? No crea todo lo que le diga un hombre enamorado –sonreí.
—Pues viéndola puedo
creerle perfectamente. Es usted además de muy bella, refinada y elegante.
—Gracias.
Después dirigí la mirada
hacia los otros dos.
—Tampoco digan nada
–sonreí entusiasmada—. Hijos de András. Ah, ¿tú debes ser Ster?
—Sí, encantada —titubeó
ella.
—Y a ti te conozco.
Cuando llegué a la isla estabas con mi esposo.
—Sí señora Gólubev, me
alegro de verla bien.
—Gracias, eres un
encanto. Por favor, díganme que desean beber. Estoy familiarizándome con la
ubicación de todas las cosas de la casa pero ya me las apaño bien. ¿Verdad
querido?
Mijaíl me miró y abrió la
boca, indeciso. Después se apresuró a darme la razón.
—Claro, se la apaña muy
bien… siempre…
Sonreí.
Po favor póngase cómodos
traeré café y unos canapés, o si lo prefieren whisky.
—Gracias, señora Gólubev
–contestaron al unísono.
Durante el tiempo que
estuvieron András y sus hijos, las horas se pasaron muy rápido. Me sentí muy
cómoda y poco a poco aquello que había comenzado por un juego para vencer los
celos y ganar confianza, fue gobernando la mitad de mi corazón que faltaba
afianzar y de verdad sentí que no era necesario fingir mi seguridad. Sentía que
Mijaíl era mío, y era capaz de hacer cualquier cosa por mí… Ayer y por siempre.
En un momento pregunté a
Ster si no le importaba mostrarme la isla en uno de estos días. Ella aceptó
gustosa aunque hizo reparo en cuidarnos de los osos polares. La mirada de
Mijaíl se instaló en mí varias veces. Pero presentía que no era la misma mirada
de amargura y dolor que tenía apenas yo había llegado.
Igual… me la iba a hacer
difícil, si señor…
Cuando la visita se fue
de casa y partieron muy contentos de habernos conocido, Mijaíl subió a la
habitación. Lo seguí con la mirada y aguardé en planta baja su reacción. Él no
tardó en regresar y me observó desde el final de la escalera.
—Tu ropa está en mi
ropero. ¿Dormirás en mi habitación? –preguntó.
—Por supuesto, ¿dónde
quieres que duerma?
Frunció el ceño y se
retiró.
Regresó al par de minutos
con una manta amarilla.
—Dormiré en el sofá.
Observé el sofá de punta
a punta.
—¿Será cómodo, Mijaíl?
—No importa si lo es
–protestó.
Encogí los hombros.
—Okay, como gustes.
Subí las escaleras contorneando
la cintura y pensando, “ya verás lo confiada que soy, vendrás a mí amor mío, me
juego entera”. No porque yo era la terca… Sino porque él me amaba con todo el
corazón”.
………………………………………………………………………………………………...
Serían las tres de la
madrugada cuando cansada de dar vueltas en la cama decidí levantarme. Encendí
la luz del velador y me miré en el espejo. Mis pechos casi escapaban del escote
de encaje del sostén negro. Las diminutas bragas haciendo juego apenas tapaban
mi monte de Venus. Estiré la mano y cogí el albornoz a los pies de la cama. Me
lo puse sin atar y salí de la habitación en su búsqueda.
Bajé la escalera
sigilosa, despacio. La luz tenue de la tv y la estufa a leños iluminaban el
ambiente y en el sofá pude ver perfectamente a Mijaíl.
Estaba boca arriba con el
antebrazo tapando sus ojos de modo que sólo podía ver parte de su rostro. Sus
labios entreabiertos, el pecho moría en el abdomen plano, y la manta cubriendo
sus caderas no me permitía deleitarme con su virilidad. Su cuerpo relajado con
el sólo movimiento de su respiración acompasada me indicó que dormía.
Me acerqué para contemplarlo.
Ignoraba si iba atreverme a despertarlo. Tenía pánico que me rechazara.
Me acerqué más, despacio.
Mis pies descalzos se deslizaron por la alfombra sintiendo la superficie suave
y esponjosa.
La luz de la tv cambió
con la publicidad dando un tono más claro a la sala… Al estudiar su rostro
comprobé que tenía rastros húmedos que partían por debajo de su antebrazo y
morían en su boca… Lágrimas… Había estado llorando…
El corazón se me encogió.
Cielos… Juraba que no había querido nunca hacerle daño.
¿Qué hacía? ¿Me retiraba
en silencio y evaluaba si quedarme o no en la Isla? ¿O lo despertaba y le pedía
perdón nuevamente?
Eché la última mirada a
ese macho tan fuerte y valiente que había vivido a mi lado por más de noventa
años. El mismo que cazaba con la eficiencia del mejor depredador. El que
asesinaría por mí y nuestra familia. Pero también el mismo que se derretía en
mis brazos cuando hacíamos el amor. Al que mis miradas lo convertían en el más
esclavo de los vampiros cuando nos consumía la pasión.
Me retiré despacio, sin
hacer ruido. Giré sobre mis talones y enfilé con cuidado hacia la escalera. La
hiel de mi garganta subió y mis ojos se llenaron de lágrimas. Hasta que su voz
me detuvo en la mitad de la sala.
—No te vayas.
De espaldas a él cerré
los ojos, fuerte.
¿Había dicho que no me
fuera? ¿Había sido una alucinación?
—Por favor, no te vayas
–repitió.
Abrí los ojos y me di
vuelta hacia él. Inmóvil, aguardé el próximo paso.
—No tienes idea el
infierno que pasé todo este tiempo sin ti.
—Lo siento tanto. Te he
extrañado cada minuto del tiempo que estuvimos sin vernos –murmuré.
Me miró fijo. Sus ojos
brillaron húmedos a la luz de las llamas.
—Ven… Ven aquí.
La invitación llegó de su
boca como la sentencia de sobreseimiento para aquel que está acusado de delito.
Se hizo a un lado
haciendo lugar en el sofá y me apresuré sin perder tiempo. Ya habíamos perdido
demasiado… Aunque fuéramos inmortales.
Él levantó la manta y me
acosté a su lado. Moría por abrazarlo sin embargo sabía que no nos habíamos
dicho todo. Me recosté de perfil frente a él y Mijaíl hizo lo mismo mientras me
tapaba con la manta. Nos miramos en la penumbra por unos segundos, en silencio.
Mis manos unidas a la
altura del pecho querían volar y revolotear como mariposas por ese cuerpo
escultural. Pero esto no se trataba de sexo y lujuria, se trataba de amor, así
que resistí.
Él comenzó hablar con una
voz cargada de angustia…
—Cuando te salvé la vida
y te llevé conmigo… tenía la firme idea de convertirte inmediatamente. Sentía
unos celos terribles de cada humano macho que se aproximaba aunque fuera a
preguntarte por una calle. Te veía tan bella, tan perfecta, aún te veo así…
Sonreí.
—Día a día luchaba por
contener esa inseguridad maldita de pensar que quizás, estabas junto a mí
porque no te quedaba otra. Podía ser por puro agradecimiento. Lo peor… Que
jamás lo sabría… En medio de tanta tortura decidí hablar con él… con el más
sabio de los vampiros. Viajé a las cumbres a encontrarme con Adrien… Le conté
cómo me sentía y le rogué que me diera la autorización para convertirte. Hacía
seis meses que estábamos juntos, era tiempo suficiente para conocerte y saber
que era lo que deseabas. Recuerdo… —tragó saliva y sus ojos miraron un rincón
indeterminado del techo—. Recuerdo que me dijo, “¿por qué quieres convertirla
para sentirte seguro de su amor? No lo lograrás con ese acto.” Yo le pregunté,
“¿entonces Adrien, cómo voy a saberlo si me ama como yo a ella?” Él sonrió y
contestó, “¿no sabes leer sus ojos? Porque si no sabes hacerlo entonces no la
amas.” Desde ese día me dediqué a estudiar tu mirada, tus gestos, el brillo de
tus ojos cada vez que me mirabas. Entonces, estuve seguro que eras mi hembra
para toda la vida. Sin embargo… mi temor creció un tiempo atrás al darme cuenta
que quizás eras tú la que no sabía leer mis ojos y comprender que hubiera hecho
cualquier cosa por ti, por consiguiente, no me amabas.
Cerré los ojos, fuerte, y
una lágrima rodó por la mejilla.
—Sí… —murmuré, y mis
labios temblaron—. Te amo tanto. Yo… Estoy segura de tu amor. Te lo juro.
—¿Cómo creerte, Sasha?
Abrí mis ojos y nos
miramos…
—¿Cómo? Como dijo Adrien.
Me tienes aquí, tan cerca. Mira mis ojos.
Enderezó su cuerpo
mientras su iris púrpura oscurecía. Me hundí en la mirada… Lo amaba tanto…
Al trascurrir un tiempo
interminable de miradas encontradas las yemas de mis dedos acariciaron sus
labios.
Se estremeció pero no
apartó la mirada.
Yo no le temí a su
estudio minucioso. No había hembra en esta tierra que lo quisiera con todo el
corazón. Moriría sin él…
Poco a poco entornó los
ojos e inclinó el rostro buscando mi boca.
Mis brazos lo
rodearon y lo acercaron a mi cuerpo.
Al abandonarme a su beso
abrí mi boca y él metió la lengua buscando la mía, lento. Acomodé mi cuerpo
escurriéndome por debajo de él. Ambos gemimos mientras nos saboreábamos
despacio, profundo. Sus caderas se movieron buscando que mis piernas se
abrieran para él. Rompió el beso con la respiración agitada. Sentí su mano tan
deseada acariciar una de mis piernas y detenerse a la altura de los muslos.
Volvió a deslizar la mano hasta la pantorrilla y cogió mi pierna para apoyarla
en el respaldo del sofá. Quedé abierta, expuesta ante sus ojos, a no ser por
las bragas que cubrían mi intimidad. Se acomodó mejor para continuar el beso a
medida que su sexo endurecía.
Nos miramos a los ojos…
—Te amo, Mijaíl –jadee.
—Yo también, mi amor
–contestó.
Y fue la primera vez que
sentí entrar al paraíso antes de tener un orgasmo.
Mijaíl.
Jamás hubiera imaginado
que el tema de los Romanov era la punta del iceberg y destapara un conflicto
tan profundo y escondido. Es que si ella no confiaba en mí, ¿que quedaba de
nuestro amor? No se trataba de los celos cotidianos y hasta simpáticos que uno
podía sentir al ver que su macho podía ser atraído por otra hembra. No… Era la
falta de seguridad del propio amor. Yo hubiera bajado al mismo infierno por
ella si era necesario y Sasha no debía dudar jamás de ello.
Nunca había llorado por
una hembra y eso que muchas veces en tiempos de antaño creí haberme enamorado
de alguna que otra. Pero ella era distinta. Vivir sin Sasha hubiera sido un
calvario que hubiera terminado con el mismo desenlace que Adrien. Estos dos
meses y medio buscaba la soledad para que mis lágrimas no las descubriera nadie
más que yo.
Pero ahora estaba en mis
brazos, sus ojos me dijeron que me amaba como el primer día, que no dudaría de
mi amor y de lo que sería capaz. Ahora… Ambos habíamos quebrado la fina línea
del orden y la estabilidad para confiar como los amantes eternos que éramos.
Sus pezones endurecidos
bajo el encaje raspaban contra mi pecho y arrancaban una sensación de placer
como tantas veces había sentido. Necesitaba meterlos en la boca, lamerlos,
chuparlos, morderlos, tal como le gustaba.
La miré a los ojos
febriles, ahora con otro brillo que daba la pasión.
Enganché la tela del
sostén liberando sus preciosos pechos. Ella se arqueó ofreciéndomelos y yo no
tardé en reaccionar y cumplir el deseo.
Se retorció bajo mi cuerpo
provocando que la erección que crecía a pasos agigantados llegara a su punto
máximo. No podía estar más duro. Tantas ganas acumuladas por semanas y ahora
desbordadas sobre el sofá.
Con una mano amasé su
pecho con firmeza como a ella le agradaba mientras mi boca se cerraba sobre el
otro pezón. Conocía de memoria sus gustos y ella los míos. Por eso cuando sus
dedos se escurrieron hasta la entrepierna y cogió decidida mi falo, jadee
contra la protuberancia rosa y tironee suavemente hasta hacerla gemir.
—Mijaíl –susurró agitada.
Sonreí a medida que
resbalaba mi boca hacia sus bragas.
—Lo sé, no tienes que
decirme lo que quieres.
El talón de su pie
descansaba en el respaldo. La había acomodado en esa posición para que
estuviera abierta para mí, para mi boca hambrienta de sus rincones.
Sasha estiró sus brazos
por encima de la cabeza y cerró los ojos. Los labios los tenía apenas
entreabiertos. No dudaba que deseaba lo que yo estaba a punto de hacer.
Comérmela toda.
Dos de mis dedos
recorrieron la hendidura a través de la tela negra y noté como se empapaban por
su excitación. Estaba preparada y lista para que la penetrara pero deseaba
disfrutarla toda. Había extrañado cada parte de su cuerpo.
Bajé mi boca lo
suficiente para quedar a la altura mientras arrancaba la poca tela que cubría
mi ansiado manjar. El aroma de las hormonas femeninas alargaron mis colmillos y
el calor de la sangre fluyendo por cada arteria hizo que un gruñido saliera de
mi pecho estremeciendo la sala.
Ella levantó la cabeza y
sonrió satisfecha al mismo tiempo que dos puntas blancas y filosas se asomaban
por sus labios carnosos.
Mi boca acompañó el
vaivén desenfrenado de sus caderas mientras mi lengua entraba y salida de la
cavidad empapada. Los gemidos de Sasha parecían ecos de los míos y el ambiente
en poco tiempo se llenó de jadeos y gruñidos que darían envidia a la más
caliente película porno.
En el instante que mi
sexo se hundía en ella, mis ojos nuevamente se encontraron con los de Sasha.
Tras el fuego que nos consumía, gritando de placer, pude acurrucarme en esa
mirada que me regalaba. Mirada de confianza y seguridad en lo que cada uno
sentía por el otro. Simplemente en una mirada de verdadero y eterno amor.
Ahh Lou que bueno que no dejaste el capitulo donde pensabas dejarlo jeje, me gusto bastante y esta parejita se merece ser feliz y buena reconciliación jiji, gracias por el capitulo, saluditos!!
ResponderEliminarUy adoro Mijail ojala su reconciliación con Sasha dure y restablezcan la confianza como pareja. Genial capítulo
ResponderEliminarHola, Lou... Ya me he enterado por qué discutían Numa y Rose... En fin, pronunciar el nombre de otra mujer es motivo de grave discusión, sí ;-)
ResponderEliminarMe ha encantado el viaje hacia la Isla del Oso, y la escena de la ballena
Yo creo que cuando Mijail ha dicho que llevaba dos meses y medio, y seis horas, con la mitad de su corazón ya lo ha dicho todo
También se ha preocupado mucho cuando Sasha se quema la mano
Y me parece que Sasha le ha demostrado que confía en él y que lo ama
Ha sido un capítulo precioso porque el Amor ha vencido... me ha encantado
Besos
hola Lou, muy gratificante tu capítulo, gracias,,,saludos
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