Besotes y miles de gracias.
Capítulo
58
La cabaña.
La cabaña.
George.
Había sido un día muy
difícil para mí. En mi vida hubiera imaginado que tendría que despedirme de las
paredes de mi hogar. Esas que tantos recuerdos guardaban. La había hipotecado
para llevar adelante la enfermedad de Drank y de hecho hace dos semanas se
había cumplido la fecha para levantar la deuda sin buen resultado.
Haber hipotecado
nuestra casa fue doloroso que no es lo mismo que arrepentirse. Yo jamás me
arrepentiría de hacer lo imposible por mi hijo. Ahora debía sólo guardar
aquellas memorias de una vida alegre y dichosa para usarlas cuando me
encontrara abatido y sin fuerzas para contagiar a mi hijo. Él debía estar
tranquilo sin preocupaciones. Dicen que los disgustos aceleran la enfermedad y
perjudican la salud.
¡Qué día difícil y
desgarrador hoy! Aunque si debo ser sincero no había sido fácil, no. Sin
embargo miento, desgarrador no lo creo. Porque ya sabía lo que era sentir el
corazón desgarrado y esta mañana no había sentido nada parecido.
Desgarrarse significa
que tu cuerpo se separé en pedazos comenzando por tu corazón. Y fue ese día que
entraba al hospital a ver a Drank después de un mes de permanecer en terapia
intensiva. Recuerdo que caminaba por el pasillo hacia mi destino cuando Nina,
la bella enfermera que había tenido una historia con mi hijo, salió a mi
encuentro con un paquete.
La miré y saludé con una
sonrisa. Ella se acercó más pero no sonrió.
—George –me dijo casi
en un susurro—, este paquete contiene la ropa de Drank. Con ella entró al hospital.
También están sus zapatillas.
—Ah… Pero… las
necesitará cuando salga de aquí.
Ella bajó la vista y se
mantuvo en silencio.
Unos segundos bastaron
para darme cuenta del significado de que el hospital me devolviera las prendas…
Drank no saldría caminando de aquí.
Cogí el paquete y lo
apreté contra mi pecho. Aun ante la clara evidencia tuve que aferrarme a la
esperanza y fe. Si no lo hacía Drank notaría mi rostro desencajado por el
dolor. Yo no quería eso…
Ahora, después de un
tiempo me encontraba cogiendo el mismo ascensor hacia el mismo piso de terapia
pero con la honda tristeza que me embargaba. Decir que había perdido la fe a
mis oídos sonaría como no buen creyente, por eso casi nunca pensaba en ello. La
vida hace meses pasaba por mi lado sin detenerse. Un muerto en vida, sí… así me
definiría.
Hoy a la mañana cuando
el rematador llegó con unos posibles compradores, yo ya estaba sentado en el
banco afuera en el jardín, esperando lo inevitable. Tenía a mi lado un bolso
inseparable que contenía fotos y recuerdos de Hilary y de Drank.
Por suerte la
inmobiliaria me permitió quedarme en casa hasta que surgieran interesados y se
convirtieran en nuevos dueños. Es que en Drobak a Drank y a mí nos conocían de
hace tantos años. Pescadores, carpinteros, feriantes, choferes de autobuses,
profesores y maestros, los monjes de la iglesia… Esa a la que no pisé jamás
desde hace meses.
El rematador, Jonathan
Belt, había bajado de su coche, un Fiat último modelo, y me miró con cierta
vergüenza. No entendía el porqué, él sólo estaba haciendo su trabajo. Después
de Jonathan bajaron del asiento trasero una pareja de alrededor de treinta
años. Ella lucía un abrigo muy bonito, debía ser costoso. De la mano tenía
sujeto un niño cercano a los cinco años. El que debería ser su marido bajó
vestido con traje gris y un maletín muy similar al del rematador.
Me puse de pie y eché
un rápido vistazo a mi vestimenta. Vestía simple pero pulcro. Unos jeans, mi
camisa burdeos, y mis únicos zapatos. Fingí una sonrisa mientras me acercaba.
Debía ser amable, era lo justo con esas personas. Después de todo no tenían la
culpa que la vida se había ensañado conmigo.
—Buenos días, George.
Aquí estoy acompañado del señor y la señora Linch, como habíamos quedado. Si
les gusta tomarán posesión de la casa este fin de semana.
—Oh claro, Jonathan.
Extendí la mano y lo
saludé al igual que al hombre de traje.
Ella inclinó con
cortesía la cabeza y se dedicó a estudiar cada centímetro de la fachada. El
niño comenzó a tironear de su mano con deseos de soltarse y correr por el
jardín.
—¡Quédate quieto!
–protestó y lo sujetó con más fuerza.
—¿Podemos pasar?
–preguntó amablemente el caballero.
—Por supuesto –respondí
señalando la puerta de entrada.
Jonathan se hizo a un
lado e invitó a la señora Linch a pasar primero sin embargo ella se detuvo y
con ojos asombrados comentó…
—Oh, ¡cuántos árboles tiene
en el lateral izquierdo!
—Ah… Sí, los plantamos
con mi mujer. Ella falleció hace años. Menos ese –señalé el nogal de tres
metros y medio que se alzaba apenas con sus ramas grises y retorcidas—. Ese
árbol lo plantó mi hijo cuando tenía seis años. Parece que las tormentas lo van
a vencer pero nunca se doblega –sonreí.
—Los chicos les gusta
la naturaleza –apoyó Jonathan.
—Dígamelo a mí –dijo el
señor Linch.
De pronto la memoria me
trajo a Drank ese mediodía junto al retoño de árbol, con sus manos llenas de
tierra negra y húmeda.
—Papá, ¿mañana estará
alto como yo?
Yo que había ayudado a
cavar con la pala el pozo donde había sido plantado, reí al verlo con sus
mejillas coloradas por el esfuerzo. Tenía los rizos cobrizos que rozaban sus
hombros y los ojos muy azules.
—No Drank, hay que
esperar un tiempo para que te alcance.
—¿Eso por qué, papá?
—Porque la naturaleza
se toma su tiempo para hacer las cosas bien.
Él miró las ramas
delgadas que se abrían como abanico y cerró un ojo molesto por el sol que
despuntaba fuerte.
—¿Y cuándo dará nueces?
—Pues para eso falta
mucho.
—¿Después que nos
visite Santa Claus?
—Nooo –volví a reír—.
Eres muy impaciente, Drank. Santa Claus vendrá decenas de veces antes que
pruebes una nuez de este árbol.
—¿Y si muero y no llego
a probar las nueces?
—¡Hijo! ¿Cómo se te
ocurre ese disparate? Tú vivirás para comer muchas nueces, muchos años.
—¿Cuántos papá?
—Puf, quizás noventa y
pico de años.
Noventa y pico de años…
No, mi Drank no viviría si quiera para llegar a los treinta.
La señora Linch llamó
mi atención con una pregunta.
—Dígame, ¿se llevará
esas macetas hechas en madera que cuelgan en las ventanas? Porque son
bellísimas.
—Gracias, las hice yo.
Puede quedárselas, igual que los muebles, si le gustan.
Después que ella
recorrió parte del jardín lleno de flores a pesar que ya lo tenía un poco
abandonado decidió pasar al interior de la cabaña. Observó y estudió cada
detalle de cada rincón, donde cada uno de ellos tenía un recuerdo imborrable
para mí. Me di cuenta que nunca un comprador vería con ojos cálidos lo que
ofrecía un vendedor, menos si había sido parte de su vida. Era de esperar, no
comparten los mismos sentimientos. La pareja entró a la cocina y quedó
fascinada con el mueble de la encimera.
—¡Qué bonito! ¿Es
artesanal?
—Sí señora, lo hice yo.
—¿Es roble? –preguntó
él.
—No, es cedro. El roble
no tiene color rojizo sino cercano al marrón claro.
—Oh…
Mis ojos se detuvieron
en los dos taburetes vacíos junto a la encimera… Recordé aquella noche que
Drank me esperó hasta muy tarde para hablar cosas de hombres. Tenía catorce
años.
Sonreí.
Era muy tímido y habló
con tanto rodeo al principio que no adivinaba que necesitaba saber.
Al fin le dije… “¿hijo,
quieres preguntarme sobre sexo?”
El murmuró un trémulo,
“si”.
Estuvimos hablando hasta
las dos de la mañana y eso porque Drank tenía que madrugar para ir al
instituto. Lo que quedó grabado en su cabeza es el consejo que le di además de
que siempre se cuidara y usara protección, le dije… “Drank, tendrás dos tipos
de mujeres en tu cama y tendrás que saber reconocerlas. Unas son por diversión
y te entregarán sólo el cuerpo, y otras serás chicas recatadas que esperen algo
serio de ti. Ambas clases de mujeres son muy distintas pero siempre sea la
clase de mujer que sea deberás tratarlas con respeto, no lo olvides….”
De pronto la garganta
se me hizo un nudo pensando en todos los sueños que ya no podría cumplir. El
gran amor por Liz, el proyecto de tener una familia y darme nietos… Nada, nada
quedaba de esas ilusiones. Lo que más dolía era que Drank se daba cuenta de
ello. A veces lo prefería inconsciente para que su cabeza no diera vueltas y
vueltas pensando en su final.
Me aparté unos segundos
con los ojos enrojecidos. Caminé en silencio y me recosté en el marco de la
puerta de la habitación de mi hijo. Aún estaba armada desde la última vez que
había pisado la casa.
Sequé las primeras
lágrimas tratando de recordar alguna anécdota que me hiciera sonreír. En
realidad la que primero me vino a la mente no fue muy cómica. Al contrario, fue
una de las veces que me puse furioso con él.
Si mi memoria no
fallaba fue un verano de julio que me levanté a beber agua fresca debido al
calor. Al pasar por la puerta de la habitación de Drank escuché lo que parecían
ser claramente gemidos de una señorita. A decir verdad no era la primera vez
que escuchaba ese tipo de sonidos en el cuarto de mi hijo. Esa madrugada volví
a la cama enojado pero esperé hasta el otro día cuando ambos aguardábamos en la
parada el autobús para hablar con él.
“¿Tú crees que tu casa
es un prostíbulo? ¿Te has vuelto loco?” Le reclamé.
Él rodó los ojos y
bufó.
“¡No bailes los ojos ni
bufes, jovencito! ¡Nuestra casa tienes que respetarla! ¿Me has entendido?”
Él contestó, “pero papá
somos dos hombres, mamá no vive, ¿cuál es el problema?
“El problema por si no
lo sabes es que no es grato levantarse a media noche y escuchar esos gemidos
bajo el techo de mi casa. ¡La respetas, Drank! ¡Qué sea la última vez que tomas
tu hogar como un prostíbulo!”
“Papá, no tengo tanto
dinero para pagar hoteles a menudo”.
“¡Pues, folla menos!
Casi rio pensando en la
escena de esa mañana… De pronto, la tristeza retornó a mi corazón y me dije a
mí mismo, “¡qué daría querido hijo porque volvieras a tus andadas! ¿Crees que
ahora me importa el respeto al hogar? No Drank, volvería el tiempo atrás y
trataría de no discutir nunca contigo.”
Suponía que toda
persona se sentiría así, llena de reproches y arrepentimiento. Aun sabiendo que
en el pasado sólo intentó educar y hacer las cosas bien.
—¿Cómo sigue tu hijo,
George?
Vi a Jonathan junto a
mí con una carpeta roja entere las manos.
Lo miré a los ojos y
negué con la cabeza.
Él palmeó mi hombro y
murmuró, “lo siento mucho”.
Cuando la señora Linch
aparentemente había terminado su inspección mientras su marido y Jonathan
arreglaban asuntos, deslizó la palma de su mano por la tela del viejo sofá
frente a la chimenea.
—No voy a quedarme con
los muebles,son algo rústicos y viejos. Puede llevárselos todos.
Miré el sofá de
estampado floreado en beige y chocolate.
—Ese sofá me trae muchos
recuerdos, mi hijo se sentaba a estudiar largas horas allí, en invierno, frente
al fuego. No quisiera que lo tiraran a la basura. Yo no puedo llevarme nada
porque viviré en una pensión. Sin embargo la entiendo, debe querer decorarla a
su gusto.
Noté que Jonathan
hablaba algo por lo bajo con el hombre e inmediatamente el señor Linch se
dirigió a mí.
—No nos desprenderemos
del sofá. Yo le encontraré algún uso.
—Gracias señor.
Ella arqueó la ceja con
disgusto y protestó pero calló la boca ante un gesto de su marido.
—La cabaña parece
confortable, está bien construida –continuó él.
—Sí, era pequeña pero
la amplié cuando nació Drank, mi hijo.
—Comprendo.
De pronto el ruido de
un motor fue escuchándose más nítido hasta que pareció detenerse muy cerca.
Observé tras la ventana
y pude ver el pequeño camión de Billy Jul, un amigo desde hace años. Era pescador y
trabajaba casi de sol a sol para mantener a sus cinco hijos y a su mujer. Tenía
una bonita familia.
Después que pedí
disculpas por abandonar la reunión salí al jardín avanzando hasta la calle
empedrada.
—¿Qué te trae por aquí
Jul?
—¡George! –cerró la
puerta del camión y se acercó—. Vamos, dame una mano. Subamos los muebles.
—Pero… No puedo
llevarlos… Alquilaré una habitación en la pensión de Susan.
—Ya lo sé. ¿Crees que
en el puerto no nos enteramos de todo? Por eso estoy aquí. Smith me dijo tu
situación.
—¿El patrón?
—Sí. Vamos no perdamos
tiempo. Corina te espera a comer, sabes que a “la tana” no la puedo hacer
esperar. Dirá que estoy revolcándome con una prostituta.
Reí.
—Vale… Pero dónde los
pondremos.
—Conseguimos un galpón
a media manzana del puerto. Hablamos con el dueño. Dijo que no había problema.
Yo era un viejo triste
y agotado pero no un tonto.
—No me engañes Jul,
¿cuánto has pagado por el alquiler de ese depósito?
Hizo un gesto con la
mano restando importancia.
—Lo pagamos entre todos
los muchachos, no te preocupes, son monedas.
Arquee la ceja pero no
dejó que continuara mi protesta.
—Te diré algo viejo
cabrón, espero que cuando Corina sirva la mesa tu y yo estemos sentados con las
manos lavaditas de lo contrario tendrás que escucharme.
—Vamos –sonreí—.
Gracias Jul.
—Los amigos no
necesitan agradecer. Es la ley de la amistad. Hoy por ti mañana por mí.
Cuando Corina recogió
la mesa Jul encendió un cigarro extendió la cajilla ofreciéndome uno.
—Gracias.
Lo cogí entre mis dedos
y acepté en encendedor.
De inmediato Corina se
asomó por la puerta que daba a la cocina.
—¡Jul! ¡Ni se te ocurra
fumar aquí! ¿Has escuchado? Vete al jardín.
Mi amigo rodó los ojos.
—¡Mujeres! Cásate y
sufrirás la condena eterna –murmuró.
—¡Te escuché, Jul! —gritó
ella mientras se escuchaba el grifo abierto del agua.
Sonreí.
—Ven, vamos a fumar
afuera.
Me puse de pie y en voz
alta agradecí a Corina por las pastas tan ricas.
Hace mucho que no comía
bien. Tenía que ahorrar todo lo que podía por si Drank necesitaba algún dinero
extra. Aunque mi bella Liz no dejaba que pagara las medicinas.
Al sentarnos en unos
troncos en el jardín me dedique a fumar con mi amigo.
—Corina hará café.
—Gracias pero no
tardaré en irme.
—Pero si me has dicho
que durante el día la amiga de Drank está permanentemente con él. Tranquilo.
—No, no es eso… Debo
arreglar lo de la pensión.
—Amigo, lamento no
poder hacerte lugar, sabes que no lo tengo en esta cabaña de muerte.
—Lo sé, Jul. Demasiado
has hecho por mí.
—Nunca es demasiado
para un amigo.
—No te preocupes me las
arreglaré.
—¿Y la tal Liz? Tiene
una casa bonita. Vive sola. Ha regresado de vivir en otra ciudad, ¿no es
cierto?
—Sí, ha regresado.
Vivía muy bien con su prima, creo que en Kirkenes. Pero… No puedo pedirle
alojamiento. Ella vive con un hombre. Lo he visto en el hospital varias veces,
acompañándola. No… No quiero importunarla y además no me sentiría bien
conviviendo con ese muchacho. Después de todo está ocupando el lugar de Drank.
Tú sabes, siempre soñé que fuera mi nuera.
—Ah… La vida es una
mierda a veces…
El silencio reinó por
un buen rato mientras fumábamos.
—Pronto llegará el
invierno como siempre –dijo él, observando la alfombra de hojas de los cipreses
de la vereda.
—Sí, pero no será como
siempre… Drank… Ya no estará junto a mí.
La garganta se hizo un
nudo y no pude evitar estallar en llanto. Sentí la mano de Jul en el hombro…
—Amigo mío, daría lo
que fuera porque no estuvieras pasando por esto.
—Lo sé –dije secando
mis lágrimas—, ¿aunque sabes que es lo peor Jul?
Negó con la cabeza,
apenado.
—Que no sé qué hacer ni
que pensar. A veces –continué agobiado deseando desahogarme—, pienso que los
milagros pueden existir y el corazón de mi hijo aún late. Después… tengo días
en los que lo veo sufrir y la esperanza me abandona por completo… ¡Dios! Quiero
que parta de una vez. ¡Jul! ¿Te das cuenta? Deseo la muerte de mi hijo.
—Te entiendo…
—¿Por qué, Jul? ¿Por
qué a Drank? No se merece este final.
Estallé en llanto y mi
amigo me abrazó.
Fue un abrazo
contenedor como queriendo darme la fuerza. Nada aliviaría mi pena infinita. Sin
embargo, no había lugar mejor en este momento que llorar en brazos de un buen
amigo.
Mis ojos quedaron en
blanco mientras Bianca cabalgaba desnuda sobre mí. Sus pechos en suave vaivén
acompañaban el movimiento de sus caderas. Arremetía contra mí como si esta
noche fuera la última que iríamos a hacer el amor. Sin embargo siempre era como
si fuera la última vez. Así vivía ella la vida y yo… Y yo me dejaba llevar por
esa locura.
Los testículos se
llenaron y la piel se tensó…
—Ahora cariño… Voy a
llegar…
Ella tenía la cabeza
levemente tirada hacia atrás y sus manos aferradas en mis hombros. Las puntas
de sus cabellos rozaban mis piernas, entonces se irguió y me miró a los ojos.
Esos ojos borgoña que ahora despedían chispas de fuego.
Sonreí envuelto en el
placer inminente que crecía a pasos agigantados. Cada célula de mi cuerpo
estaba al servicio de ella, entregado como quien espera una sentencia que ya
conoce que le darán. Una dulce y maravillosa sentencia.
—Más fuerte –susurré
agitado.
Esos pechos bajo mis
manos, tan firmes, la piel blanca y cremosa, esos pezones duros que hasta hace
minutos había saboreado hambriento.
Tomó mis manos y las
posicionó a cada lado de mi cabeza sobre la almohada tomando el dominio.
¿Alguna vez no había tenido el dominio sobre mí? Nunca. Ella siempre fue mi
dueña, mi ama. Dentro y fuera de la cama. Bianca era mi dueña y señora en la
vida, a cada paso. Aunque discutiéramos y yo fingiera con ese orgullo absurdo
que podía controlar estar lejos de ella.
—Mi amor… susurró.
Se inclinó hacia mi
pecho sudoroso y palpitante y arremetió con fuerza y rapidez.
—¡Oooh siiii! –exclamé—
¡Por favor no te detengas!
Mis colmillos afilados
sobresalieron y fueron el marco de mis gemidos sonoros. No importaba que la
mansión escuchara mi rendición, que el mundo escuchara que estaba perdido y
rogando por su placer. Pero faltaba algo para que fuera la escena perfecta… Que
ella llegara al éxtasis junto a mí.
Me incorporé sin dejar
de penetrarla profundo y me senté con ella entre las piernas.
Bianca dio un quejido
ahogado y se acomodó. Nos comimos con un beso interminable de pasión, aunque
sobre todo de amor. Sí… Porque la amaba con cada fibra de mi cuerpo.
Ella se quejó por el
goce que seguramente avanzaba en sus entrañas. Mis brazos la rodearon y
nuestras lenguas se enredaron acompañando las embestidas ahora salvajes.
Mi rugido y su extenso
gemido marcaron el instante culminante del acto en un orgasmo compartido y
arrollador.
—Cariño… susurré.
—Te amo, Sebastien...
Temblé de pies a cabeza
en esa deliciosa sacudida que descolocaba hasta los huesos. Ella me siguió a
los segundos. Diferencia de tiempo que sirvió para que fuera yo quién
disfrutara de ese gesto delicioso de la entrega.
Nuestras frentes se
unieron y jadeamos tratando de recuperar el aire de los pulmones. Pero no por
mucho tiempo. Cuando sus ojos borgoña se abrieron para hundirse en mi iris
susurró…
—Quiero que tomes por
detrás.
Las yemas de los dedos
retiraron hebras despeinadas de su cabello azabache del rostro y la miré fijo.
Mientras yo sonreía la
sangre se calentaba nuevamente como si no hubiéramos compartido hasta hace sólo
un momento el paraíso.
—Me tienes loco
–murmuré contra sus labios—. Te tomaré por donde quieras.
Me moví lentamente para
no romper la magia ni el deseo. Me puse detrás de ella y giró la cabeza con una
sonrisa perversa.
—¿Quieres matarme esta
noche? –pregunté.
—Sí, siempre y cuando
sea entre mis brazos –contestó con la respiración agitada.
Ver su trasero perfecto
ante mis ojos fue la cerilla encendida para una hoguera que nos consumía.
¿Siempre sería así con
ella? ¿Nunca dejaría de desearla hasta desfallecer? No… Nunca.
Acaricié sus nalgas
redondas y firmes mientras mi sexo friccionaba contra su piel endureciéndolo como
piedra. Lo guié hasta su entrada y lentamente empujé esperando alguna queja o
arrepentimiento de parte de ella. Por el contrario, retrocedió provocando que
mi miembro entrara de una estocada.
—Mierda… Esto… Esto es…
está muy bueno… —jadee.
—Fuerte… Me gusta
fuerte –animó.
Seguí sus órdenes como
si fuera un soldado a su capitán. Entraba y salía despacio pero constante sintiendo
la fricción de esa nueva estrechez, gimiendo, murmurando palabras incoherentes.
Estaba matándome de placer y yo gustoso.
Una de mis manos se
apartó de la cintura para deslizarla por el monte de Venus. Acaricié la piel
íntima y tersa con movimientos circulares, pellizcando el clítoris.
—Siii… —gimió—. Eres un
Dios.
Dos de mis dedos
resbalaron hasta alcanzar lo que deseaba. Los metí lento y profundo dentro de
ella imitando los movimientos constantes de mi miembro apretado por su canal
empapado.
Gritó de placer y eso
me encendió más…
—Así cariño… Entrégate
toda a mí…
Se retorció de goce
sacudiéndose en forma violenta por largos y deliciosos segundos.
Cuando estallé una vez
más grité su nombre no sé cuantas veces. Es que Bianca lograba que despegara de
la tierra y cayera vertiginosamente entre espasmos de placer.
La abracé sin salir de
la posición y recosté mi cabeza en su hombro a la vez que acariciaba dulcemente
sus pechos.
—Mi amor… fue…
maravilloso.
Sonrió de lado.
—Para mí también. Te
amo amor… te amo.
Esa noche dormí
profundamente. Hubiera sido un sueño tranquilo y reparador sin embargo no lo
fue. Mi padre surgió de la nada en territorios de Morfeo y no fue precisamente
para decirme que me extrañaba…
Fue tan vívida su
presencia que fue imposible no angustiarme.
“Papá… ¿Qué haces aquí?
¿Estás bien?”
Él me miró serio. Como
lo hacía antes de reprocharme alguna acción.
“No Sebastien, no estoy
bien”.
“¿Qué puedo hacer por
ti? Dime, por favor.”
“Scarlet…”
“Otra vez te preocupas
por ella. Cuando vas a dejar de consentirla. Tienes dos hijos por quienes debes
estar feliz.”
Él frunció el ceño
disgustado.
“No Sebastien. No tengo
dos hijos, tengo tres. ¿Cuándo vas a darte cuenta que no hay diferencia en lo
que siento por ustedes y por ella?”
“¡Eso no es cierto!
Lenya y yo somos tus hijos de sangre, no puedes hablar así.”
“¿De veras, Sebastien?
¿Crees que hay alguna diferencia?"
“Por supuesto”.
Él calló, me miró fijo
para después hacerse a un lado para que mis ojos tuvieran mejor perspectiva del
lugar. En un rincón entre penumbras y claro oscuros, Numa me miraba con tristeza.
El corazón se partió en
mil pedazos y grité.
“¡No es lo mismo!”
“¿Por qué hijo mío?
¿Por qué tiene que ser distinto a lo que tú sientes por Numa? ¿Acaso no lo amas
como si fuera tu sangre?”
“Sí, sí, claro que sí.
Amo a los dos por igual. A Douglas y a él.”
Sonrió con tristeza.
“Entonces Sebastien,
comprende lo que siento. No es tan difícil si busca en tu corazón”.
Dicho esto desapareció
y desperté sobresaltado.
La habitación estaba a
oscuras y Bianca dormía.
Me senté en la cama
despacio para no despertarla y fui deslizándome hasta ponerme de pie. Mis ojos
dejaron caer unas lágrimas… No sé si de vergüenza por haber actuado como hasta
ahora. ¿Había sido tan difícil entenderlo cuando yo daba la vida por igual por
cualquiera de mis dos hijos? Había sido un necio…
Me puse la bata y salí
de la habitación. Caminé hasta estar frente a la puerta del cuarto de Scarlet.
Golpee tres veces llamándola pero ella no abrió. No querría verme seguramente.
Hablé cerca de la
puerta, recostado en la madera.
—Escucha Scarlet… Yo
lamento todo lo mal que nos llevamos últimamente. Pero quiero que sepas que te
quiero… —tragué saliva—. Quizás estaba celoso… Scarlet, por favor… Eres mi
hermana, siempre lo supe en mi corazón aunque me negaba a reconocerlo. ¿Me
darás una oportunidad?
Scarlet no abrió la
puerta, entonces entré…
Cerré los ojos
lamentándome de haber sido tan idiota, pero sobre todo porque ella no había
escuchado… Scarlet no estaba en su habitación.
Hola, Lou... La verdad es que ha sido un capítulo muy duro porque el dolor tan intenso de George ha eclipsado todo lo demás
ResponderEliminarPierde su casa, pierde lo vivido allí... pero lo peor es que probablemente pierda a su hijo
Empezar a desear que muera para que no sufra más debe ser algo horroroso
Jul ha demostrado ser un amigo y me ha encantado
Pues sí, me ha entristecido y me ha impactado esta parte del capítulo... pero George me parece un hombre admirable
Tengo muy claro que Sebastien y Bianca se aman... y no, no creo que ese amor se vuelva rutina nunca
Creo que al comparar a Scarlet con Numa... Sebastien ha entendido lo que siente su padre, ha sido una pena que Scarlet no estuviera en su habitación
Pero en este capítulo, con tu permiso, voy a darle un 10 a George
Y a ti, muchas gracias por este regalo de finde
Besos
¡Hola Mela! Tú tienes un diez cariño por los comentarios tan sustanciosos. Lo de George no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Pero siempre hay una luz de esperanza. Jul encantador. Sebastien y Bianca siguen muy enamorados. En cuanto a Scarlet, Adrien ha encontrado la perfecta forma de explicarle a Sebastien que siente por su princesa. Nada mejor que dar de tomar de la propia medicina. Veremos que ocurre... creo que costará reconciliar a estos dos. Un besazo y muchas gracias cariño
EliminarLou no te puedo negar que este capitulo me ha sacado lagrimas, leer como George pierde su casa y el sufrimiento por su hijo uuff es demasiado duro, ese llanto de él es por todo lo que esta pasando, como desearía que las cosas se pusieran bien, y vaya Scarlet no esta, espero que no se haiga reunido con ese seudo padre que tiene....cosa aparte bien calenturientos son Bianca y Sebastian pero eso también es amor, saluditos y gracias por el capitulo!!!
ResponderEliminar¡Hola mi Lauri! Te confesaré que a mí también me ha sacado lágrimas y también deseo que las cosas se pongan bien... creo que ya con eso te diré que no pierdas las esperanzas. Scarlet... Bueno lo de Scarlet es lo más complicado. Porque cuando nos envenenan el corazón con gran astucia y maldad es probable que lleguemos a dudar. Más si sólo hemos escuchado siempre una campana. Confiemos en que la princesa se sienta una verdadera Craig. Besos miles y gracias cielo.
EliminarUy el capítulo fue muy triste me dio mucha pena el padre de Drank es muy duro estar por perder a un ser querido . Veamos que pasa con Scarlet . Adro como escribes tiene una gran sensibilidad
ResponderEliminar¡Hola Ju! Espero que estés mejor de salud. Es muy triste sí. Gracias por el halago. Tú escribes genial. Scarlet Craig tendrá demostrar que esas bases con las que se crio han dado fruto. Un besazo amiga y muchas gracias.
Eliminarmagnífico Lou, manejas la pluma magistralmente, entre la tristeza, el amor, y un ardiente y sublime sexo,,,felicidades,,,saludos
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