lunes, 4 de abril de 2016

¡Hola mis chiquis! Quiero contarles que este es un capítulo muy especial para mí. He logrado meterme en el mismo sitio y tiempo de los personajes. Ha sido duro. Sólo espero que sus emociones sólo sigan sirviendo para distraerse y soñar junto a mí, y que no se entristezcan. La autora tiene para ustedes el adecuado final. No se preocupen. Un beso enorme.
PD: Amo a Lenya Craig. A ver que opinan ustedes....

Capítulo 57.
De pie.

Lenya.
Parado junto a la puerta que daba a terapia intensiva observaba a Liz sentada en una silla cerca de mí. Buscaba la receta que le había dejado el oncólogo de Drank. Se trataba de morfina y otros medicamentos que debía comprar. El hospital ya no quería hacerse cargo de él. Según el doctor que no era su médico de cabecera según Liz, pero tenía un cargo mayor, el paciente tenía los días contados y dadas las condiciones de no querer administrarse sesiones de quimioterapia era un despropósito que ocupara la cama cuando otro que albergaría esperanza de vida podría ocuparla.

La idea según el profesional insensible y sus secuaces, ya que no se me ocurría llamarlos de otra forma, sería que Drank pudiera estar más cómodo en su casa junto a su familia… Mentira, en realidad no querían que él muriera allí y ocasionar más gastos hasta que la hora fatal llegara.

No me resultaba curioso que los humanos actuaran así. Algunos humanos, por supuesto. También habría vampiros y lobos desalmados seguramente. No me sorprendió cuando Liz me lo contó apenas llegué para hacerle compañía por la tarde. No había presenciado la escena, de lo contrario lo hubiera ahorcado con una sola mano. No por Drank que estaba ajeno a los planes del hospital, sino por ella… De sólo imaginarme a Liz escuchando como querían deshacerse de su amigo como si fuera un perro sarnoso, el corazón se me estrujó.

Encendí un cigarrillo, Liz dejó de buscar y me miró en tono de reproche.

Encogí los hombros en actitud desinteresada y aspiré el cigarro.

Siguió buscando afanosa y concentrada.

—Las encontré. Ya mismo iré a la farmacia.
—¿Tienes dinero? –pregunté.
—Sí, la madre del niño que cuido me dio un adelanto.
—Puedo darte más si lo necesitas.

Sonrió y se puso de pie.

—Será suficiente, no te preocupes.
—Muy bien, pero las provisiones del mes las compraré yo. Después de todo vivo en tu casa y genero gastos.

Rio.

—Tú no comes, no seas tramposo.

La miré…

Ya no tenía esa mirada en sus ojos que delataban la alegría y la picardía que había sido dueña. Por más esfuerzo que hiciera un velo de tristeza los cubría imposible de ocultar.

—Ven… —estiré el brazo y la invité a cobijarse en mi pecho.
—Lenya…
—¿Qué?
—Te amo.

Besé la coronilla de su cabeza.

—Yo también, Liz. Y aunque sea este lugar un sitio con olor a desinfectante y sangre deliciosa juro que no hay lugar en el mundo mejor que aquí. Porque tú estás cariño.

Levanté con dos dedos su barbilla y me incliné para besarla.

—Apague ese cigarrillo –ordenó una voz.

Levanté la cabeza para ver a la enfermera junto a la puerta del laboratorio.

Apenas la miré fijo ella me observó de arriba abajo. Sonrió amablemente.

—Apáguelo, por favor.
—Claro –murmuré.

Cuando se retiró, Liz sonrió.

—Esa seducción que te sale por los poros.

Sonreí también apagando el cigarro contra la pared y tirándolo en un rincón discreto. La besé con un beso corto en los labios.

—Esa seducción que dices que tengo está sólo a tu servicio, para lo que desees.

Rio.

Acomodó su bolso y su sonrisa se fue como un soplido.

—Voy a comprar pero tardaré un poco. La farmacia de la esquina ya ha cerrado. Iré por la de turno a cinco manzanas de aquí.
—¿No quieres que yo vaya?
—No te preocupes. Debo ir porque aprovecharé a comprar artículos femeninos. No te veo bien comprando tampones.

Arquee la ceja.

—Oh no, tienes razón. Eso te lo dejo a ti. Aunque insisto, mañana iremos al mercado y compraré los alimentos que hagan falta.
—Pero Lenya…
—No hay discusión –interrumpí.
—Okay… ¿Te quedarás aquí afuera o entrarás para ver cómo está? Pregunto porque estaría más segura si vigilas de cerca. Has visto que el enfermero encargado de terapia por las noches se pasa enviando mensajes de texto y leyendo revistas.
—No te preocupes. Cada tanto entraré para ver si necesita algo.
—Está consciente ya que no quiere que lo duerman… si te pregunta quién eres… El quizás ya se imagina, yo le he hablado de ti.
—Le diré que soy tu amigo.

Me miró con ojos de enamorada.

—Gracias.
—Ve, cuídate.
…………………………………………………………………………………………..................

Me levanté de la silla y estiré los músculos. Hacía veinte minutos que Liz se había ido y parecía una eternidad. Miré de reojo la puerta de terapia intensiva…

¿Entraba y verificaba si todo estaba en orden o me quedaba quietecito en el pasillo haciendo de cuenta que tras esa puerta nadie podría necesitarme?

Estudié el pasillo… No había ningún movimiento. A estas horas de la noche sólo podía escucharse un silencio profundo e inquietante. Compadecí a los humanos porque alguna vez en la vida muchos de ellos debían pasar por un lugar como lo era un hospital. No se trataba si faltaba pintar las paredes de colores alegres o de extrañar el bullicio propio de la calle, sino porque el aire que merodeaba en cada rincón sabía a desesperanza. Tal vez la parte de maternidad no tendría esta carga emotiva. Terapia intensiva no era precisamente Disney World.

Miré la puerta nuevamente…

¿Dormiría Drank? Nunca lo había podido contemplar de cerca. Al menos no que él supiera. ¿Y si estaba despierto? ¿Me preguntaría por Liz? ¿Qué le diría además de negar mi condición de pareja? “Hola, ¿estás bien?” ¡Qué pregunta ridícula! Obvio que no estaba bien. Pero que otra cosa podría decirle.

Respiré profundo y me acerqué a la puerta. La abrí lentamente y me asomé.

El famoso enfermero del turno noche escribía en el móvil y sonreía. Despacio sin hacer ruido quité mi teléfono del bolsillo y elegí el ícono “foto”. Lo ubiqué en la mira y saqué una captura del inservible en pleno apogeo y entretenimiento.

El flash ni lo inmutó. Si estaría concentrado el cabrón.

Guardé el móvil y pasé silenciosamente. Cerré la puerta y miré hacia el angosto pasillo ocupado por boxes.

Caminé viendo a un lado y a otro las camas vacías y dos ocupadas. En una de ellas estaba un señor mayor, alrededor de sesenta años. En la otra… Era Drank sin duda.

Me detuve y el aliento me falto por unos segundos… ¿Qué estaba por hacer?

Drank.

El dolor había regresado como cada noche. Parecía que el día al despedirse me dejara el sabor amargo de las horas en vela y el sufrimiento. Aun así no quería dormir todo el tiempo. ¿Cómo aceptar no estar despierto si quizás me quedaba menos de los que imaginaba? No era que deseaba llevarme en la retina esas paredes despintadas y el aroma a éter. Sin embargo que otra cosa podía disfrutar. Al parecer Liz estaría ocupada. Pobrecita, creo que ni comía por estar junto a mí…

Dios… No quería más sacrificio de parte de ella ni de nadie. Esto se había alargado demasiado y pensar que el tiempo prolongado no cambiaría mi trágico final.

A pesar de ello mi querida y entrañable amiga insistía en que me viera bien. Liz me había afeitado al mediodía, justo antes de que llegara la bandeja de comida que por supuesto apenas probé. No resistía nada en el estómago y las náuseas eran moneda corriente desde que amanecía hasta que me drogaban para poder pegar un ojo por las noches.

Pensé en mi padre… Aunque no lo dijera no ignoraba que se había quedado en la ruina por mí. Siempre pensé que no hace daño quien no quiere hacerlo. Ahora sabía que esa frase no era una verdad a ciegas. De hecho yo estaba haciendo daño a quienes más amaba y sin embargo nunca lo hubiera deseado.

Un nudo apretó la garganta y las lágrimas invadieron mis ojos. Gemí de sólo pensar en la delgadez de Liz, en el rostro cansado de mi padre, en el insuficiente dinero que quedaba por mi culpa, en lo infeliz que estaba haciendo que se sintieran los demás.

¿Hasta cuándo seguiría agonizando en esta tortura ellos y yo? No podía permitirlo más. Llorar mi muerte lo harían, eso no podría evitarlo, ahora la forma que fuera si cambiaba las cosas. O fallecía en dos o tres meses cuando mis seres queridos agotados de seguir a mi lado dirían para sus adentros, “por fin, que descanse en paz”, o aceleraba el final con un rápido desenlace.

Mis lágrimas se deslizaron por las mejillas. Apreté los ojos y gemí casi en silencio… Giré la cabeza y miré el cajón de la mesa donde se apoyaba un velador de luz tenue… Allí estaba la pequeña navaja con la que me había afeitado Liz. Traté de recordar esas manos suaves y su aroma a limón…

Sequé mis lágrimas y con mucho dolor me moví despacio lo suficiente para alcanzar el cajón.

Me estiré todo lo que pude justo cuando una puntada aguda recorría la columna vertebral.

Transpiré por el dolor…

Me estiré otro poco y tantee la navaja.

Cerré los ojos y pensé en aquellas tardes con Liz de la mano, en las noches que me había dormido entre sus brazos… En mi padre, cada vez que venía a despertarme con el desayuno. Sí… Aún podía escucharlo en mi cerebro… “Vamos Drank, no sabes el día hermoso que hay afuera”.

Si hubiera sabido que mi vida sería tan corta… Hubiera saltado de la cama y hubiera corrido a disfrutar el día de sol. Y aunque lloviera… Sí… Aunque lloviera hubiera caminado bajo la lluvia.

Gemí mientras nuevas lágrimas caían… Respiré profundo y di vuelta entre las manos la navaja afilada. Tragué saliva… La apoyé en una de mis muñecas para terminar de una vez por todas con la pesadilla de todos los que me querían…

Mi corazón se agitó. El rostro de mi padre imaginándolo al decirle la noticia… ¿Y Liz? ¿Qué pensaría de mí?

Ahora o nunca…

Y fue nunca…

Porque no me animé. Creo que no fue cobardía. Pienso que los rostros de los seres que más amaba me recordaron que morirían de pena cuando al fin se enteraran de mi decisión.

No, no podía hacerlo… Si mi final sería pronto o no, no dependía de mí. Debía soportar lo que fuera. 

Como lo había hecho con cada obstáculo en mi vida.

Retiré la navaja lejos de mis venas y llorando silenciosamente la dejé caer en el cajón.

Fue entonces… cuando lo vi por primera vez.

Estaba de pie, cerca de los pies de la cama, era alto y fornido, de mirada gris o celeste claro. Y su voz… Su voz sonó profunda como una noche cerrada.

—Has hecho bien –dijo con un brillo de admiración en la mirada—. A la muerte se la espera de pie.

Hubo silencio de parte de los dos…

Me recosté en la almohada y lo miré. Él me miró fijo. Lucía triste, o quizás desorientado.

Liz me había dicho quién era Lenya Craig… Un vampiro… ¿Era posible? Pues lo tenía prácticamente frente a mí. Liz no estaba loca, debía creerle aunque la historia era tan descabellada.

—¿Eres el vampiro de Liz? –susurré.

Vi su asombro ante mi natural pregunta. Dudó unos segundos estudiando mi mirada.

—El mismo.

Cerré los ojos…

¿Estaba soñando y esto era parte de la pesadilla? Imposible pensar eso. Sobre todo cuando sus pasos sonaron tan nítidos al acercarse a la ventana.

Lo seguí con la mirada…

Se recostó en el marco y observó hacia afuera a través del cristal.

—De modo que te lo dijo.
—Sí… Pero no te enfades con ella. Llevaré mi secreto a la tumba y ella lo sabe. No queda mucho tiempo no te preocupes.
—No me preocupa que lo digas. Ella sabrá porque te lo confesó. Me preocupa la conexión que tienen porque cuando tú…

Se detuvo.

—¿Cuándo yo no esté? –terminé su frase.

No contestó.

—Cuando yo no esté estarás tú, debes hacer que me olvide, ese será tu digno trabajo.
—No podré lograrlo nunca –susurró.
—Sí lo harás. Verás que con el tiempo…

Me miró con rabia.

—¿No entiendes que te tiene dentro de su corazón? – volvió la vista a la ventana—. Arrancarte de ella sería como matarla.

Me quedé en silencio. Lo extraño que no me regocijé en escucharlo. No deseaba que Liz sufriera por mí.

Él no me miraba pero yo sí. Quería saber cada detalle de aquel ser que había robado el corazón de mi amada y la haría feliz.

—Lenya es tu nombre, ¿verdad?

Asintió levemente.

De pronto se escucharon ruidos. Una puerta, pasos… Una enfermera se asomó por el box de cortinas corridas y me contempló.

—Eres Drank…
—Sí soy yo –la interrumpí.
—Debo darte estas pastillas.

Me incorporé lentamente a causa del dolor en la espalda y caderas.

Caminó hacia la mesa bajo el monitor que ahora estaba apagado y cogió la jarra de agua. Volcó en un vaso parte del líquido y se acercó a la cama.

—Vamos, abre la boca y traga estas pastillas.

Noté que Lenya apartaba la mirada de la ventana y la observaba.

Cogí las pastillas y jugué con ellas en la mano.

—Vamos, ¿qué esperas? –gruñó.
—Es que son grandes y mi estómago está sentido. Por favor, puede aguardar que tome de a una por vez.
—Escucha, termino mi turno en quince minutos, no me atrasaré por un capricho. Ya no eres un niño así que traga de una vez la medicina. Te quitará el dolor hasta que te inyecten morfina.

Lenya quitó las manos de los bolsillos del jeans y se acercó.

—Por favor… —supliqué—. Me duele mucho el estómago.

Al ver que ella no cedía y me miraba con odio intenté llevármelas a la boca y tragar de una vez al mismo tiempo. Lamentablemente las náuseas sobrevinieron y las devolví a la palma de mi mano.

—¡Pon esfuerzo! –gritó.

Respiré profundo y lo intenté otra vez. Bebí abundante agua y no pensé que estaba tragando una medicina sino un manjar, pero no lo logré vomitando el agua y las pastillas en la cama.

—¿Qué haces? ¿Eres idiota? –se enfadó—. Ahora dormirás mojado porque no pienso cambiar las sábanas a esta hora.
—Lo siento –murmuré angustiado por no lograrlo.
—Escucha perra imbécil –la voz de Lenya sonó amenazante—. Vas a esperar que pueda tomar esas pastillas aunque haya que cortarlas en mil pedazos. En cuanto a las sábanas yo que tú me apresuraba a traer otras porque de lo contrario te ahorcaré con éstas mismas.
—Ahora mismo llamaré al encargado para te eche de aquí.

Lenya y yo intercambiamos miradas.

Caminó apresurada y en segundos regresó con el emfermero de guardia.

—¿Qué está pasando aquí? –vociferó de mal humor.

Ella cruzó los brazos sonriente.

—Este sujeto impide que haga mi trabajo.
—¿Tú trabajo? –dijo Lenya avanzando hacia ella en actitud amenazante—. Tu trabajo está basado en la solidaridad y paciencia, bruja del demonio. Tratas a los pacientes como si fueran ratas.
—Escuche, retírese de aquí y deje a la enfermera hacer lo que debe.

Lenya lo miró fijo y sonrió.

—Quiero otra enfermera ahora mismo. Otra que sepa lo que significa la profesión.
—Usted no da órdenes aquí.
—¿Ah no? Verás que sí.

Acto seguido quitó un móvil de un bolsillo, buscaba algo que no entendí. Después giró el móvil para que el enfermero viera la pantalla.

—¿Qué tal si le muestro al director de este puto hospital lo que haces en horas de trabajo?

No supe que fue lo que vio el enfermero sólo vi que palidecía y la rabia le carcomía los ojos.

—Karla, ve a buscar a Nina.
—Pero…
—¡Haz lo que te digo!

Ella salió apresurada y el enfermero se retiró en silencio.

Lenya guardó el móvil y se apartó hacia la ventana.

Ninguno articuló palabra por cinco o seis minutos hasta que fui el primero en hablar.

—Gracias.

Miré las pastillas en mi mano y me mantuve sin saber qué hacer.

Él no contestó. Se limitó a mirar por la ventana como antes.

Dejé las pastillas sobre la mesa de luz y me recosté. Me preocupaba que la otra enfermera no llegara o que viniera algún guardia a echarlo a patadas.

—No te preocupes –murmuró—, traerá a otra. Verás.

Silencio…

Giré la cabeza para verlo…

—Oye, ¿llueve?
—No, hay noche estrellada.
—Ya he olvidado como son las noches estrelladas. No puedo levantarme sin ayuda.

Me miró unos segundos…

Se acercó y extendió la mano.

—Te ayudaré a levantarte si quieres ver por la ventana.

Dudé. No por temerle, sino por no comprender porque hacía todo eso por mí. Claro que después entendí… Por amor a Liz… Sí… Por amor a ella seguramente.

Me senté despacio y lo miré nuevamente.

—¿Prefieres apoyarte en mis brazos?

Extendió los dos brazos y titubee.

—Vamos, apóyate como si fueran muletas.

Preguntarle si resistiría hubiera parecido una broma. Era fuerte y poderoso, y yo estaba tan delgado y débil.

Me erguí sintiendo el dolor recorrer mi cuerpo pero resistí porque de verdad quería llegar a esa ventana. Me apoyé con firmeza y bajé las piernas hasta que mis pies tocaron el frio suelo. Poco a poco me puse de pie sin poder mirarlo a la cara. No era cómodo tener el papel de flojo o inseguro.
Sin que se lo pidiera pasó una brazo por la cintura y me guio despacio hasta llegar a la ventana.

Apenas la alcancé apoyé mis manos en el cristal. Lo primero que contemplaron mis ojos fueron las calles iluminadas. Esas calles que alguna vez había recorrido sano y alegre.Vi los árboles de copas espigadas y la alfombra de hojas que revestían las veredas. Ya era otoño… Pocas personas caminaban en ambos sentidos sobre la acera de baldosas gastadas. Mis manos se apoyaron en el marco y desee poder estar allí, fuera de este hospital. Debía decirle a mi padre que quería regresar a casa y morir allí, ¿pero quién me cuidaría noche y día?

Cuando mis ojos se elevaron para ver el cielo quedé impresionado con la belleza de esa noche sin luna. Posiblemente yo habría vivido centenas de noches así, sin embargo esta noche tenía un sabor distinto.

—Gracias –volví a repetir.

Él tampoco contestó. Sólo se mantuvo en silencio contemplando el exterior como yo.

No sé si era adecuado decírselo pero hoy, mañana, o pasado, cuando llegara mi hora, quería irme en paz…

—¿La amas?

Mi corazón latió fuerte expectante a la respuesta.

Mantuvo la vista en la lejanía.

—Con todo mi corazón —murmuró.

Tragué saliva. Y sí… ¿Qué más daba? Yo ya no estaría ni siquiera para intentar recuperarla.

—Cuídala, por favor.
—Lo haré.
—¡Drank!

Giré la cabeza y vi a Nina.

—Nina.
—¿Qué haces? Te enfriarás. Sólo tienes el pantalón pijama –en sus brazos traía unas sábanas y un vaso—. Vamos, ven a la cama. Necesitas tomar las pastillas. ¿Quieres que las parta en cuatro? Te he traído zumo de naranja. Seguro podrás tragarlas mejor.
—Vale, probaremos –sonreí.
—Tú puedes Drank, verás que fácil.

Nina me mostró un vaso con líquido de color naranja y sonrió. Lo depositó en la mesa y abrió la cama para que me acostara. Después se apresuró a quitar las sábanas apenas las notó mojadas.

Lenya volvió a ayudarme hasta que me senté en la cama muy dolorido.

—Me voy, pronto vendrá Liz a verte –abrió el cajón y quitó la navaja.

Lo seguí con la mirada y me miró fijo.

—Por las dudas, me la llevo.
—No se lo dirás, ¿verdad? –supliqué.
—Jamás. Le rompería el corazón.

Me echó una mirada por última vez para después desaparecer por el pasillo tan silenciosamente como había llegado.

Agravar.

El reloj de la plaza Eidsvolls marcaba la medianoche cuando divisé a Scarlet cruzar la calle y avanzar hasta el monumento donde una hembra sostenía un niño en brazos mientras otro niño se veía sentado a sus pies. Bonita imaginación la de los humanos. Acomodé mi abrigo y giré la cabeza para ver las luces del famoso Rallar´n Pub, donde varias noches había bebido alcohol preparando mi plan antes de decidirme a presentarme a mi hija. No había resultado tan mal después de todo, pero debía andar con cuidado. Imaginé con temor que al contarle mi versión ella estrellara su mano en mi cara escupiéndome que no me atreviera a hablar de los Craig, sin embargo yo era astuto y un gran lector de almas. Ella no estaba demasiado feliz con pertenecer al aquelarre íntimo de Adrien. Ese sería mi punto de apoyo y su talón de… ¿De Aquiles? Sí… Así dicen los humanos para significar la debilidad.
Me puse de pie, cerré mi abrigo, y respiré profundo. El aire llenó mis pulmones… Ella me vio y observó nerviosa hacia varios sentidos, quizás cuidando que no la siguieran… Perfecto… No sería bueno que Scarlet hubiera hablado de nuestro encuentro. Debía reforzar esa idea en ella cuanto antes, aunque lo primordial en este momento sería desarrollar mis dotes de gran actor.

Junté mis manos a la altura de la boca como si rezara una maldita plegaria a medida que Scarlet se acercaba clavándome la vista.

Cuando poco faltó para llegar hasta mí, exclamé con voz emocionada…

—Oh… ¡Gracias hija! ¡Gracias por venir! ¡Tenía tanto miedo de que no quisieras verme otra vez!

Ella se detuvo sin acercarse demasiado, seria, con un gesto de incomodidad.

—He venido con el único deseo de escuchar lo que tienes para decirme, eso no indica que te creeré.
—Lo sé, lo sé –dije fingiendo tristeza.
—Sentémonos en ese banco.

Señaló el mismo banco donde estaba hace instantes sentado. Caminé lentamente con la cabeza gacha.
Me dejé caer en el banco y aguardé en silencio que tenía ella para decirme.

Scarlet se mantuvo en silencio aunque optó por sentarse cerca de mí. Me decidí por romper el hielo con mi gran expresión actoral.

—Perdón, hija… estoy temblando…. Esto es tan difícil para mí.
—No imaginas lo que es para mí –murmuró.
—Sí, lo entiendo… Yo… Te debo una disculpa.
—¿Por no quererme? No debes forzarte. Lo que no entiendo porque insistes en verme después que pasó tanto tiempo.

La miré con ojos espantados.

—¿Por no quererte? No digas eso. Si te he amado desde que te tuve en mis brazos por primera vez.
—Eso no es verdad. No te gustó que fuera niña. Querías un macho guerrero como tú.

Me puse de pie de un salto.

—¡Por los infiernos! ¿Quién te ha dicho esa mentira?

La miré desde mi altura. Ella alzó la vista y ante mi furia y fortaleza no se inmutó. No existía ningún ser en este mundo que no se amedrentara ante mi porte cuando enojaba, sin embargo a Scarlet no se le movió un pelo. Era valiente y altanera…

—Siéntate –ordenó—, y deja de dramatizar.

La observé con curiosidad. Iba a contestar, “¿tienes idea a quien le estás dando una orden? Pero me callé, echaría todo a perder.

Tome asiento y alisé nervioso mi cabello con ambas manos en actitud desesperada.

—No voy a lograrlo –murmuré.
—¿Qué cosa?
—Que escuches la verdad. Tienes envenenada el alma mi querida hija. ¡No tengo idea cómo entrar a tu corazón!
—¿Lo tienes?

La miré deseando que mis ojos brillaran por lágrimas ficticias.

—¡Tienes razón! No tengo corazón. Me lo arrancaron cuando Adrien me echó de las cumbres quedándose con todo lo que me pertenecía.
—¡Eso no es verdad! Adrien nunca hubiera hecho algo así. ¡Tuvo que hacerse cargo de mí porque tú, grandísimo hijo de puta, me dejaste abandonada junto a mi madre!

Tapé mi rostro con ambas manos y fingí llorar amargamente.

—¡Oooh! Demonios, ¿qué voy a hacer? He esperado tanto –lloré—, para este encuentro, albergando la esperanza que podría pedirte disculpas.

Me puse de pie nuevamente dándole la espalda y continué.

—¡Pero claro! Te han dado todo tipo de riquezas y caprichos para comprarte.
—¡Eso no es cierto!

Se puso de pie y permaneció a mis espaldas.

—Sí me han dado los gustos, no lo niego, pero no a costa de engañarme y comprarme.

Giré mi cuerpo para enfrentar esos maravillosos ojos violetas, iguales a los míos.

—Scarlet, he seguido tus movimientos desde lejos, a veces un poco más cerca. Lo que me ha permitido mi situación. En realidad lo he hecho con más comodidad cuando Adrien murió. Sé que te han dado todo. Es normal que adores esos lujos, y ahora más que esa humana te ha introducido en el mundo fascinante de los humanos. ¡Claro que no quieres saber de mí! Un pobre vampiro que fue echado a patadas bajo amenazas de Adrien y sus guerreros.
—¡Basta! Si vas hablar de ti omite descargar tu rabia en aquellos que quiero.

Levanté las manos en señal de rendición.

—Está bien, lo que ocurre que no voy a poder explicarte y relatar la verdad si te cierras de esa forma.

Hubo silencio…

—Está bien, me mantendré callada mientras explicas lo que sucedió según tú.

Nos sentamos y comencé a relatar entre sollozos la falsa historia que daría envidia al mejor director de cine.

—Yo… estaba feliz de verte crecer. Tu madre me decía, “Agravar, ¿no crees que se parece a mí?” –reí haciendo de cuenta que la imagen volvía a la memoria—. Yo le decía, “estás equivocada Lucila, la niña es mi retrato, no seas mentirosa.”

Reí otra vez.

—Nos peleábamos para demostrar que tú eras parecida a uno o a otro… —me puse serio—. Pero muchos no se divertían con nuestra familia perfecta, dábamos envidia. Sobre todo a Adrien, cuyo hijo había abandonado las cumbres para irse a vivir con humanos. Él no soportó que yo fuera más feliz.
—Adrien fue el que autorizó a Sebastien a irse. Lo apoyó incondicionalmente.
—Scarlet no seas incrédula. Lo apoyo porque no le quedaba otra. ¿No imaginas el carácter de Sebastien cuando lo contradicen?
—Lo sé muy bien…

Esa frase que pareció inofensiva dio un brillo de astucia en mi mirada y una luz de esperanza. Se dice que al enemigo lo destruyes más fácil sólo, que si se une con otros. Eso era una verdad indiscutible… Sebastien… Así que posiblemente sería el talón de Aquiles de Scarlet… Sonreí para mis adentros. Debía hilar más fino si deseaba poner en contra de los Craig a mi hija… Sin embargo, Sebastien era la puerta. Evidentemente tendría roces con él.

—En verdad de Sebastien no deseo hablar –murmuré.
—¿Por qué?
—No… Deja… No quiero producirte ningún dolor.
—Si no querías producirme dolor no deberías haberte ido.
—¡No entiendes Scarlet que se me amenazó de muerte echándome como un perro!
—Se te ve poderoso para retirarte de las cumbres sin pelear por mí y por mi madre, ¿no crees?

Rodee los ojos.

—Scarlet, si se me hubiera amenazado a mí solamente te lo admito. Pero si juran que echarán a tu hembra y a tu niña si no desapareces para siempre, quisiera verte qué harías tú.

Arqueó las cejas.

—¿Qué dices?
-Scarlet, no me crees y quizás nunca me creerás, sin embargo es la verdad. A Adrien lo tienes en un pedestal y el lógico, pero jamás hubiera permitido que otro vampiro fuera más feliz que él.
-Evitemos hablar de Adrien, por favor.
—Está bien, perdóname.
—¿Por qué nombraste a Sebastien cómo si lo odiaras? ¿Qué te ha hecho él? –preguntó.

Mi corazón saltó de alegría… Sí… por ahí quería ir… Por Sebastien…

—No quiero causarte daño. Quizás lo quieras mucho y prefiero que sigas engañada…
—Dime… Lo quiero mucho sí, aunque no nos llevemos bien. Yo puedo reconocer que soy bastante caprichosa y rebelde.

La miré con tristeza.

—Querida, no eres tú. Te diré que por más que seas una vampiresa perfecta él nunca te querrá. Jamás  te aceptará como una hermana.

Sus ojos se clavaron en los míos y vi en ellos la angustia y la desesperación.

—¿Cómo lo sabes?
—Porque… No, no, deja… Es muy cruel.
—¡Mierda Agravar larga el rollo de una buena vez! Estoy aquí para escucharte al margen que crea o no. Tu deber ya que estás aquí es contar tu versión de una vez por todas.
—Okay…

Preparé rápidamente una pequeña historia que debía ser demoledora y daría el comienzo de mi golpe final.

—Tú eras muy pequeña, tendrías meses… Sebastien había llegado de cazar… yo te tenía en brazos y orgulloso me acerqué para que él pudiera contemplar tu sonrisa, ah… sí… habías aprendido a sonreír. Yo le dije, “mira Sebastien, mira mi niña que bella. Ya sabe sonreír.” Él… Él sólo te miró con desprecio. Dijo… —negué con la cabeza simulando no querer recordar—. Él dijo, “es una hembra, Agravar. Lo lamento por ti, verás que sólo te traerá problemas.”

Scarlet se puso de pie.

—Basta, hasta aquí he llegado escuchándote. No quiero hablar de Sebastien ni de ningún Craig.
—¿Lo ves? Yo sabía que te lastimaría.
—No me lastima –dijo furiosa—. No soy cualquier vampiresa que puede sentirse derrotada porque alguien no la quiere mucho.

Ataqué nuevamente… Era mi oportunidad.

—¿Quererte mucho, dices? Hija mía quítate la venda de tus ojos. Él te odia. No sé cómo vives en la mansión. Seguramente para tenerte controlada. ¿No te has dado cuenta? Yo ignoro si se llevan bien pero estoy seguro que si te trata con afecto es un digno actor. ¿Y sabes qué? Lo destruiría por ser malvado contigo. ¡Maldito sea! ¡Quién se cree que es por ser hijo de Adrien! Tú, tú eres mi hija. La hija de Agravar. Por eso te deben respeto. ¡Desgraciados!
—¡Dije basta! Me voy. Por hoy fue suficiente.
—¿Por hoy? ¿Quieres decir que tengo oportunidad de verte otra vez? ¡Oooh Scarlet! —me arrodillé a sus pies—. Dime que te veré nuevamente. Quizás podríamos tomar un café en algún bar. Como padre e hija…. Por favor.
—Veré.

Me puse de pie.

—Scarlet, no tengo a nadie en este mundo ahora que murió tu madre… Necesito que me cuentes de ti, de ella, cómo murió. Por favor, ten piedad de mí.
—Dije que veré si puedo encontrarme contigo una vez más. No puedo prometer nada.
—¿El próximo noche libre, o la víspera de tu franco? Como hoy, ¿te parece?
—Adiós Agravar.
—Scarlet, te esperaré aquí, siempre, en este banco. ¡Hija!

Ella avanzó rápidamente hacia la avenida sin voltearse para verme.

No sabía si había sido provechosa nuestra reunión pero me jugaba que al menos su corazón había sido envenenado.

Una sonrisa triunfadora surgió en mis labios cuando la perdí de vista.

NOTA: Puuuf este Agravar.... sabe donde hacer doler.











10 comentarios:

  1. Qué horror con Agravar, qué personaje complejo y lo poco que me gusta, me preocupa su interacción con Scarlet, claro, solo pueden salir cosas malas de allí... Y Lenya, sí, a mí también me gusta mucho precisamente por lo imperfecto que es, eso me parece muy interesante y me parece que lo has mostrado de forma magnífica, amiga, te felicito y te agradezco por compartir esta preciosa historia con tus lectores.

    Besotes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Claudia! Yo te agradezco a ti por ser tan atenta y darme ánimo.
      Lenya es una caja de sorpresas y eso es lo que enamora al lector además de su gran corazón. Agravar seguirá firme en su objetivo, veremos que pasa. Un beso grande cariño.

      Eliminar
  2. Uy Lenya es tan lindo y dulce. Uy ese Agravar es maloso, adoro tus malos tiene estilo. Te mando un beso y te me cuidas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Ju! Has visto que dulce? Agravar tenle miedo cariño es muy malo. Besotes y gracias por comentar siempre

      Eliminar
  3. Hola, Lou... Está claro que Drank se ha rendido, que no puede más
    Y le quieren dar morfina y que muera en casa
    El pobre Drank ha pensado hasta en suicidarse... me ha dado mucha pena, pero entiendo que no quiera ver sufrir más a su padre y a Liz
    Me ha encantado lo que le ha dicho Lenya... "que a la muerte se la espera de pie"
    Y me ha encantado que le ayude a mirar por la ventana
    ¡Qué estúpida y qué malos sentimientos tiene la enfermera Karla! Con gusto le daría dos bofetones bien fuertes
    Qué diferente la otra enfermera... Nina es amable y buena persona... y más profesional que la otra
    Agravar es un actor desalmado y temo que pueda engañar a Scarlet
    En fin, este capítulo ha sido doloroso pero real y precioso
    Te vuelvo a felicitar por esta historia tan bien narrada
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Mela! Cierto, Drank está cansado de sufrir. Por suerte no se ha suicidado. La frase de Lenya me impactó, aunque no lo creas igual que a ti. Porque aunque sea la escritora a veces hay frases que no parecen salir de mí y surgen de forma mágica. Coincido contigo en cuanto a lo que dice de la muerte.
      Para un ayuda de memoria te contaré que Nina es la chica de Drobak que ha tenido una historia con él no estando Liz. Cuando ya se había ido a Kirkenes. Por eso lo ama. ¡Quién no! Verdad?
      De Agravar uf, mejor ni hablar. Veremos que pasa, si lo descubren, antes que sea tarde. Besos miles, y gracias, totales!

      Eliminar
  4. Que enfermera mas odiosa y mala!!!, saber que eso pasa realmente que no tratan bien a los pacientes, me gusto que Lenya no se quedara callado se lo tenia ben merecido, me da una tristeza por Drank como esta de débil y mal con esa enfermedad no es justo :(
    uuff ese Agravar es un actorazo porque se hace la victima cuando él es bien malo, deseo que Scarlet no le crea nada, mil gracias Lou por el capitulo!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola Lau! Es cierto hay mucha gente así sin vocación, tras la situación del pobre Drank, ¡cómo lo hago sufrir! Debería esforzarme mucho para equilibrar lo que ocurre con él verdad? Pues veremos...
      Agravar que decirte, la maldad pura. Y Lenya... un bombón. Gracias mi chiqui por comentar. Te mando un besote grande.

      Eliminar
  5. amiga LOU, sabes?, creo me estoy convirtiendo en invisible, lo has notado?,,,besos

    ResponderEliminar