La carta de Lenya es sincera y ojalá llegue a destino, con semejante cupido yo creo que sí. No los demoro más. Desde ya gracias y besotes.
PD: Prometo cambiar el banner por Dios, no tuve tiempo.
Capítulo
51.
A
sangre fría.
Lenya.
Para mí fue un respiro
llegar a casa. Me sentía mal junto a Natasha tratando de mentirme día a día,
buscando en vano que en algún momento Liz abandonara mi cabeza y mi corazón.
Natasha lo sabía, era astuta e inteligente, y no podía decir que no ponía
esfuerzo a pesar de todo. Pera la diosa Gólubev no estaba acostumbrada a dejar
el orgullo a un costado y hacerse la tonta. Las cosas a veces se ponían
tirantes y juro que ponía todo de mí para que la rutina del desamor no me
venciera. Llegué a la mansión la mañana del dieciocho de julio. Sebastien me
había dejado unos trámites para hacer con respecto al hotel Thon mientras él se
encontraba en la isla del Oso. Cualquiera de los tres dueños podía contratar
con la nueva empresa de turismo encargada de los tours pero él se encontraba
imposibilitado de viajar a Kirkenes, había mucho para hacer en la isla, y
Scarlet no quería saber nada con el hotel.
De Liz, no preguntaba a
nadie. Salvo una vez que escuché a Bianca hablando con Sebastien sobre lo mal
que estaba pasando “la rubita”. Ese día me desesperé. No tenía forma de poder
ayudarla con respecto a su amigo. Manejar la vida y la muerte no estaba dentro
de mis posibilidades. ¿Qué si lo hubiera hecho? Sí, le hubiera devuelto la
salud a ese tal Drank. No por él a quien no conocía, sino porque ella dejara de
sufrir. ¿Y si lo amaba? Si ella lo amaba… No tendría nada que hacer para
cambiar sus sentimientos pero al menos ella sería feliz. La idea que habían
sido amantes, incluso habían tenido sexo aquella vez que la visité en Drobak no
me caía en gracia. Cada vez que la imaginaba en sus brazos la sangre me hervía.
Eso sí no lo podía evitar. En esos instantes sí le deseaba la muerte y que
desapareciera de la faz de la tierra, sin embargo poco me duraba mi enojo. Es
que hacerla sufrir era la peor tortura que podía soportar.
Una vez que terminé los
trámites en el hotel llegué a la mansión y me encerré en mi habitación.Rodion
me había cruzado en la escalera con una sonrisa de oreja a oreja y me había
invitado a beber algo en la sala. Necesitaba contarme sobre sus proyectos. Se
lo veía feliz.
Me senté en la cama,
necesitaba antes tener unos momentos en soledad. Una idea se me cruzaba en la
cabeza hace días… Ya que no podía consolar a Liz y tenerla entre mis brazos,
escribiría una carta y cuando viera a Marin se la entregaría. Sólo le
expresaría que no le guardaba rencor por aquellas duras palabras que me había
dicho la última vez que la vi. Sólo sería una carta para que de ahí en adelante
tratáramos de llevarnos bien en el hipotético caso de cruzarnos en la mansión
de aquí a futuro. Así empecé a escribir, con esa idea encabecé la carta, sin
embargo esa idea fue diluyéndose casi sin querer y terminó siendo la verdadera
expresión de mi sentimiento… Una carta de amor.
Hola Liz:
Te parecerá extraño que
te escriba esta carta, pero siento que es la única forma de llegar a ti y que
te enteres lo que pienso.
Creo que no nos
despedimos bien la última vez que nos vimos y no me parece justo porque a pesar
de todo estoy seguro que nos caíamos bien… Yo…
Tú más que caerme bien,
(tomé
un respiro), Tú… fuiste y serás la dueña de mi corazón.
A pesar de esas crudas
palabras que me dijiste y me dolieron mucho yo… yo sigo enamorado de ti como esa
primera vez que te vi. ¿Recuerdas? Bajabas la escalera con un vestido azul y el
cabello recogido. Tenías lo ojos brillosos quizás de haber llorado pero tu
sonrisa apenas echaste un vistazo a la sala, iluminó mi alrededor. Me pregunté
inmediatamente, ¿quién era esa rubia tan bonita de pechos llenos y culo
perfecto? Perdón… Debería borrar lo de pechos y culo, no queda bien en una
carta y conquistarte por medio de estas letras no es mi intención. Yo… Abandoné
esa peligrosa tarea de ganarte el corazón, porque la sencilla razón es que cada
vez que lo intentaba me desgastaba a tal punto de sentirme tan poca cosa.
Entonces... Era mejor no intentarlo.
Sin embargo como te
seguiré amando hasta el fin de mis días, quiero que sepas que no guardo rencor
de aquel encuentro y que haría cualquier cosa porque fueras feliz. Estoy seguro
que cualquier hombre lo será a tu lado. Yo no tendré esa oportunidad. Quizás
ese final me lo busqué. No manejé las cosas bien. Es que no sabía cómo hacer
para enamorarte. Era la primera vez que el sexo opuesto hacía temblar el suelo
bajo mis pies. La primera vez que vivía las veinticuatro horas pensando en una
hembra y que extrañaba su presencia cada minuto. Entonces… me desorienté. Jamás
había perdido el control. Fue algo novedoso para mí. Yo… Jugué a los celos de
tu parte sin tener la respuesta que imaginaba. Claro, si tú eras una hembra
distinta al resto, dándote el lugar a cada instante sólo lograba sentirme
pequeñito ante tu poder y atracción.
No sé si llego a
explicarme bien. Son tantos sentimientos que vuelven a la memoria. La desdicha
de no atraparte y que te rindieras a mis pies fue creciendo mi frustración.
Siempre había creído que no había nacido para perder, y es curioso, en mi vida ya
he perdido tres seres importantes. Mis padres y a ti.
Ya no importa. Me
reconforta saber que he conocido lo que es besar por amor. Tus labios quedarán
grabados en mis labios. Aún puedo sentirlos… Tu piel sobre la mía, tu tacto,
tus caricias, tu voz susurrando en mí oído… Me quedaré con esos recuerdos Liz,
nadie podrá quitármelos. Ni tú.
Sé lo que dirás cuando
leas mi carta. Que soy un farsante, que sé engañar muy bien, que me salen
geniales las mentiras. Sé que mi romance con Natasha te dolió, pero fue y será
un acto de desesperación. Nunca habrá una hembra que te remplace, jamás.
Si pudieras soltar mi
corazón, Liz. Porque lo tienes amarrado y secuestrado. Entonces, ¿cómo amar a
alguien más? Imposible mi rubita.
No quiero fastidiarte
con esta carta, es más creo que tengo una letra horrible. Espero que la
descifres porque es importante para mí hacerte saber que nunca quise hacerte
daño. No podría querer jamás tu desdicha. Trataré de seguir vagando por este
mundo conformándome con verte feliz. Es lo único que me importa ahora.
Perdóname Liz,
perdóname por los malos ratos que te he hecho pasar.
Te amo tanto, Liz.
Nunca vas a imaginarte cuanto amor tenía para darte. Tampoco imaginarás las
miles de veces que he soñado con tenerte entre mis brazos, los dos enredados en
una cama, gimiendo, mientras entraba en ti, enloqueciendo de placer. No sabes
cuánto lo desee.
Si no regresé a Drobak
fue sólo por ti. Para no hacerte la vida imposible. ¿Ves? Por primera vez no
soy egoísta. He cambiado, ¿verdad? Sí… Tú me cambiaste. Ya no soy el de antes
prepotente y altanero. Sería capaz de pedirte de rodillas que me amaras y
abandonaras todo por mí. Sin embargo sé que no lo harás. Así que aquí me quedo,
en este rincón del mundo deseándote lo mejor. Esperando que alguna vez, aunque
sea en honor a lo que tuvimos, abras un libro de esos que tanto te gustan, y la
imagen de algún vampiro moreno no te haga entristecer, sino sonreír.
Sé feliz amor mío,
hazlo por mí.
Te amaré siempre.
Lenya.
Contemplé la carta…
¿Estaba loco? ¿Qué ganaba con enviar la carta y que la leyera Liz? Nada. Ella
no cambiaría su opinión de mí. Mejor era desistir de esa locura y romperla en
mil pedazos.
En ese instante Charles
entró en la habitación con aerosol de lustra muebles y una franela. Doble el
papel y lo dejé sobre la mesa junto al velador. Guardé el bolígrafo en el cajón
y lo miré.
-Perdón Lenya. Pensé
que estabas con Rodion. Tengo que limpiar tu habitación pero puedo venir en
otro momento.
-No, yo… -me puse de
pie-. Iré a ver a Rodion. No estaba haciendo nada importante.
-¿Ah no?
-No.
-Bueno en ese caso te
agradezco que despejes el espacio, querido. En poco subirá Rose con la
aspiradora.
-Todo tuyo.
Charles.
Empapé la franela con
algo del contenido del aerosol. Tenía un perfume a lavanda bastante rico.
Quizás era mejor esperar que Rose pasara la aspiradora. Aunque no levantara
polvillo podía ser que alguna que otra partícula se colara por los aires e
hiciera mi trabajo de lustrar los muebles ineficiente.
Caminé hacia el espejo
y estudié cuidadosamente si no habría algún centímetro empañado… Parecía que
no. Era obvio que si Lenya no estaba utilizando la habitación por encontrarse
en Kaliningrado, poco y nada habría que limpiar. Avancé hasta las cortinas y
acomodé el dobladillo que parecía arrugado al caer en la alfombra. Habría que
quitarla y después de un lavado volver a planchar.
La cama de Lenya estaba
hecha, no había dormido aquí.
Observé la lámpara
central por si habría telarañas, y después los veladores sobre las mesitas.
¡Caramba! Lenya había
dejado ese papel sobre una de ellas. Sin embargo dijo que no tenía importancia.
Me acerqué y tomé el
papel doblado en cuatro…
Él dijo que no tenía
importancia… Igualmente quedaría indiscreto si sólo por curiosidad lo abriría y
leería. Quizás eran sólo cuentas y gasto del mes… Quizás… ¿Y si en realidad era
importante?
¡Charles, eso es
atrevimiento! Me dije para mis adentros. ¡Claro que sí! Este papel es ajeno
aunque carezca de importancia. Bueno… Era ajeno. En realidad Lenya dijo, “todo
tuyo”, antes de abandonar la habitación. Entonces era mío. ¿O no?
Deposité los artículos
de limpieza sobre la cama y abrí el papel. Leí con detenimiento cada línea de
esa carta.
Cuando por fin terminé
mi terrible acto de curiosidad, sonreí.
Creo que esta carta es
muy importante, sería una pena tirarla a la basura… No… Esta carta debe llegar
al destinatario. ¿No les parece?
Sasha.
No era una buena fecha
para mí. Ningún mes de julio a partir de 1918 fue tranquilo y apacible dentro
de mi mente. Cada año vivía la misma tortura de recordar el triste hecho
arraigado en mi corazón. Nunca había podido apartar los malos sueños que me
torturaban por esas fechas. Quizás era yo que me empecinaba en traer esos
horribles sucesos como forma de sentirme más cerca. De no abandonarlos… Como
esa noche lo hice.
Encerrada en mi
habitación como cada año, frente a la caja de madera noble, sacaba uno a uno
los recuerdos. La pulsera de perlas legítimas de Olga, el pequeño trozo de tela
con el primer bordado a mano de María, la cinta blanca de cabello de Tatiana,
cinco piedrecillas diminutas y veteadas con colores azules que me había
regalado Anastasia, recogidas de la playa en la que fueron por última vez de
vacaciones, el soldadito de plomo que me obsequió Alexei. También guardaba el
mazo de naipes con el que jugaban la pareja de zares mientras estuvieron
cautivos en esa maldita casa Ipatiev. Y por último, una carta de amor de la
zarina Alexandra a su esposo.
Serví a los Romanov por
treinta años, hasta esa madrugada del 17 de julio, donde una de las máximas expresiones
del odio de la raza humana terminó con once vidas de un plumazo.
Comencé a trabajar para
los zares cuando apenas era una adolescente. Mis padres, campesinos
trabajadores y honestos, murieron por la hambruna que azotaba Rusia a pasos
agigantados. Nunca supe cómo llegó a oídos del zar que yo era casi una niña,
huérfana, que había sobrevivido a la catástrofe. Sólo buscaba un trabajo de
servidumbre para sobrevivir y él ordenó que me llevaran al gran y maravilloso
Palacio de Invierno. Creo que a pesar de todo tenía amigos con buenos
contactos. Quizás fue mi protector, mi padrino, que gozaba de una carrera
próspera en la política. Lo cierto que a pesar de ese día mi vida cambió. Los
zares me acogieron y más allá de cumplir mis tareas jamás podría acusar que se
me trataba indiferente y distante.
No quito la realidad
que vivía la mayoría del pueblo ruso. El ochenta por ciento de la población
eran campesinos explotados por el gobierno y la situación semana tras semana se
notaba que empeoraba. El comienzo de la Primera Guerra Mundial y la
intervención de Rusia no alivianaron las cosas, las empeoraron. Con una
dinastía de los Romanov desde 1613 se arrastraba las grandes riquezas y tiranía
que habían surgido desde la toma de poder de Ivan “el terrible”. Es cierto que
la injusticia paseaba por las calles de Rusia. Si lo negaba era una necia. Pero
también es cierto que los problemas no habían surgido cuando el joven Nicolás
II llegó al poder. No estaba apto para gobernar la convulsionada Rusia, era
torpe y lento en tomar decisiones, y sus mismos seguidores fueron encargados de
enredar las cuestiones de Estado. Una y mil veces lo escuchaba decir a la
zarina mientras se lamentaba, “no quiero estar al frente, no deseo gobernar. No
tengo la menor idea de cómo hacerlo.” Ella respondía, “pero somos Romanov,
querido. Tienes que hacerlo.”
¿Tenía que hacerlo?
Quizás si hubieran renunciado al trono y huir a otra parte de Rusia o a su
aliada Inglaterra sus vidas hubieran sido diferentes. Aunque en parte entendía,
renunciar no era tan fácil. Sobre todo con los enemigos acechando el palacio.
Al zar le llegaban la
mitad de las noticias, y las que llegaban, la mayoría tergiversada. Aun así,
Nicolás tomó la decisión de introducir la Constitución y crear un Parlamento.
Sin embargo las medidas llegaron tarde. El malestar del pueblo llevados por la
ideas Bolcheviques, el grupo más extremista de los revolucionarios, creció. No
bastaron para saciar la sed de venganza y libertad.
No sólo tenía recuerdos
angustiantes de la crisis y tensión que sobrevolaba Rusia. Los Romanov eran una
familia unida y afectuosa. Nunca había conocido un estilo de monarca o zar que
estuviera tan enamorado de su esposa. Tomando en cuenta que su matrimonio fue
impuesto y debieron celebrar la boda por decisión de otras personas, ellos se
amaron con todo el corazón. Doy fe de ello.
La llegada de cada una
de las niñas Romanov fue motivo de felicidad para Nicolás que al parecer le
importaba un comino que ellas no fueran del preciado sexo masculino. El ansiado
heredero, Alexis, fue el quinto hijo de los zares y no puedo negar que el más
mimado de la Corte. Pienso que no sólo llevado por el promisorio futuro de ser
el sucesor del zar, sino por su terrible enfermedad de hemofilia que lo hostigaba
desde sus primeros años.
Alexis era un niño
aparentemente débil al que le estaba prohibido correr y saltar como otros niños
de su edad. Por temor a esas serias hemorragias que muchas veces lo postraban
en una cama, sólo contaba con los cuentos infantiles y los cuidados de su
abnegada madre. Muchas veces podía verse paseando por el bello parque del
palacio en silla de ruedas, llevado por alguna de sus hermanas. Lo recuerdo
como un pequeño travieso y sonriente, aunque más tímido que Anastasia, cuyas
travesuras hacía persignarse a la zarina.
Las chicas siempre
lucían vestidos vaporosos más allá de las rodillas. Generalmente en colores
claros, hechos de puntilla y telas de la mejor calidad. Sus cabellos cepillados
caían en bucles o los lucían recogidos con peinetas de nácar. En invierno, muy
abrigadas con gorras y abrigos de paño grueso y pieles, solían pasear por los
senderos del parque. Allí dejaban volar su imaginación proyectando sobre un
futuro romántico junto a jóvenes que las amaran por siempre. Eran chicas
comunes, y sin esas prendas pomposa y extremadamente caras, las hubiera
confundido con cualquiera de su edad. Pero ellas no eran chicas comunes para el
pueblo. Eran hijas del todopoderoso y explotador zar de Rusia, y su odiada
zarina de origen alemán. Demasiado peso para llevar sobre los hombros.
Respiré hondo tratando
de aliviar mi angustia mientras daba vueltas entre mis dedos el soldadito de
plomo de Alexei. Un juguete… Un juguete porque Alexei era un niño. La venganza
contra los niños debería ser imperdonable…
¿Qué clase de ser
humano toma represalias contra inocentes? ¿Qué tipo de humano se vanagloria con
quitar la vida a seres tan indefensos como los niños? ¿Qué nombre puede dársele
a quien levanta un arma y dispara a sangre fría mientras unos ojos infantiles
que no entendían nada de lo que ocurría lo contemplaban? ¿Qué nombre le daría?
Lo llamaban Yakov Yurovsky… Yo… aún no le he encontrado nombre apropiado.
Miré mis manos blancas
y delicadas ya no de una joven sino de una mujer de cuarenta y cinco años. Esa
era la edad que tenía cuando esa madrugada fatídica Mijaíl vino por mí. Me
rescató de la muerte segura y no podía decir que no le agradecía. Sin embargo
había algo dentro de mí que sentía culpa. Quizás porque hubiera sido justo que
esos niños hubieran sobrevivido y no yo, que mal o bien había transitado muchos
años.
Mijaíl coqueteaba
conmigo desde hace un tiempo. Mucho antes que cayéramos prisioneros en la casa
Ipatiev. Me había confesado su naturaleza sobrenatural que tomé entre bromas al
principio, hasta que una noche me demostró sus dones extraordinarios. Entre
ellos materializarse en el aire. Creo que con toda la angustia que estaba
sintiendo en esa cárcel poco y nada podía razonar que podía ser un personaje
diabólico y que como buena cristiana ortodoxa debía rechazar todo contacto
cercano al demonio. Pero este aparente emisario del diablo era encantador y
subyugante, imposible rechazarlo. Le fue fácil moverse por la casa ya que el
número de soldados que resguardaban cada movimiento de los zares eran decenas.
Dos o tres en cada puerta, siete en las escaleras, tres en la cocina, y muchos
más alrededor de la mansión. Está demás decir que vestían fuertemente armados
hasta los dientes, como si nosotros fuéramos una banda peligrosa y no una
familia y sus sirvientes.
Pero la orden era
determinante para cada uno de ellos. Nadie de los Romanov, ni el doctor de la
familia, ni el cocinero, ni nosotros, personal de servicio, podíamos salir con
vida de allí. Cualquier error sería pagado con sangre. Esa fue la explicación
del porqué nunca salió a luz que éramos tres sirvientas y no dos las que
entramos a la casa Ipatiev y a nuestro destino. Ese secreto de mi desaparición
misteriosa quedó muy bien guardado entre los asesinos. Supongo que después de
todo yo no tenía sangre Romanov y se habrían cansado de buscarme hasta que
desistieron. Y yo… muy lejos de Ekaterimburgo… Junto a Mijaíl. Sin embargo,
lejos de sentirme dichosa por haberme salvado nunca iba a dejar de reprocharle
a la vida porque yo sí y ellos no.
La madrugada del 17 de
julio volvió a golpear sin compasión mi memoria. Todos deberían estar
durmiendo. Yo compartía la habitación con dos sirvientas más que también
descansaban apacibles, ignorando los pocos minutos de vida que les quedaba. No
había podido conciliar el sueño. Ruidos constantes de motores de vehículos,
pasos apresurados que subían y bajaban las escaleras, voces que hablaban
cuchicheando. Me sentía inquieta y no sabía el porqué. Sólo cuando uno de los
soldados llamó a mi puerta, la garganta se me hizo un nudo y un escalofrío
recorrió mi cuerpo.
“¡Vístanse rápido!
Aguarden en el pasillo nueva orden.” Esa fue la directiva que recibimos. No
podíamos ver que ocurría fuera de la casa ya que las ventanas estaban tapiadas
y los vidrios pintados de blanco. Era una cárcel sin ninguna oportunidad de
contemplar algo más que esas paredes altas, y muebles lujosos.
Cuando salimos al
pasillo cuatro soldados con miradas despectivas, nos custodiaban atentamente.
¿Acaso hubiéramos podido salir de allí como si tal cosa? ¡Ridículos! En pocos
minutos se nos reunión el doctor y el cocinero, por último, los zares y sus
hijos.
La zarina se mantenía
lo más cerca posible de sus hijas, el zar se mantenía firme aunque en sus
brazos cargaba a Alexei. Todos nos miramos en un silencio que duró una
eternidad. Jamás olvidaré la mirada de Nicolás II, adivinando probablemente que
nada bueno se avecinaba, me miró como pidiendo disculpas.
Yurovsky salió entre
las sombras que ofrecían las tenues luces de las lámparas del pasillo e informó.
“Por temor a un
atentado hemos decidido trasladarlos. Ya no es seguro mantenerlos aquí.”
Noté que las chicas
Romanov respiraban, cambiando el rostro lívido de preocupación y desconcierto.
La Zarina Alexandra, otro tanto. Sin embargo Nicolás no se notó distendido, por
el contrario, sus ojos tenían un brillo especial. Yo diría que el brillo del
más profundo miedo.
Varios soldados
abrieron camino y bajaron las escaleras. Tras del zar, Yurovsky, con su mirada
acusadora, llena de odio. Los sirvientes seguimos el paso de las niñas, yo era
la más rezagada. Eso facilitó la tarea de Mijaíl quien en un recoveco del
pasillo tiró de mi brazo para ocultarme tras una escultura.
-¿Qué haces aquí?
–susurré.
Hizo señal de silencio
y habló en voz baja.
-Sólo cierra los ojos y
no pienses en nada.
Quise preguntar que
intentaba hacer pero insistió desesperado.
-Escucha, no tenemos
mucho tiempo, haz lo que te digo, por favor.
Lo que recuerdo después
es verme en las afueras de la casa. Tartamudee azorada por lo que acaba de
pasarme. De inmediato reaccioné.
-Debo ir con ellos, se
irán muy lejos. No podré encontrarlos.
Mijaíl que me tenía
entre sus brazos me miró con una pena infinita.
-No Sasha, ellos no
irán a ningún lado. Yo… Acabo de salvarte la vida.
Mis ojos se agrandaron
desorbitados y murmuré aterrada.
-Los niños… Debemos
regresar.
Él negó con la cabeza.
-No hay tiempo.
Entonces comencé a
luchar entre sus poderosos brazos.
-¡Déjame no entiendes!
¡Debo ir por los niños!
Mijaíl me sacudió para
hacerme reaccionar.
-¡Basta eres tú la que
no entiende!¡Si regresas morirás con ellos! No voy a permitir que te ocurra
nada malo.
No había terminado de
decir la frase cuando el sonido seco de varios impactos en la lejanía rebotó en
mi cerebro. Después un silencio cubrió el bosque y alrededores. Un silencio con
sabor a muerte. Quedé inmóvil, con el pulso latiéndome a mil por hora, con los
labios entreabiertos, la garganta seca, y mi cuerpo temblando. Creo que
murmuré…
-Los niños…
Pocos segundos después,
me desmayé.
No fue fácil seguir mi
vida, primero humana y después vampiresa. Es que hay recuerdos que no olvidas
por cambiar de raza. Raza… Sustantivo que usan la mayoría para que quede bonito
e intelectual, pero que al fin al cabo no es más que un título para
diferenciarse entre seres.
Quité del fondo del
cofre unos recortes de periódico. Uno a uno había guardado después de leer con
ilusión las noticias de los descubrimientos de lo que ocurrió esa noche.
¿Anastasia vivía? ¿Había logrado escapar? Siempre hablábamos con Mijaíl y él me
daba esperanza. Hasta que un día descubrí que me lo ocultaban. Aunque nunca
confesé que sabía.
Un grupo de científicos
había analizados restos humanos encontrados en una fosa cerca del hallazgo
principal. Los estudios dieron que había compatibilidad con el ADN mitocondrial
de familiares de los zares. Ya no había esperanza… Los huesos rotos y muchos de
ellos pulverizados correspondían a los dos cuerpos que faltaban de los Romanov.
¿Dónde quedaron las
risas de Anastasia, los sueños de Olga y Tatiana de casarse por amor? ¿Dónde se
fue la melodía que tocaba en el piano por la tarde, María? ¿Y los juegos de
Alexei? Nada, no había quedado nada. Todo había arrebatado la mano del verdugo,
que proclamando la justicia social había tomado revancha robándose vidas inocentes.
Desdoblé el papel de
periódico… “Los huesos de los cráneos fueron quebrados y fue echado ácido
sulfúrico sobre los cuerpos para desintegrar toda huella”. Un horror… Aun
después de muertos no hubo una pizca de respeto. Por supuesto no podían permitir
que nadie del ejército blanco hallara los restos con los años. Eso significaría
que la Rusia futura los venerara. Sin embargo contra eso no pudieron. Una vez
que fueron hallados y reunidos los once cuerpos, le dieron sepultura cristiana
en la inmensa catedral. Casi todo el pueblo contemporáneo se reunión en la
misa. Ahora descansaban en paz todos juntos. Pero eso a mí no me bastaba.
Porque yo podía pasear por las calles de Moscú sintiendo la sensación
placentera de los primeros copos de nieve. Yo podía ver a mis hijos crecer y reír.
Podía amar al hombre que tenía junto a mí. Ellos ya nunca más lo harían.
¿No hubiera bastado con
tomar prisionero al zar si querían arreglar cuentas? ¿No era suficiente
exiliarlos a los confines de los Urales? No, ellos debían destrozar todo a su
paso, sin importar ni valorar la vida de unos niños y jóvenes inocentes.
Nunca leí en las notas
arrepentimiento de parte de Yurovsky. Al contrario, se vanagloriaba de lo bien
que había hecho su trabajo. Y murió con honores. El grandísimo hijo de puta.
Siempre supe que el que
empuña un arma y mata a otro debe ser especial. No debe tener corazón, salvo en
defensa propia. Pero el que asesina niños… Ese es un monstruo.
De pronto, entre tanta
tristeza y angustia, la voz de Tatiana vino a mi memoria. Sentadas en el parque
del palacio se hamacaba en una hamaca improvisada que había hecho el zar y uno
de los sirvientes para sus hijos… “Sasha, ven. Acércate, quiero decirte algo y
no quiero que me escuchen.” Yo le respondí… “Pero Tatiana si no hay nadie en el
parque.”
Ella sonrió con
picardía.
“Sasha aquí los arboles
escuchan, ven.”
Me acerqué levantando
el ruedo del vestido para que no se manchara con el césped.
“¿Sabes? Hay un joven
que me gusta. Es un soldado que cuida las afueras del palacio.”
“¡Tatiana! ¿Un soldado?
Tú estás loca. ¿De dónde lo conoces?”
“Pues ya te he dicho,
lo veo siempre que salgo a pasear o a misa. Es de cabello castaño y tiene ojos
claros, creo que azules.”
“Tatiana, mejor piensa
en otro joven”.
“¿En quién?”
“No sé, en alguien de
tu clase”.
“¿Estás loca Sasha? No
voy a casarme con esos estirados de panza hinchada y nariz grande porque sea un
príncipe.”
“Alguno debe haber que
te guste sin necesidad de que busques entre soldados. Tus padres no lo
permitirán”.
“A mí no me importa. Me
escaparé con él muy lejos.”
“¿Has perdido la
cabeza?”
“Me gusta mucho. Y él
me sonríe cada vez que me ve.”
“No sabes ni quien es”.
“Tampoco sé como son
los príncipes con los que les gustaría verme casada. Por eso te cuento Sasha,
tú puedes averiguar sobre él. Andaaa, averigua su nombre”.
“¡Estás loca! Me
matarán tus padres.
“Calla Sasha mi madre
nunca se ha enojado contigo ni cuando quemaste el pavo de Navidad.”
“Eso es diferente.”
“No lo es. Por favor,
por favooor.”
“Bueno, bueno, ya, no
marranees de esa forma. Veré que puedo hacer.”
“Te quiero Sasha”.
“Yo también.”
Pero Tatiana nunca pudo
reunirse con ese soldado que parecía enamorado de ella. Lo triste que no a
causa de la prohibición de sus padres, sino de un desalmado que le robó la ilusión
y la vida.
Ni Olga, la mayor de
todas las princesas, entendía a sus veintidós años, el problema grave entre las
clases sociales. Nadie de ellos entendía, sólo que había enemigos que deseaban
hacerles daño. Tampoco comprendieron la importancia del mandato dejado por la
zarina. “Cosan las joyas entre la tela de los corcet antes de reunirse con
nosotros. Es probable que no regresemos al palacio.”
Mientras la orden de la
zarina se diluía en los recovecos de mi cerebro, en mis manos sostenía el
recorte de periódico que indicaba la razón de por qué las balas rebotaban en
los cuerpos de las jóvenes y terminaron rematándolas con las ballestas.
Unos golpes en la
puerta de la habitación me trajeron al presente…
-Soy yo, Sasha. ¿No
crees que sea demasiado tiempo el que estás encerrada? Cada año es peor. Debes
hablar con Dimitri.
Era Mijaíl.
-Sasha… ¿Vamos a cazar?
Debes alimentarte.
-Déjame Mijaíl, sabes
que quiero estar sola. Nadie entiende mi dolor.
Abrió la puerta
lentamente y entró mientras yo permanecía de espaldas a él, frente al tocador.
Observé su rostro preocupado a través del reflejo.
-Por favor. ¿No
entiendes que nada puedes hacer?
Caminó hacia mí y se
detuvo a un costado observando la caja de recuerdos y los recortes esparcidos
por la mesa de tocador.
-Sasha, esto no te hace
bien.
-Déjame, tú no puedes
saber si me hace mal.
-¡Por supuesto que te
hace mal!
-No es una forma de no
sentirme culpable, recordarlos. Tenerlos presentes.
-Pero tenlos de otra
forma, no regresando a la noche del asesinato.
-¡No puedo! –me puse de
pie-. Porque desde esa noche no puedo dejar de pensar que debí regresar por
ellos.
-¡Que terca eres! ¿Tú
crees que podrías haber escapado?
Lo miré. Quizás tenía
mucho dolor en mi corazón. Rabia porque el ejercito blanco no había podido llegar
a tiempo a rescatarlos. Furia por el maldito destino que arregló las piezas de
ajedrez para que esa madrugada se cumpliera ese “jaque mate al rey”. Quizás fue
el dolor… sí… La cuestión es que cuando el dolor y la rabia nos embarga la boca
debe quedar callada antes de soltar lo inapropiado.
-Yo no. Sin embargo
quizás tú sí.
Siempre me arrepentiré
de esa frase.
Me miró con una pena
infinita, traspasando mi alma y mi corazón.
Habló con un hilo de
voz, pero determinante.
-Siempre supe que algún
día me echarías la culpa que tienes guardada. Tenía esperanza que tu mente
razonara que era imposible y te perdonaras y me perdonaras por algo imposible
de hacer. Veo que no… Que la rabia que me tienes por no haber intentado nada te
carcome desde hace años todos los julios. Pero te diré una cosa, sí hice algo.
Salve una mujer maravillosa que me dio cinco hijos y una nieta. Con la que viví
una gran pasión de verdadero amor. Y digo viví porque hasta aquí llegué. Sólo
me faltaba confirmar por tu boca la culpa que me atribuías.
-Mijaíl –murmuré
apenada.
-No, no quiero
escucharte.
-Por favor, no he dicho
que tú fueras como esos asesinos.
-Eso ya lo sé, serías
una mentirosa. En cambio me acusas de no haber intentado algo, así que lo que
estás es equivocada. Pero no quiero quedarme más a tu lado. Me hiciste daño, me
ofendiste, y prefiero irme lejos de aquí.
-¡Mijaíl! –grité
aterrada y arrepentida.
-Déjame en paz, Sasha.
Quitó una maleta grande
después de abrir el ropero con fuerza y furia.
-Mijaíl, te repito, no
quise decir esa frese que te molestó.
Él continuó llenando de
ropa desordenada la maleta.
-Mijaíl, te amo.
-Lo dudo –fue lo que
murmuró.
-No –lloré-. No digas
que dudas de mi amor.
-Calla Sasha, no quiero
escucharte más. Esta cantidad de años que hemos pasado juntos sólo te amé como
un loco, y mira como me pagas.
-Mijaíl –lloré sentada
en la cama mientras lo veía aproximarse a la puerta.
-Adión Sasha, estarás
mejor sin mí.
Estallé en llanto
desgarrador. Me arrepentía de haberle dicho esa frase. Es que mi dolor había tomado
una dimensión tan honda e inmanejable… Perdí el control.
Uy me dio mucha pena Lenya ojala la carta loa migue con Liz. Genial como describiste la pena de Sasha y sus recuerdos de los niños Romanov. Te mandfo un beso y te me cuidas
ResponderEliminar¡Hola cielo! Ojalá la carta llegué a destino, con la ayuda de Charles y otro poco de la autora quien te dice. Una pena los Romanov, me alegro que te haya interesado amiga. Un beso grande y gracias por pasarte y leerme.
Eliminar¡Hola cielo! Ojalá la carta llegué a destino, con la ayuda de Charles y otro poco de la autora quien te dice. Una pena los Romanov, me alegro que te haya interesado amiga. Un beso grande y gracias por pasarte y leerme.
EliminarHola, Lou... Este capítulo prometía y ha cumplido su promesa ;-)
ResponderEliminarQue Lenya piense que si pudiera le devolvería la salud a Drank, solo porque Liz no sufra y sea feliz, demuestra que la quiere de veras
Me ha encantado la carta de amor, y creo que el bueno de Charles hará que llegue a su destino ;-)
Ya me estremeció ver el vídeo... y ahora leer como acabaron las vidas de once personas, incluidos los niños, ha sido muy duro
Entiendo la pena de Sasha... y creo que Mijail se ha enojado demasiado
Sasha no pretendía dañarle con sus palabras
Pero la vida es así... y a veces tomamos decisiones muy equivocadas
Me he quedado con el nombre del asesino... Yakov Yurovsky
Me ha encantado el capítulo... Felicidades
Besos
¡Hola Mela! Gracias amiga, que suerte te ha gustado. La carta de amor es sincera, veremos si llega a destino. A mí también me estremeció el video y creo que desde que comencé el estudio de la historia he pensado varios días en ellos. A Sasha se le ha escapado, y por vivir cerca un tema similar, la culpa por haber sobrevivido no es tan fácil de sobrellevar aunque no se explique el porqué.
EliminarCreo que Sasha pedirás disculpas y los dos se aman. Por ahora no lo veo factible, habrá que esperar querida autora. Un besazo y gracias!!
Me olvidaba, haces bien en recordar el nombre, ya sabrás por qué. Besotes reina.
EliminarHola, amiga, qué capítulo!!!! Terminé muy conmovida por la carta de Lenya, me dio tanta pena, lo comprendo respecto a que con frecuencia es más fácil poner lo que sentimos en un papel, y creo que allí ha desnudado sus sentimientos de verdad, ojalá que esto sirva para que al fin se arregle todo con Liz. Y los recuerdos de Sasha, siento que ya nos venías preparando para esto con los videos y aquí has descrito muy bien la desesperación y la tensión de esta etapa, me ha encantado. Gracias por compartir tu historia, amiga.
ResponderEliminarBesotes.
¡Hola Claudia! Muchas gracias, viniendo de ti es un honor como tantas autoras que llegan hasta aquí y tienen mucha experiencia. La carta de Lenya lleva encerrado tanto amor desde hace tiempo, aunque controvertido su destino y caracteres. Debemos esperar.
EliminarMe alegro haberte transportado a la angustia y al miedo, al fin al cabo es el objetivo de el que escribe. Muchas gracias y besotes cariño.
Oh que buen capitulo me encanto la carta de Lenya, hay dejo sus sentimientos en el papel, lo que no dijo en persona lo hizo con es carta, y Charles va ser un excelente cupido porque no se va a quedar de brazos cruzados de lo mas seguro que la envía, y Sasha tiene todavía muy profundo esos pensamientos, un super capitulo Lou como siempre, gracias!!
ResponderEliminar¡HOla Laura! Me alegro mucho que te haya gustado el capi. La carta de Lenya no puede quedar sin llegar a destinatario, Veremos que opina Liz. Sabemos que no abandonará a Drank, pero quien sabe si decide al menos encontrarse con SU AMOR. Si se encuentran dudo yo que no ardan chispas. ¿Tú qué crees? Un besazo enorme y gracias por comentar cielo.
EliminarEpisodios tristes que no debían existir,,,saludos amiga Lou
ResponderEliminar