viernes, 12 de febrero de 2016

¡Hola corazones! El capi esperado. Deseo que les guste y que tengan las mismas sensaciones que yo al entrar en la vida de Sasha. Sólo es importante que recuerden el nombre del asesino, pues todo no terminará aquí, ya verán.
La carta de Lenya es sincera y ojalá llegue a destino, con semejante cupido yo creo que sí. No los demoro más. Desde ya gracias y besotes.
PD: Prometo cambiar el banner por Dios, no tuve tiempo.

Capítulo 51.
A sangre fría.

Lenya.

Para mí fue un respiro llegar a casa. Me sentía mal junto a Natasha tratando de mentirme día a día, buscando en vano que en algún momento Liz abandonara mi cabeza y mi corazón. Natasha lo sabía, era astuta e inteligente, y no podía decir que no ponía esfuerzo a pesar de todo. Pera la diosa Gólubev no estaba acostumbrada a dejar el orgullo a un costado y hacerse la tonta. Las cosas a veces se ponían tirantes y juro que ponía todo de mí para que la rutina del desamor no me venciera. Llegué a la mansión la mañana del dieciocho de julio. Sebastien me había dejado unos trámites para hacer con respecto al hotel Thon mientras él se encontraba en la isla del Oso. Cualquiera de los tres dueños podía contratar con la nueva empresa de turismo encargada de los tours pero él se encontraba imposibilitado de viajar a Kirkenes, había mucho para hacer en la isla, y Scarlet no quería saber nada con el hotel.

De Liz, no preguntaba a nadie. Salvo una vez que escuché a Bianca hablando con Sebastien sobre lo mal que estaba pasando “la rubita”. Ese día me desesperé. No tenía forma de poder ayudarla con respecto a su amigo. Manejar la vida y la muerte no estaba dentro de mis posibilidades. ¿Qué si lo hubiera hecho? Sí, le hubiera devuelto la salud a ese tal Drank. No por él a quien no conocía, sino porque ella dejara de sufrir. ¿Y si lo amaba? Si ella lo amaba… No tendría nada que hacer para cambiar sus sentimientos pero al menos ella sería feliz. La idea que habían sido amantes, incluso habían tenido sexo aquella vez que la visité en Drobak no me caía en gracia. Cada vez que la imaginaba en sus brazos la sangre me hervía. Eso sí no lo podía evitar. En esos instantes sí le deseaba la muerte y que desapareciera de la faz de la tierra, sin embargo poco me duraba mi enojo. Es que hacerla sufrir era la peor tortura que podía soportar.
Una vez que terminé los trámites en el hotel llegué a la mansión y me encerré en mi habitación.Rodion me había cruzado en la escalera con una sonrisa de oreja a oreja y me había invitado a beber algo en la sala. Necesitaba contarme sobre sus proyectos. Se lo veía feliz.
Me senté en la cama, necesitaba antes tener unos momentos en soledad. Una idea se me cruzaba en la cabeza hace días… Ya que no podía consolar a Liz y tenerla entre mis brazos, escribiría una carta y cuando viera a Marin se la entregaría. Sólo le expresaría que no le guardaba rencor por aquellas duras palabras que me había dicho la última vez que la vi. Sólo sería una carta para que de ahí en adelante tratáramos de llevarnos bien en el hipotético caso de cruzarnos en la mansión de aquí a futuro. Así empecé a escribir, con esa idea encabecé la carta, sin embargo esa idea fue diluyéndose casi sin querer y terminó siendo la verdadera expresión de mi sentimiento… Una carta de amor.

Hola Liz:

Te parecerá extraño que te escriba esta carta, pero siento que es la única forma de llegar a ti y que te enteres lo que pienso.
Creo que no nos despedimos bien la última vez que nos vimos y no me parece justo porque a pesar de todo estoy seguro que nos caíamos bien… Yo…
Tú más que caerme bien, (tomé un respiro), Tú… fuiste y serás la dueña de mi corazón.
A pesar de esas crudas palabras que me dijiste y me dolieron mucho yo… yo sigo enamorado de ti como esa primera vez que te vi. ¿Recuerdas? Bajabas la escalera con un vestido azul y el cabello recogido. Tenías lo ojos brillosos quizás de haber llorado pero tu sonrisa apenas echaste un vistazo a la sala, iluminó mi alrededor. Me pregunté inmediatamente, ¿quién era esa rubia tan bonita de pechos llenos y culo perfecto? Perdón… Debería borrar lo de pechos y culo, no queda bien en una carta y conquistarte por medio de estas letras no es mi intención. Yo… Abandoné esa peligrosa tarea de ganarte el corazón, porque la sencilla razón es que cada vez que lo intentaba me desgastaba a tal punto de sentirme tan poca cosa. Entonces... Era mejor no intentarlo.
Sin embargo como te seguiré amando hasta el fin de mis días, quiero que sepas que no guardo rencor de aquel encuentro y que haría cualquier cosa porque fueras feliz. Estoy seguro que cualquier hombre lo será a tu lado. Yo no tendré esa oportunidad. Quizás ese final me lo busqué. No manejé las cosas bien. Es que no sabía cómo hacer para enamorarte. Era la primera vez que el sexo opuesto hacía temblar el suelo bajo mis pies. La primera vez que vivía las veinticuatro horas pensando en una hembra y que extrañaba su presencia cada minuto. Entonces… me desorienté. Jamás había perdido el control. Fue algo novedoso para mí. Yo… Jugué a los celos de tu parte sin tener la respuesta que imaginaba. Claro, si tú eras una hembra distinta al resto, dándote el lugar a cada instante sólo lograba sentirme pequeñito ante tu poder y atracción.
No sé si llego a explicarme bien. Son tantos sentimientos que vuelven a la memoria. La desdicha de no atraparte y que te rindieras a mis pies fue creciendo mi frustración. Siempre había creído que no había nacido para perder, y es curioso, en mi vida ya he perdido tres seres importantes. Mis padres y a ti.
Ya no importa. Me reconforta saber que he conocido lo que es besar por amor. Tus labios quedarán grabados en mis labios. Aún puedo sentirlos… Tu piel sobre la mía, tu tacto, tus caricias, tu voz susurrando en mí oído… Me quedaré con esos recuerdos Liz, nadie podrá quitármelos. Ni tú.
Sé lo que dirás cuando leas mi carta. Que soy un farsante, que sé engañar muy bien, que me salen geniales las mentiras. Sé que mi romance con Natasha te dolió, pero fue y será un acto de desesperación. Nunca habrá una hembra que te remplace, jamás.
Si pudieras soltar mi corazón, Liz. Porque lo tienes amarrado y secuestrado. Entonces, ¿cómo amar a alguien más? Imposible mi rubita.
No quiero fastidiarte con esta carta, es más creo que tengo una letra horrible. Espero que la descifres porque es importante para mí hacerte saber que nunca quise hacerte daño. No podría querer jamás tu desdicha. Trataré de seguir vagando por este mundo conformándome con verte feliz. Es lo único que me importa ahora.
Perdóname Liz, perdóname por los malos ratos que te he hecho pasar.
Te amo tanto, Liz. Nunca vas a imaginarte cuanto amor tenía para darte. Tampoco imaginarás las miles de veces que he soñado con tenerte entre mis brazos, los dos enredados en una cama, gimiendo, mientras entraba en ti, enloqueciendo de placer. No sabes cuánto lo desee.
Si no regresé a Drobak fue sólo por ti. Para no hacerte la vida imposible. ¿Ves? Por primera vez no soy egoísta. He cambiado, ¿verdad? Sí… Tú me cambiaste. Ya no soy el de antes prepotente y altanero. Sería capaz de pedirte de rodillas que me amaras y abandonaras todo por mí. Sin embargo sé que no lo harás. Así que aquí me quedo, en este rincón del mundo deseándote lo mejor. Esperando que alguna vez, aunque sea en honor a lo que tuvimos, abras un libro de esos que tanto te gustan, y la imagen de algún vampiro moreno no te haga entristecer, sino sonreír.
Sé feliz amor mío, hazlo por mí.
Te amaré siempre.
                                                                                                                                Lenya.


Contemplé la carta… ¿Estaba loco? ¿Qué ganaba con enviar la carta y que la leyera Liz? Nada. Ella no cambiaría su opinión de mí. Mejor era desistir de esa locura y romperla en mil pedazos.
En ese instante Charles entró en la habitación con aerosol de lustra muebles y una franela. Doble el papel y lo dejé sobre la mesa junto al velador. Guardé el bolígrafo en el cajón y lo miré.

-Perdón Lenya. Pensé que estabas con Rodion. Tengo que limpiar tu habitación pero puedo venir en otro momento.
-No, yo… -me puse de pie-. Iré a ver a Rodion. No estaba haciendo nada importante.
-¿Ah no?
-No.
-Bueno en ese caso te agradezco que despejes el espacio, querido. En poco subirá Rose con la aspiradora.
-Todo tuyo.

Charles.

Empapé la franela con algo del contenido del aerosol. Tenía un perfume a lavanda bastante rico. Quizás era mejor esperar que Rose pasara la aspiradora. Aunque no levantara polvillo podía ser que alguna que otra partícula se colara por los aires e hiciera mi trabajo de lustrar los muebles ineficiente.
Caminé hacia el espejo y estudié cuidadosamente si no habría algún centímetro empañado… Parecía que no. Era obvio que si Lenya no estaba utilizando la habitación por encontrarse en Kaliningrado, poco y nada habría que limpiar. Avancé hasta las cortinas y acomodé el dobladillo que parecía arrugado al caer en la alfombra. Habría que quitarla y después de un lavado volver a planchar.

La cama de Lenya estaba hecha, no había dormido aquí.

Observé la lámpara central por si habría telarañas, y después los veladores sobre las mesitas.

¡Caramba! Lenya había dejado ese papel sobre una de ellas. Sin embargo dijo que no tenía importancia.

Me acerqué y tomé el papel doblado en cuatro…

Él dijo que no tenía importancia… Igualmente quedaría indiscreto si sólo por curiosidad lo abriría y leería. Quizás eran sólo cuentas y gasto del mes… Quizás… ¿Y si en realidad era importante?
¡Charles, eso es atrevimiento! Me dije para mis adentros. ¡Claro que sí! Este papel es ajeno aunque carezca de importancia. Bueno… Era ajeno. En realidad Lenya dijo, “todo tuyo”, antes de abandonar la habitación. Entonces era mío. ¿O no?

Deposité los artículos de limpieza sobre la cama y abrí el papel. Leí con detenimiento cada línea de esa carta.

Cuando por fin terminé mi terrible acto de curiosidad, sonreí.

Creo que esta carta es muy importante, sería una pena tirarla a la basura… No… Esta carta debe llegar al destinatario. ¿No les parece?

Sasha.

No era una buena fecha para mí. Ningún mes de julio a partir de 1918 fue tranquilo y apacible dentro de mi mente. Cada año vivía la misma tortura de recordar el triste hecho arraigado en mi corazón. Nunca había podido apartar los malos sueños que me torturaban por esas fechas. Quizás era yo que me empecinaba en traer esos horribles sucesos como forma de sentirme más cerca. De no abandonarlos… Como esa noche lo hice.

Encerrada en mi habitación como cada año, frente a la caja de madera noble, sacaba uno a uno los recuerdos. La pulsera de perlas legítimas de Olga, el pequeño trozo de tela con el primer bordado a mano de María, la cinta blanca de cabello de Tatiana, cinco piedrecillas diminutas y veteadas con colores azules que me había regalado Anastasia, recogidas de la playa en la que fueron por última vez de vacaciones, el soldadito de plomo que me obsequió Alexei. También guardaba el mazo de naipes con el que jugaban la pareja de zares mientras estuvieron cautivos en esa maldita casa Ipatiev. Y por último, una carta de amor de la zarina Alexandra a su esposo.
Serví a los Romanov por treinta años, hasta esa madrugada del 17 de julio, donde una de las máximas expresiones del odio de la raza humana terminó con once vidas de un plumazo.
Comencé a trabajar para los zares cuando apenas era una adolescente. Mis padres, campesinos trabajadores y honestos, murieron por la hambruna que azotaba Rusia a pasos agigantados. Nunca supe cómo llegó a oídos del zar que yo era casi una niña, huérfana, que había sobrevivido a la catástrofe. Sólo buscaba un trabajo de servidumbre para sobrevivir y él ordenó que me llevaran al gran y maravilloso Palacio de Invierno. Creo que a pesar de todo tenía amigos con buenos contactos. Quizás fue mi protector, mi padrino, que gozaba de una carrera próspera en la política. Lo cierto que a pesar de ese día mi vida cambió. Los zares me acogieron y más allá de cumplir mis tareas jamás podría acusar que se me trataba indiferente y distante.

No quito la realidad que vivía la mayoría del pueblo ruso. El ochenta por ciento de la población eran campesinos explotados por el gobierno y la situación semana tras semana se notaba que empeoraba. El comienzo de la Primera Guerra Mundial y la intervención de Rusia no alivianaron las cosas, las empeoraron. Con una dinastía de los Romanov desde 1613 se arrastraba las grandes riquezas y tiranía que habían surgido desde la toma de poder de Ivan “el terrible”. Es cierto que la injusticia paseaba por las calles de Rusia. Si lo negaba era una necia. Pero también es cierto que los problemas no habían surgido cuando el joven Nicolás II llegó al poder. No estaba apto para gobernar la convulsionada Rusia, era torpe y lento en tomar decisiones, y sus mismos seguidores fueron encargados de enredar las cuestiones de Estado. Una y mil veces lo escuchaba decir a la zarina mientras se lamentaba, “no quiero estar al frente, no deseo gobernar. No tengo la menor idea de cómo hacerlo.” Ella respondía, “pero somos Romanov, querido. Tienes que hacerlo.”

¿Tenía que hacerlo? Quizás si hubieran renunciado al trono y huir a otra parte de Rusia o a su aliada Inglaterra sus vidas hubieran sido diferentes. Aunque en parte entendía, renunciar no era tan fácil. Sobre todo con los enemigos acechando el palacio.

Al zar le llegaban la mitad de las noticias, y las que llegaban, la mayoría tergiversada. Aun así, Nicolás tomó la decisión de introducir la Constitución y crear un Parlamento. Sin embargo las medidas llegaron tarde. El malestar del pueblo llevados por la ideas Bolcheviques, el grupo más extremista de los revolucionarios, creció. No bastaron para saciar la sed de venganza y libertad.

No sólo tenía recuerdos angustiantes de la crisis y tensión que sobrevolaba Rusia. Los Romanov eran una familia unida y afectuosa. Nunca había conocido un estilo de monarca o zar que estuviera tan enamorado de su esposa. Tomando en cuenta que su matrimonio fue impuesto y debieron celebrar la boda por decisión de otras personas, ellos se amaron con todo el corazón. Doy fe de ello.

La llegada de cada una de las niñas Romanov fue motivo de felicidad para Nicolás que al parecer le importaba un comino que ellas no fueran del preciado sexo masculino. El ansiado heredero, Alexis, fue el quinto hijo de los zares y no puedo negar que el más mimado de la Corte. Pienso que no sólo llevado por el promisorio futuro de ser el sucesor del zar, sino por su terrible enfermedad de hemofilia que lo hostigaba desde sus primeros años.

Alexis era un niño aparentemente débil al que le estaba prohibido correr y saltar como otros niños de su edad. Por temor a esas serias hemorragias que muchas veces lo postraban en una cama, sólo contaba con los cuentos infantiles y los cuidados de su abnegada madre. Muchas veces podía verse paseando por el bello parque del palacio en silla de ruedas, llevado por alguna de sus hermanas. Lo recuerdo como un pequeño travieso y sonriente, aunque más tímido que Anastasia, cuyas travesuras hacía persignarse a la zarina.

Las chicas siempre lucían vestidos vaporosos más allá de las rodillas. Generalmente en colores claros, hechos de puntilla y telas de la mejor calidad. Sus cabellos cepillados caían en bucles o los lucían recogidos con peinetas de nácar. En invierno, muy abrigadas con gorras y abrigos de paño grueso y pieles, solían pasear por los senderos del parque. Allí dejaban volar su imaginación proyectando sobre un futuro romántico junto a jóvenes que las amaran por siempre. Eran chicas comunes, y sin esas prendas pomposa y extremadamente caras, las hubiera confundido con cualquiera de su edad. Pero ellas no eran chicas comunes para el pueblo. Eran hijas del todopoderoso y explotador zar de Rusia, y su odiada zarina de origen alemán. Demasiado peso para llevar sobre los hombros.

Respiré hondo tratando de aliviar mi angustia mientras daba vueltas entre mis dedos el soldadito de plomo de Alexei. Un juguete… Un juguete porque Alexei era un niño. La venganza contra los niños debería ser imperdonable…

¿Qué clase de ser humano toma represalias contra inocentes? ¿Qué tipo de humano se vanagloria con quitar la vida a seres tan indefensos como los niños? ¿Qué nombre puede dársele a quien levanta un arma y dispara a sangre fría mientras unos ojos infantiles que no entendían nada de lo que ocurría lo contemplaban? ¿Qué nombre le daría? Lo llamaban Yakov Yurovsky… Yo… aún no le he encontrado nombre apropiado.

Miré mis manos blancas y delicadas ya no de una joven sino de una mujer de cuarenta y cinco años. Esa era la edad que tenía cuando esa madrugada fatídica Mijaíl vino por mí. Me rescató de la muerte segura y no podía decir que no le agradecía. Sin embargo había algo dentro de mí que sentía culpa. Quizás porque hubiera sido justo que esos niños hubieran sobrevivido y no yo, que mal o bien había transitado muchos años.

Mijaíl coqueteaba conmigo desde hace un tiempo. Mucho antes que cayéramos prisioneros en la casa Ipatiev. Me había confesado su naturaleza sobrenatural que tomé entre bromas al principio, hasta que una noche me demostró sus dones extraordinarios. Entre ellos materializarse en el aire. Creo que con toda la angustia que estaba sintiendo en esa cárcel poco y nada podía razonar que podía ser un personaje diabólico y que como buena cristiana ortodoxa debía rechazar todo contacto cercano al demonio. Pero este aparente emisario del diablo era encantador y subyugante, imposible rechazarlo. Le fue fácil moverse por la casa ya que el número de soldados que resguardaban cada movimiento de los zares eran decenas. Dos o tres en cada puerta, siete en las escaleras, tres en la cocina, y muchos más alrededor de la mansión. Está demás decir que vestían fuertemente armados hasta los dientes, como si nosotros fuéramos una banda peligrosa y no una familia y sus sirvientes.

Pero la orden era determinante para cada uno de ellos. Nadie de los Romanov, ni el doctor de la familia, ni el cocinero, ni nosotros, personal de servicio, podíamos salir con vida de allí. Cualquier error sería pagado con sangre. Esa fue la explicación del porqué nunca salió a luz que éramos tres sirvientas y no dos las que entramos a la casa Ipatiev y a nuestro destino. Ese secreto de mi desaparición misteriosa quedó muy bien guardado entre los asesinos. Supongo que después de todo yo no tenía sangre Romanov y se habrían cansado de buscarme hasta que desistieron. Y yo… muy lejos de Ekaterimburgo… Junto a Mijaíl. Sin embargo, lejos de sentirme dichosa por haberme salvado nunca iba a dejar de reprocharle a la vida porque yo sí y ellos no.

La madrugada del 17 de julio volvió a golpear sin compasión mi memoria. Todos deberían estar durmiendo. Yo compartía la habitación con dos sirvientas más que también descansaban apacibles, ignorando los pocos minutos de vida que les quedaba. No había podido conciliar el sueño. Ruidos constantes de motores de vehículos, pasos apresurados que subían y bajaban las escaleras, voces que hablaban cuchicheando. Me sentía inquieta y no sabía el porqué. Sólo cuando uno de los soldados llamó a mi puerta, la garganta se me hizo un nudo y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

“¡Vístanse rápido! Aguarden en el pasillo nueva orden.” Esa fue la directiva que recibimos. No podíamos ver que ocurría fuera de la casa ya que las ventanas estaban tapiadas y los vidrios pintados de blanco. Era una cárcel sin ninguna oportunidad de contemplar algo más que esas paredes altas, y muebles lujosos.

Cuando salimos al pasillo cuatro soldados con miradas despectivas, nos custodiaban atentamente. ¿Acaso hubiéramos podido salir de allí como si tal cosa? ¡Ridículos! En pocos minutos se nos reunión el doctor y el cocinero, por último, los zares y sus hijos.

La zarina se mantenía lo más cerca posible de sus hijas, el zar se mantenía firme aunque en sus brazos cargaba a Alexei. Todos nos miramos en un silencio que duró una eternidad. Jamás olvidaré la mirada de Nicolás II, adivinando probablemente que nada bueno se avecinaba, me miró como pidiendo disculpas.

Yurovsky salió entre las sombras que ofrecían las tenues luces de las lámparas del pasillo e informó.
“Por temor a un atentado hemos decidido trasladarlos. Ya no es seguro mantenerlos aquí.”

Noté que las chicas Romanov respiraban, cambiando el rostro lívido de preocupación y desconcierto. La Zarina Alexandra, otro tanto. Sin embargo Nicolás no se notó distendido, por el contrario, sus ojos tenían un brillo especial. Yo diría que el brillo del más profundo miedo.

Varios soldados abrieron camino y bajaron las escaleras. Tras del zar, Yurovsky, con su mirada acusadora, llena de odio. Los sirvientes seguimos el paso de las niñas, yo era la más rezagada. Eso facilitó la tarea de Mijaíl quien en un recoveco del pasillo tiró de mi brazo para ocultarme tras una escultura.

-¿Qué haces aquí? –susurré.

Hizo señal de silencio y habló en voz baja.

-Sólo cierra los ojos y no pienses en nada.

Quise preguntar que intentaba hacer pero insistió desesperado.

-Escucha, no tenemos mucho tiempo, haz lo que te digo, por favor.

Lo que recuerdo después es verme en las afueras de la casa. Tartamudee azorada por lo que acaba de pasarme. De inmediato reaccioné.

-Debo ir con ellos, se irán muy lejos. No podré encontrarlos.

Mijaíl que me tenía entre sus brazos me miró con una pena infinita.

-No Sasha, ellos no irán a ningún lado. Yo… Acabo de salvarte la vida.

Mis ojos se agrandaron desorbitados y murmuré aterrada.

-Los niños… Debemos regresar.

Él negó con la cabeza.

-No hay tiempo.

Entonces comencé a luchar entre sus poderosos brazos.

-¡Déjame no entiendes! ¡Debo ir por los niños!

Mijaíl me sacudió para hacerme reaccionar.

-¡Basta eres tú la que no entiende!¡Si regresas morirás con ellos! No voy a permitir que te ocurra nada malo.

No había terminado de decir la frase cuando el sonido seco de varios impactos en la lejanía rebotó en mi cerebro. Después un silencio cubrió el bosque y alrededores. Un silencio con sabor a muerte. Quedé inmóvil, con el pulso latiéndome a mil por hora, con los labios entreabiertos, la garganta seca, y mi cuerpo temblando. Creo que murmuré…

-Los niños…

Pocos segundos después, me desmayé.

No fue fácil seguir mi vida, primero humana y después vampiresa. Es que hay recuerdos que no olvidas por cambiar de raza. Raza… Sustantivo que usan la mayoría para que quede bonito e intelectual, pero que al fin al cabo no es más que un título para diferenciarse entre seres.

Quité del fondo del cofre unos recortes de periódico. Uno a uno había guardado después de leer con ilusión las noticias de los descubrimientos de lo que ocurrió esa noche. ¿Anastasia vivía? ¿Había logrado escapar? Siempre hablábamos con Mijaíl y él me daba esperanza. Hasta que un día descubrí que me lo ocultaban. Aunque nunca confesé que sabía.

Un grupo de científicos había analizados restos humanos encontrados en una fosa cerca del hallazgo principal. Los estudios dieron que había compatibilidad con el ADN mitocondrial de familiares de los zares. Ya no había esperanza… Los huesos rotos y muchos de ellos pulverizados correspondían a los dos cuerpos que faltaban de los Romanov.

¿Dónde quedaron las risas de Anastasia, los sueños de Olga y Tatiana de casarse por amor? ¿Dónde se fue la melodía que tocaba en el piano por la tarde, María? ¿Y los juegos de Alexei? Nada, no había quedado nada. Todo había arrebatado la mano del verdugo, que proclamando la justicia social había tomado revancha robándose vidas inocentes.

Desdoblé el papel de periódico… “Los huesos de los cráneos fueron quebrados y fue echado ácido sulfúrico sobre los cuerpos para desintegrar toda huella”. Un horror… Aun después de muertos no hubo una pizca de respeto. Por supuesto no podían permitir que nadie del ejército blanco hallara los restos con los años. Eso significaría que la Rusia futura los venerara. Sin embargo contra eso no pudieron. Una vez que fueron hallados y reunidos los once cuerpos, le dieron sepultura cristiana en la inmensa catedral. Casi todo el pueblo contemporáneo se reunión en la misa. Ahora descansaban en paz todos juntos. Pero eso a mí no me bastaba. Porque yo podía pasear por las calles de Moscú sintiendo la sensación placentera de los primeros copos de nieve. Yo podía ver a mis hijos crecer y reír. Podía amar al hombre que tenía junto a mí. Ellos ya nunca más lo harían.

¿No hubiera bastado con tomar prisionero al zar si querían arreglar cuentas? ¿No era suficiente exiliarlos a los confines de los Urales? No, ellos debían destrozar todo a su paso, sin importar ni valorar la vida de unos niños y jóvenes inocentes.

Nunca leí en las notas arrepentimiento de parte de Yurovsky. Al contrario, se vanagloriaba de lo bien que había hecho su trabajo. Y murió con honores. El grandísimo hijo de puta.

Siempre supe que el que empuña un arma y mata a otro debe ser especial. No debe tener corazón, salvo en defensa propia. Pero el que asesina niños… Ese es un monstruo.

De pronto, entre tanta tristeza y angustia, la voz de Tatiana vino a mi memoria. Sentadas en el parque del palacio se hamacaba en una hamaca improvisada que había hecho el zar y uno de los sirvientes para sus hijos… “Sasha, ven. Acércate, quiero decirte algo y no quiero que me escuchen.” Yo le respondí… “Pero Tatiana si no hay nadie en el parque.”

Ella sonrió con picardía.

“Sasha aquí los arboles escuchan, ven.”

Me acerqué levantando el ruedo del vestido para que no se manchara con el césped.

“¿Sabes? Hay un joven que me gusta. Es un soldado que cuida las afueras del palacio.”
“¡Tatiana! ¿Un soldado? Tú estás loca. ¿De dónde lo conoces?”
“Pues ya te he dicho, lo veo siempre que salgo a pasear o a misa. Es de cabello castaño y tiene ojos claros, creo que azules.”
“Tatiana, mejor piensa en otro joven”.
“¿En quién?”
“No sé, en alguien de tu clase”.
“¿Estás loca Sasha? No voy a casarme con esos estirados de panza hinchada y nariz grande porque sea un príncipe.”
“Alguno debe haber que te guste sin necesidad de que busques entre soldados. Tus padres no lo permitirán”.
“A mí no me importa. Me escaparé con él muy lejos.”
“¿Has perdido la cabeza?”
“Me gusta mucho. Y él me sonríe cada vez que me ve.”
“No sabes ni quien es”.
“Tampoco sé como son los príncipes con los que les gustaría verme casada. Por eso te cuento Sasha, tú puedes averiguar sobre él. Andaaa, averigua su nombre”.
“¡Estás loca! Me matarán tus padres.
“Calla Sasha mi madre nunca se ha enojado contigo ni cuando quemaste el pavo de Navidad.”
“Eso es diferente.”
“No lo es. Por favor, por favooor.”
“Bueno, bueno, ya, no marranees de esa forma. Veré que puedo hacer.”
“Te quiero Sasha”.
“Yo también.”

Pero Tatiana nunca pudo reunirse con ese soldado que parecía enamorado de ella. Lo triste que no a causa de la prohibición de sus padres, sino de un desalmado que le robó la ilusión y la vida.

Ni Olga, la mayor de todas las princesas, entendía a sus veintidós años, el problema grave entre las clases sociales. Nadie de ellos entendía, sólo que había enemigos que deseaban hacerles daño. Tampoco comprendieron la importancia del mandato dejado por la zarina. “Cosan las joyas entre la tela de los corcet antes de reunirse con nosotros. Es probable que no regresemos al palacio.”

Mientras la orden de la zarina se diluía en los recovecos de mi cerebro, en mis manos sostenía el recorte de periódico que indicaba la razón de por qué las balas rebotaban en los cuerpos de las jóvenes y terminaron rematándolas con las ballestas.

Unos golpes en la puerta de la habitación me trajeron al presente…

-Soy yo, Sasha. ¿No crees que sea demasiado tiempo el que estás encerrada? Cada año es peor. Debes hablar con Dimitri.

Era Mijaíl.

-Sasha… ¿Vamos a cazar? Debes alimentarte.
-Déjame Mijaíl, sabes que quiero estar sola. Nadie entiende mi dolor.

Abrió la puerta lentamente y entró mientras yo permanecía de espaldas a él, frente al tocador. Observé su rostro preocupado a través del reflejo.

-Por favor. ¿No entiendes que nada puedes hacer?

Caminó hacia mí y se detuvo a un costado observando la caja de recuerdos y los recortes esparcidos por la mesa de tocador.

-Sasha, esto no te hace bien.
-Déjame, tú no puedes saber si me hace mal.
-¡Por supuesto que te hace mal!
-No es una forma de no sentirme culpable, recordarlos. Tenerlos presentes.
-Pero tenlos de otra forma, no regresando a la noche del asesinato.
-¡No puedo! –me puse de pie-. Porque desde esa noche no puedo dejar de pensar que debí regresar por ellos.
-¡Que terca eres! ¿Tú crees que podrías haber escapado?

Lo miré. Quizás tenía mucho dolor en mi corazón. Rabia porque el ejercito blanco no había podido llegar a tiempo a rescatarlos. Furia por el maldito destino que arregló las piezas de ajedrez para que esa madrugada se cumpliera ese “jaque mate al rey”. Quizás fue el dolor… sí… La cuestión es que cuando el dolor y la rabia nos embarga la boca debe quedar callada antes de soltar lo inapropiado.

-Yo no. Sin embargo quizás tú sí.

Siempre me arrepentiré de esa frase.

Me miró con una pena infinita, traspasando mi alma y mi corazón.

Habló con un hilo de voz, pero determinante.

-Siempre supe que algún día me echarías la culpa que tienes guardada. Tenía esperanza que tu mente razonara que era imposible y te perdonaras y me perdonaras por algo imposible de hacer. Veo que no… Que la rabia que me tienes por no haber intentado nada te carcome desde hace años todos los julios. Pero te diré una cosa, sí hice algo. Salve una mujer maravillosa que me dio cinco hijos y una nieta. Con la que viví una gran pasión de verdadero amor. Y digo viví porque hasta aquí llegué. Sólo me faltaba confirmar por tu boca la culpa que me atribuías.
-Mijaíl –murmuré apenada.
-No, no quiero escucharte.
-Por favor, no he dicho que tú fueras como esos asesinos.
-Eso ya lo sé, serías una mentirosa. En cambio me acusas de no haber intentado algo, así que lo que estás es equivocada. Pero no quiero quedarme más a tu lado. Me hiciste daño, me ofendiste, y prefiero irme lejos de aquí.
-¡Mijaíl! –grité aterrada y arrepentida.
-Déjame en paz, Sasha.

Quitó una maleta grande después de abrir el ropero con fuerza y furia.

-Mijaíl, te repito, no quise decir esa frese que te molestó.

Él continuó llenando de ropa desordenada la maleta.

-Mijaíl, te amo.
-Lo dudo –fue lo que murmuró.
-No –lloré-. No digas que dudas de mi amor.
-Calla Sasha, no quiero escucharte más. Esta cantidad de años que hemos pasado juntos sólo te amé como un loco, y mira como me pagas.
-Mijaíl –lloré sentada en la cama mientras lo veía aproximarse a la puerta.
-Adión Sasha, estarás mejor sin mí.

Estallé en llanto desgarrador. Me arrepentía de haberle dicho esa frase. Es que mi dolor había tomado una dimensión tan honda e inmanejable… Perdí el control.



















11 comentarios:

  1. Uy me dio mucha pena Lenya ojala la carta loa migue con Liz. Genial como describiste la pena de Sasha y sus recuerdos de los niños Romanov. Te mandfo un beso y te me cuidas

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    1. ¡Hola cielo! Ojalá la carta llegué a destino, con la ayuda de Charles y otro poco de la autora quien te dice. Una pena los Romanov, me alegro que te haya interesado amiga. Un beso grande y gracias por pasarte y leerme.

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    2. ¡Hola cielo! Ojalá la carta llegué a destino, con la ayuda de Charles y otro poco de la autora quien te dice. Una pena los Romanov, me alegro que te haya interesado amiga. Un beso grande y gracias por pasarte y leerme.

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  2. Hola, Lou... Este capítulo prometía y ha cumplido su promesa ;-)
    Que Lenya piense que si pudiera le devolvería la salud a Drank, solo porque Liz no sufra y sea feliz, demuestra que la quiere de veras
    Me ha encantado la carta de amor, y creo que el bueno de Charles hará que llegue a su destino ;-)
    Ya me estremeció ver el vídeo... y ahora leer como acabaron las vidas de once personas, incluidos los niños, ha sido muy duro
    Entiendo la pena de Sasha... y creo que Mijail se ha enojado demasiado
    Sasha no pretendía dañarle con sus palabras
    Pero la vida es así... y a veces tomamos decisiones muy equivocadas
    Me he quedado con el nombre del asesino... Yakov Yurovsky
    Me ha encantado el capítulo... Felicidades
    Besos

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    1. ¡Hola Mela! Gracias amiga, que suerte te ha gustado. La carta de amor es sincera, veremos si llega a destino. A mí también me estremeció el video y creo que desde que comencé el estudio de la historia he pensado varios días en ellos. A Sasha se le ha escapado, y por vivir cerca un tema similar, la culpa por haber sobrevivido no es tan fácil de sobrellevar aunque no se explique el porqué.
      Creo que Sasha pedirás disculpas y los dos se aman. Por ahora no lo veo factible, habrá que esperar querida autora. Un besazo y gracias!!

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    2. Me olvidaba, haces bien en recordar el nombre, ya sabrás por qué. Besotes reina.

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  3. Hola, amiga, qué capítulo!!!! Terminé muy conmovida por la carta de Lenya, me dio tanta pena, lo comprendo respecto a que con frecuencia es más fácil poner lo que sentimos en un papel, y creo que allí ha desnudado sus sentimientos de verdad, ojalá que esto sirva para que al fin se arregle todo con Liz. Y los recuerdos de Sasha, siento que ya nos venías preparando para esto con los videos y aquí has descrito muy bien la desesperación y la tensión de esta etapa, me ha encantado. Gracias por compartir tu historia, amiga.

    Besotes.

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    1. ¡Hola Claudia! Muchas gracias, viniendo de ti es un honor como tantas autoras que llegan hasta aquí y tienen mucha experiencia. La carta de Lenya lleva encerrado tanto amor desde hace tiempo, aunque controvertido su destino y caracteres. Debemos esperar.
      Me alegro haberte transportado a la angustia y al miedo, al fin al cabo es el objetivo de el que escribe. Muchas gracias y besotes cariño.

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  4. Oh que buen capitulo me encanto la carta de Lenya, hay dejo sus sentimientos en el papel, lo que no dijo en persona lo hizo con es carta, y Charles va ser un excelente cupido porque no se va a quedar de brazos cruzados de lo mas seguro que la envía, y Sasha tiene todavía muy profundo esos pensamientos, un super capitulo Lou como siempre, gracias!!

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    1. ¡HOla Laura! Me alegro mucho que te haya gustado el capi. La carta de Lenya no puede quedar sin llegar a destinatario, Veremos que opina Liz. Sabemos que no abandonará a Drank, pero quien sabe si decide al menos encontrarse con SU AMOR. Si se encuentran dudo yo que no ardan chispas. ¿Tú qué crees? Un besazo enorme y gracias por comentar cielo.

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  5. Episodios tristes que no debían existir,,,saludos amiga Lou

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