Capítulo
27
El
anillo de lo Craig.
Liz.
Hacía varios días que a
Drank le habían dado el alta. Esperaríamos los resultados ansiosos pero al
menos mi amigo podía pasear con el cuidado debido y disfrutar de los días
soleados. George no quiso que retomara el trabajo en el puerto pero no pudo
contra la decisión de su hijo de
colaborar en la feria. Drank era así, el dolor que sentía en los huesos era
molesto pero era más molesto para él sentirse un inútil.
Ese atardecer decidimos
ir al cine. La noche avanzaba despacio, tomándose su tiempo. Nosotros… felices
de sentir el verano en cada rincón de Drobak aunque quizás mañana llovería.
¿Extrañaba Kirkenes? Sí, extrañaba Kirkenes. También todo lo que significaba
vivir allí… Lenya…
Ayudé a Drank a bajar
con muletas las escaleras de la sala de cine. No podía verlo en ese estado,
dependiendo de otro. Conocía muy bien a mi ex amante y amigo. Estaría sufriendo
horrores el hecho de no bajar unas simples escaleras del entre piso.
Traté de distraerlo con
mi mejor sonrisa.
-¿Te ha gustado la
película? –pregunté.
-Sí. Muy buen final. ¿Y
a ti?
-Más o menos. El malo
de la película no pagó como debía. Sólo lo mataron, me hubiera gustado verlo
sufrir con todo lo que les hizo a los pobres protagonistas.
Al llegar a planta baja
lo solté del brazo y él acomodó las muletas afirmándolas bajo las axilas.
-Yo creo que pagó. Liz,
la muerte es un castigo terrible.
-La muerte no es
castigo, Drank.
-Cierto, a veces no.
-Oye, ¿quieres que
demos una vuelta por la avenida y vemos vidrieras? Se ha nublado pero parece
que no lloverá.
-Tenme paciencia.
Caminaré despacio, no quiero quebrarme otra vez.
-Tranquilo.
Al salir del cine la
noche estaba fresca, las nubes blanquecinas, tormentosas, viajaban hacia el
oeste y daban claro indicio que quizás llovería recién hacia la madrugada. Teníamos
tiempo de pasear y hasta de tomar un café en alguna cafetería acogedora.
Del brazo de Drank, a
paso lento a causa de sus muletas, avanzamos hasta cruzar el parque. El sendero
iluminado por las farolas antiguas daba vida a las jardineras de ladrillos con
flores nocturnas y junquillos.
-La cafetería queda
cruzando el parque. Tomaremos unos ricos capuccinos –dije entusiasmada.
-No Liz, preferiría ir
a casa.
-¿Te sientes mal?
-No te preocupes. Sólo
que tanta medicación para el dolor está acabando con mi estómago. No te
enfadas, ¿verdad?
¿Cómo crees? En
absoluto. Además, tendré que madrugar. Por la mañana tengo que presentarme en
la casa de los Milianovich. ¿Los conoces?
-Sí, son los dueños de
medio Drobak. Nos compran leña hace más de una década. ¿Por qué tienes que
presentarte en la casa?
-Si están conformes y
aceptan cuidaré a su bebé. Sólo será los fines de semana por las noches. Por lo
menos es algo de dinero.
-Ah, okay.
De pronto se detuvo
frente a un banco solitario de la plaza. Lo miré sorprendida.
-¿Te duele algo?
¿Quieres que nos sentemos en un banco a descansar?
-No… Me gustaría
besarte.
Me sorprendió.
-No es un compromiso,
Liz. Sólo me gustaría sentirte cerca. Un beso, no pediré nada más. Al menos que
lo desees.
Sonreí.
Me acerqué y le tomé la
cara con las manos. Sus mejillas cubiertas por una fina capa de barba
incipiente hicieron cosquillas en las palmas. Incliné el rostro y rocé su
nariz. Olía a menta. Entreabrió los labios lentamente y cerró los maravillosos
ojos azules. Al sentir la suavidad de los labios me dispuse a dar todo de mí.
¿Qué podía hacer? ¿Llorar en los rincones de mi casa por un vampiro que nunca
me pertenecería? ¿Quién mejor que Drank para ayudarme a olvidarme de Lenya y
comenzar un nuevo camino en Drobak?
No sé en qué hubiera
terminado nuestro beso. Si no hablaríamos después de ese amor que intentaba
Drank resucitar, o si la noche hubiera terminado con los dos en la cama. Lo
cierto que un trueno partió en mil pedazos el silencio del parque y nos obligó
a apartarnos sobresaltados.
-Dios, Liz, pensé que
no llovería.
-Vamos, busquemos un
taxi –ordené.
¿Tan pronto había
viajado la tormenta sobre nosotros? No… Esto no era normal…
Nos llevó quince
minutos llegar a la avenida principal y parar un taxi. Ayudé a Drank a subir
aunque al principio se resintió. La lluvia caía copiosamente y mi amigo
insistía que subiera al coche rápidamente. Pero yo tenía algo que hacer antes…
-Espérame aquí, ya
regreso. Chofer, aguárdeme un segundo, por favor.
-Pero Liz, ¿dónde vas?
Te empaparás, cariño.
-Tranquilo, sólo unos
minutos. Creo que perdí mi monedero.
Cerré la puerta del
taxi y corrí parque adentro. Me detuve cuando el lugar me parecía adecuado para
que, quien estaba segura era el culpable de la lluvia, hiciera su aparición.
Miré las copas de los
árboles mientras la lluvia mojaba mi vestido floreado y mis zapatos negros.
-¡A ver! ¡Muéstrate de
una buena vez y da la cara!
Silencio… Sólo el
sonido de la lluvia al caer sobre los charcos que se formaban rápidamente.
-¡Lenya Craig! ¡Sé qué
eres tú!
Respiré profundo el
aire con olor a flores mojadas.
-Aquí estoy.
Giré a mi espalda y
allí estaba el desgraciado encendiendo un cigarrillo recostado a un roble
viejo.
-¡Ah! Sabía yo que estabas
vigilándome. Querías arruinarme el paseo, ¿verdad? Pues te diré que no me
importa mojarme. Drank y yo lo hemos pasado de maravilla.
Su rostro se tensó y
caminó hacia mí bajo la lluvia torrencial. No retrocedí. Yo nunca retrocedía
ante nada. Ni siquiera cuando el amor personificado de jeans gastados se
aproximaba peligrosamente.
Sus jeans caídos a las
caderas, sus piernas largas y fuertes, sus pectorales se dibujaban bajo su
camisa blanca empapada. Entre los dedos el humo de su cigarrillo iba extinguiéndose
de a poco. Sí, hasta para los vampiros era imposible fumar bajo la lluvia.
-Ibas a besarlo.
-¿Y qué? ¿Quién eres?
¿Mi dueño y no me he enterado?
Sonrió de costado y
tiró el cigarrillo a un charco.
-¡Para esta maldita
lluvia! –exclamé indignada, sintiendo el frío que calaba los huesos.
-No cesará hasta que me
digas que carajo haces con él.
Lo miré con los ojos
desorbitados.
-¡Te has vuelto loco!
Entendí que por su
expresión no cedería hasta que hablara, y me defendí.
-¿Qué hago con él? ¡Lo
mismo que tú haces con Natasha!
Me miró fijo y se
acercó más.
-Entonces… ¿estás
tratando de olvidarme? Porque eso hago yo con Natasha. Tratando de olvidarte.
Tragué saliva. No podía
contra esas armas… Hubiera preferido un insulto. Hubiera sido más fácil
enojarme que rechazarlo. Mi cuerpo temblaba de frío, de frío y de ganas porque
me besara. Pero Drank estaba en un taxi esperándome ajeno a mi encuentro con
Lenya Craig. Vampiro por su origen, dueño de mi corazón por el destino.
-Me voy –murmuré-.
Están esperándome.
Encogió los hombros
como si no le interesara. Sin embargo quien iba a creerle esa mentira. Lenya no
sabía mentirme, aunque tampoco yo.
Se acercó hasta que
nuestros rostros quedaron a centímetros.
-Vete con él, rubita…
Pero antes llévate algo para el camino.
Iba a protestar imaginando
a que se refería y su boca no me dio tiempo. Sentí sus dedos afirmarse en mi
nuca para inmovilizarme y se hizo dueño de mis labios y mi lengua. Podía sentir
contra la espalda la corteza rugosa de un árbol. Me había arrastrado con él y
yo casi sin percatarme de ello. Así era, potente, poderoso, implacable. No le
importaba nada ni nadie, sólo su deseo de conquista y su rabia por sentirse
desplazado.
¡Qué difícil apartarlo
de mi cuerpo si mi cuerpo era lo que más deseaba! ¿Cómo acallar mis hormonas si
era algo tan sencillo y natural? Era como la aritmética, dos más dos, cuatro.
Sentirlo sobre mi piel, sobre mi boca, significa encender el fuego
incontrolable de mis entrañas. Mis manos se apoyaron en ese pecho pétreo que
parecía sólo moverse por la respiración agitada de él. Chupó mi lengua moviendo
la boca con movimientos insaciables, devoradores. Gemí sin quererlo
encendiéndolo más. Lo supe cuando el dulce quejido de su garganta me estremeció
hasta la última célula. Entonces… abrí mi boca entregándome a ese beso mortal.
Si Dios no me daba
fuerzas no saldría de ese sitio, no saldría de ese parque, no saldría de sus
brazos… Dios… Ayúdame.
El momento fatal fue sentir
un segundo gemido dentro de mi boca mientras apoyó su entrepierna caliente y
dura contra mi pelvis. Su cuerpo tembló bajo mis manos. Mi bajo vientre dio
respuesta en el acto y me excité como una ninfómana. Luché contra su lengua
para que mi boca tuviera la primacía y dominar sus besos. No para separarlo,
todo lo contrario. La piel era fuego y me faltaba el aire. A la mierda la
lluvia torrencial. Quería acariciarlo, besarlo, tenerlo desnudo dándome placer
y yo a él.
En mis condiciones ni
Dios me ayudaría. Sin embargo lo que ningún Dios haría pudo hacerlo la imagen
de mi pobre amigo esperando en un taxi. Llámenlo vergüenza, conciencia,
raciocinio, daba igual.
Separé los labios, sofocada.
El mi miró a través de las pestañas con embeleso, como si quisiera comerme. Acarició
las comisuras con el pulgar, lentamente, el aliento tibio rozaba mi boca.
-¿Por qué estás con él?
–preguntó con evidente dolor.
-¿Tú no estás con
Natasha?
Nos miramos fijamente,
a la vez que la lluvia empapaba nuestros cabellos y rostros.
-Regreso al taxi. Drank
me espera. Él no se merece esta ridícula espera. Es una maravillosa persona.
Cada vez que el nombre
de Natasha me recordaba a esa vampiresa perfecta e inquilina de su cama la
rabia crecía con matices de furia y venganza.
Se distanció lentamente
dejándome mojada, en todos los sentidos, y vacía.
-Detén la lluvia
–susurré, abrazándome a mí misma por el frío.
Me observó con dolor,
acariciando sus labios con los maravillosos dedos masculinos como si quisiera
retener la sensación de mis besos, después con furia dibujó una mueca liberando
la ira por los celos.
-¡Maldito macho!
–exclamó-. Me las pagará.
En instantes se
desvaneció en el aire.
Regresé al taxi con el
alma partida en mil pedazos, tal como ese trueno había partido el cielo
anunciando la tormenta. La ausencia de Lenya dolía siempre, sin embargo cada
nueva partida de él era desgarrarme nuevamente. Era comenzar a tratar de
olvidar su cuerpo abrazador, sus besos devoradores, su mirada que traspasaba mi
alma. Era un nuevo comienzo intentando quitarlo de mi mente. Era regresar a la
línea de partida de esa loca carrera que tenía como meta ser feliz, renunciando
al amor verdadero.
Anthony.
La semana había
transcurrido extraña desde la partida de Svetlana y mi hija. Quizás era yo sintiéndome
desolado y susceptible a cualquier movimiento que no fuera rutinario en la
mansión. Lo cierto que Charles había viajado a Oslo un par de veces y había
llegado hoy a la mañana preso de un hermetismo muy inusual en él. Sebastien se
había encerrado con él y habían estado casi tres horas sin salir del estudio.
Tomé un trago del
whisky y me recosté en el sillón. Ron leía el periódico local en el sofá frente
a mí. Levantó la vista y me miró.
-¿Has visto las
noticias?
-No.
-Entiendo, debes tener
la cabeza en la visita que deben hacerle a los Gólubev.
-Sí. Sebastien la
postergó hasta pasado mañana. Dijo que debía estar Lenya.
-¿Ese loco sigue en
Drobak? –sonrió, tirando a un lado el periódico.
-Calla, que aparecerá
en cualquier momento en la mitad de la sala. Tú sabes le gusta sorprender.
Rio.
-¡Es la verdad! Se lo
digo en la cara. Pobre Liz, la volverá loca.
Sonreí.
-Bueno, larga el rollo.
¿Qué hay en las noticias que te haya llamado la atención?
Cogió su whisky de la
mesa baja de living y tomó un sorbo.
-Otro homicidio
múltiple. No lejos de aquí.
-¿Cerca de la reserva?
-No precisamente. A las
afueras del centro de Kirkenes pero no hacia el monte… Los despedazaron. Un
niño y sus padres.
-¿Lobos?
Arqueó la ceja.
-Había poca sangre en
la escena, como si alguien los hubiera desangrado antes.
-¿Vampiros?
Se encogió de hombros.
-No lo sé. Sea quienes
sean me gustaría atraparlos y darles su merecido.
-Olvídalo, está Pretov
para eso –bromee.
Carcajeó.
-Me harás partir el
labio de la risa.
Sebastien y Charles
salieron del estudio con rostro preocupado.
-¡Hola muchachos!
–saludó Charles-. ¿Un whisky, Sebastien?
-Un coñac, Charles.
Gracias. ¿Qué tal chicos?
-Bien –contestamos al
unísono.
-Me serviré lo mismo
-acotó charles refiriéndose a la bebida.
A los pocos minutos los
cuatros estuvimos sentamos en los sofás en silencio. Sebastien tomó el
periódico y nos habló.
-Scarlet me adelantó
algo de este asesino serial. La policía está desorientada. Yo no tengo dudas.
-Vampiros, ¿verdad?
–preguntó Ron.
-Vampiros o vampiro.
Podría ser un solo –contestó.
Manipuló las hojas
hojeando con rapidez. Lo hizo a un costado y cogió el vaso de coñac. Entonces
lo vi… Un anillo bellísimo destelló en su dedo anular derecho. ¿Era la cabeza
de un león? Sí, el símbolo de los Craig. Una belleza de joya no sólo por lo que
habría costado sino por lo significaba llevarla encima.
-No hay aquelarres tan
salvajes, Sebastien –aseguró Ron.
-Lo cierto que no lo
sabemos, Ron. Desde que falleció mi padre no he hecho un seguimiento por el
mundo.
-Al menos podemos
descartar las regiones soleadas –agregó Charles.
Miré a Charles beber
del vaso y descubrí el émulo del anillo en su anular. Sebastien había encargado
uno igual para él. Era lógico, se lo merecía. Miles de años sirviendo a los
Craig y manteniendo una férrea amistad con el aquelarre. Me alegré de todo
corazón por Charles. No había otro vampiro en el mundo tan fiel y justo. Yo
también era fiel a los Craig desde hace mucho tiempo, pero sentía que le había
fallado con atreverme a enredarme con una Gólubev no ignorando lo importante
que eran para Sebastien. No medí las consecuencias. Me enamoré perdidamente de
un ángel que estaba por encima de mi linaje.
-¡Chicos!
La voz de Sebastien me
sustrajo de la imagen de Svetlana que comenzaba a ganar mi cerebro.
-Necesito que
descansen. Esta noche saldremos a recorrer Kirkenes por separado. Tenemos poco
tiempo en este período del año. Pero evidentemente si no nos ocupamos de este
asesino nadie podrá hacerlo.
-¡Muy bien, Sebastien!
–contestó Ron.
-Por supuesto, cuenta
con nosotros –agregué.
Sebastien alzó la vista
del vaso y nos miró fijo, uno por vez.
-Lo sé. Sé que siempre
contaré con ustedes.
……………………………………………………………………………………………….
Transcurrieron casi dos
horas las cuales decidimos que zonas de Kirkenes repartirnos. Al margen de
ello, Sebastien ordenó que Scarlet y cualquiera de las hembras no saliera de la
mansión sin compañía de alguno de nosotros. Era la primera vez que no me pesaba
guardar las espaldas de la princesa de los Craig. Sabría que el viaje junto a
ella vendría acompañado de su voz estridente cantando alguna canción en inglés
de cualquier emisora de radio que cayera en sus manos. También que posiblemente
de camino desde la Jefatura hasta la mansión, Scarlet se detuviera hacer
compras. Y ahí tendría que armarme de paciencia además de tapones para los
oídos. Desentonaba y mucho… Pero estaba seguro que el trayecto no vendría
acompañado de esa amargura y desdén que se adueñaba cada vez que la veía.
Scarlet Craig había cambiado para mí. Mi omnipotencia por creer que lo que
pensaba de ella era una verdad absoluta fue diluyéndose hasta quedar en
vergüenza. Juré que nunca más juzgaría a ningún ser sobre la tierra siguiendo
mi equivocado razonamiento. Quizás a partir de ahora debería usar más el
instinto y el corazón.
Cuando nos pusimos de
pie y avanzamos hacia la escalera Charles nos siguió con la mirada.
-¿Dónde van? –preguntó
después de echar un ojo a Sebastien.
-A ducharme y descansar
un rato –dijo Ron.
-Yo lo mismo –contesté.
-Ah… ¡Me parece bien!
-Muchachos, ¿han
cazado? –preguntó Sebastien.
-Yo sí. Antes de ayer
–respondió Ron.
-¿Y tú Anthony?
-Eeehm…
-Anthony, te necesito
fuerte y descansado. Cuando regresemos de la ronda no pierdas tiempo y ve a
cazar.
-Muy bien, Sebastien.
Subí las escaleras y
caminé por el pasillo junto a mi amigo hasta que éste entró en su habitación.
Mi puerta era la próxima así que tuve que dar cinco o seis pasos para al fin
refugiarme en la soledad de mi cuarto.
Apenas entré encendí la
luz y desprendí la camisa. Fui al baño y abrí los grifos modulando el agua
tibia. Deslicé la puerta del ropero y quité una camiseta burdeos y un pantalón
de gimnasia del mismo color. Continué cogiendo de la cajonera un bóxers y un
par de calcetines claros. Al cerrar el primer cajón abrí el segundo con la
emoción de encontrarlo allí… donde lo había guardado… Y allí estaba… Entre las
correas de pantalón… el patito de hule de mi hija. Se lo había olvidado la
madre en su partida apresurada.
“Cuuiik” “cuuiik”, sonó
el juguete entre mis manos. Sonreí.
¡Ay Milenka como deseo
acunarte entre mis brazos y calmar algún llanto caprichoso! ¡Cómo deseaba que
Svetlana me contemplara y sonriera convencida que no habría mejor padre que yo!
Acerqué el patito a mi
nariz… Tenía el aroma a bebé. Cerré los ojos… Hasta su barbilla temblando
momentos previos de estallar en llanto se me presentó nítida. ¡La luna te
bajaría querida Milenka!
Abrí los ojos y respiré
hondo. Pronto llegaría a Moscú y las vería, madre e hija. Bellas las dos. Los
Gólubev sabrían de mis intenciones y quedaría claro para ellos. ¿Y para mí? ¿Quedaría
claro que Svetlana no había jugado conmigo y me amaba? Por favor… Adrien, si
estás escuchándome, estés donde estés, haz que pueda cumplirte aquella promesa.
Dejé sobre la cama las
prendas y mi vista descubrió sobre la mesa de luz un sobre blanco y una cajita
negra.
Me acerqué y sin perder
tiempo cogí la caja de terciopelo y la abrí…
Mi respiración se
cortó.
El anillo con la cabeza
de león engarzada. Dos rubíes como ojos de vampiro adornaban la cara de la
fiera. Lo quité de la traba de terciopelo y lo cogí entre los dedos. Era una
joya bellísima, igual que la que llevaba Sebastien y Charles.
Tragué saliva y un nudo
se formó en la garganta.
Deposité el anillo en
la cajita y abrí el sobre que contenía una carta…
Comencé a leer…
Anthony:
Este anillo que
seguramente ya habrás visto, te pertenece. Como habrás adivinado es el símbolo
de los Craig. La cabeza del león, rey de los animales, y sus ojos rojos señalan
nuestra raza. Quiero que sepas que no he tenido ninguna duda de encargarlo para
ti. La justicia era una característica de mi padre a la que no pienso apartarme.
Cada cosa en su lugar y ese símbolo debes llevarlo en tu dedo.
No es una imposición
para ti, es opcional. Pero estaría orgulloso que lo aceptaras.
Te preguntarás el
porqué. No es para demostrarte que eres un Craig porque la duda queda
descartada. La razón es sencilla. Porque hace mucho tiempo, cientos de años, un
guerrero con la fuerza de una decena de vampiros y el corazón puro y noble,
decidió seguir a mi padre hasta las últimas consecuencias. Ese guerrero
engendró un hijo con los mismos valores y valentía. Ese hijo, que no es otro
que tú, también decidió seguirme aquella noche de enero.
Nunca más nos
separamos, Anthony. Pudiste regresar a las cumbres porque sé fehacientemente
que no fue nada fácil para ti habituarte a los humanos. Por eso este anillo es
una de las tantas formas que se me ocurre decirte “gracias”.
Que lo aceptes, no
significa que olvides tus magníficas raíces. Jamás podría pedirte eso. Tu
apellido es muestra de fidelidad y de poder. Sin embargo ser un Craig es tu
derecho.
No dudo que si me haces
el honor de aceptarlo, llevarás toda la vida el nombre del linaje de tu padre
en el corazón, y el anillo de tus Craig, en el dedo anular.
Sebastien.
Cerré los ojos, húmedos
por la emoción. Sebastien… ¿Cómo no aceptar se un Craig? El honor era mío.
Doblé el papel y lo
metí en el sobre. Lo guardé en el cajón de la mesa de luz y cogí el anillo de
la cajita. La cabeza de león brilló entre mis dedos. Dejé escapar el aire de
mis pulmones. Por esa razón Sebastien había pospuesto el viaje además de la
llegada de Lenya. Deseaba acompañarme ante los Gólubev siendo yo un Craig más.
De todas formas deseaba
que Svetlana me amara sin pertenecer al prestigioso linaje, y eso sólo podría
darme cuenta cuando estuviera frente a ella.
Prendí los botones de
mi camisa nuevamente y salí al pasillo al mismo tiempo que Ron.
Ron.
Cuando descubrí la
carta y la caja de terciopelo me quedé tieso junto a la puerta. Había visto a
Charles y a Sebastien lucir en el anular una cabeza de león de oro macizo.
Discreto como siempre no quise preguntar sobre el nuevo distintivo que llevaban
ambos. Era una buena idea a pesar que nadie discutía quienes eran los Craig.
Los Gólubev llevaban un anillo del águila bicéfala, ¿por qué no los Craig la
cabeza de león? Seguramente Sebastien había encargado algo similar para Anthony
y para mí que distinguiera nuestro célebre cargo de nada menos ser los
guardaespaldas del aquelarre más poderoso. Sebastien siempre pensaba en
nosotros.
Sonreí y caminé hacia
la mesa de luz. Abrí la caja con la emoción a flor de piel… Entonces…Tuve la
sensación que el corazón se había detenido por segundos.
Los dos rubíes de los
ojos del león parecieron mirarme fijo. La boca se me secó. Un anillo idéntico
que el de Sebastien y Charles…
¿Por qué idéntico?
La respuesta, la
encontraría en la carta.
Ron:
Ese anillo que
contemplas es el símbolo de los Craig, la cabeza de león, rey de los animales,
junto a sus ojos rojos rubí, como nuestra raza. Aunque no debería explicarte en
absoluto algo tan básico como el símbolo que nos une. Tú hace mucho tiempo lo
reconoces, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo? Creo que desde pequeño, cuando comenzaste a
seguir a Anthony a todos lados. ¿Recuerdas? Tenías apenas once años cuando me
llevé a Anthony de las cumbres y te dejé en soledad. No es fácil olvidar el
rostro de un niño que ansía convertirse en un gran guerrero y que por el
momento no le queda otra que esperar. Los niños no saben de paciencia, ¿verdad
Ron?
Sonreí con lágrimas en
los ojos. Retomé la lectura…
El orgullo de tenerte
como guardaespaldas con tu prestigioso linaje paterno, no se compara con el
orgullo de tenerte como amigo. No todos tienen esa suerte, ni siquiera en el
mundo humano, ese que añorabas compartir junto conmigo.
Creo que mostrarte esa
vida maravillosa y llena de novedades lejos de aquella aldea de pastores y de
las cumbres no fue suficiente pago para todo lo que me has dado. La tarea de
guardaespaldas debe tener un costo alto, pero el brindarse por completo como
amigo no debe tener precio. Porque eso no puede exigirse Ron, la amistad nace
del fondo del corazón.
Siempre te has brindado
entero, así te manejas por la vida, en la amistad, en el amor. ¿Sabes por qué
no has encontrado tu pareja, Ron? Porque hallar una hembra que esté a tu altura
es complicado, que no quiere decir que no exista. Sé que la encontrarás.
Entonces… cuando te vea sonreír en plenitud y tus ojos tormentosos hallen otros
ojos en los que se refleje el amor verdadero, me sentiré feliz como si el
triunfo fuera propio.
Guardé en la memoria
esa noche de enero que me preguntaste, “¿puedo ir contigo como Anthony,
Sebastien?” Me incliné para mirarte a los ojos y te hice una promesa. “Cuando
llegue el momento vendrás con nosotros y serás un Craig.”
Aquí cierro la promesa
Ron, aunque siempre has sido un Craig para mí, cada vez que mires la cabeza de
león en tu anular sabrás que no he mentido.
Cuando coloques la joya
en tu dedo anular, te presente que no es un pago. Es solamente lo justo en el
justo lugar.
Sebastien.
Mierda… Hacía tanto
tiempo que no me emocionaba así.
Cogí el anillo y guardé
la carta en el cajón. Salí de la habitación preguntándome si Anthony había
recibido el mismo regalo. Daba por seguro que sí.
Cuando salí al pasillo
Anthony cerraba la puerta de su habitación con el anillo en una de sus manos.
Sonreí.
-No necesito el león
para sentirme uno de ellos, sé que soy un Craig de corazón –dije mirándolo a
los ojos.
-Yo también, ya no
tengo duda que me pertenecen –contestó mi amigo.
Levanté mi mano derecha
y extendí los cinco dedos.
Con la voz cargada de
emoción pregunté casi aseverando.
-¿Al mismo tiempo,
amigo?
Él sonrió y extendió
los dedos de su mano derecha.
-Sí amigo, al mismo
tiempo.
Ambos anillos se
deslizaron por los anulares y destellaron en las manos.
Sin hablar caminamos por
el pasillo hasta la barandilla. Al asomarnos Sebastien y Charles miraron hacia
planta alta.
-Gracias –dije aún
emocionado.
-No sé de qué –contestó
Sebastien acercándose al pie de la escalera.
-No he hecho más que
afianzar una verdad. ¿Piensas lo mismo? –preguntó.
Asentí con la cabeza.
-Soy un Craig.
Sonrió y miró a
Anthony.
-¿Y tú Anthony?
Mi amigo levantó la
mano derecha y exhibió con orgullo el anillo. Después con lágrimas en los ojos
contestó.
la familia se une y fortalece,,,saludos Lou,,,
ResponderEliminarLenya se puso celosito por eso hizo la lluvia jajaja, este par tienen muchas cosas que arreglar, y que lindo gesto el de Sebastian en darle los anillos a Ron y Anthony, ellos son una gran familia, gracias Lou te mando un fuerte abrazo!!
ResponderEliminarHola Lou... Lenya está muy celoso, pero debería entender que Liz también lo está de Natasha
ResponderEliminar¡Pobre Drank! Se quedó sin beso ;-)
Me han parecido encantadoras las cartas que ha escrito Sebastien a Anthony y a Ron
Y estoy deseando que pronto atrapen al asesino vampiro
Me encantó este capítulo también
Besos