jueves, 4 de febrero de 2016

¡Hola chicos! Aquí está el capi 50. Natasha y Lenya en su convivencia. Y... la revelación de quien provocará la sonrisa de Anne. Todo de ustedes. Besos y gracias totales.

Capítulo 50
Directo al corazón.

Natasha.

Mientras estuvimos en el laboratorio Lenya se mostró muy interesado en todo lo que había logrado. Ese brillo en sus ojos era claramente admiración hacia mí. “Tranquila Natasha”, me dije. Admiración y amor pueden ir de la mano pero no significa lo mismo. Sin embargo es un buen comienzo. Podría decirse que hoy me sentía ilusionada y con esperanza en conquistar finalmente el corazón del escurridizo Craig.
Vladimir y Yuri, íntimos colaboradores, no sospecharon en absoluto la naturaleza de uno de los herederos de Adrien. Quedaron encantados con su carisma y simpatía. Sí… Lenya Craig era adorable si se lo proponía.
En cuanto a conocer del tema dejaba que desear, para que mentir. Él tenía de científico lo que yo de zapatera. Pero supo hacernos sentir cómodos a pesar de ignorar las tres cuartas partes de nuestro vocabulario fingiendo un interés que sabía estaba lejos de sentir. Después, cuando Yuri, especialista en antropología solicitó hablar conmigo a solas, Lenya decidió con muy buen humor dar una vuelta por la ciudad para luego esperarme en casa. Creo que Yuri lo liberó y dio la excusa perfecta para no seguir rodeado de batas blancas, guantes de látex, y léxico sobre genética.
Después de dos horas aproximadamente llegué a mi apartamento en el tercer piso de un lujoso edificio a tres manzanas del laboratorio, sobre la calle De la Juventud. Los ambientes eran amplios y luminosos con vista al Jardín Botánico Immanuel Kant. Mi lugar preferido era el dormitorio. Recuerdo que mi alcoba la había acondicionado con todas las comodidades apenas compré el inmueble. La antigua dueña era una señora mayor así que omitiré detalles. Imaginen mi depresión al ver esos colores apagados y una cama de una plaza. Decidí cambiar urgente por una decoración acorde a mí. En el living comedor, el color sangre, mi color de la suerte, pasó a ser parte de los tonos del ambiente, eso sí, combinándolo con un color claro para descansar la vista. Es así como compré el gran sofá esquinero de cuero, marfil, y seis almohadones a tono. La alfombra burdeos, techos y paredes blancos con pocos adornos, sólo tenía un gran cuadro de la ciudad de París pintado por mi hermana Svetlana, y el escudo de los Gólubev, el águila bicéfala grabado en plata. Plantas, sólo un par artificiales. Ambas palmas me las había comprado mi madre cuando vino a conocer mi apartamento. Ella estaba feliz con mi independencia, al menos más que papá. Para los padres como Mijaíl, que las hijas mujeres partan del nido a vivir solas no es gracioso. Sí, aunque no seas una chica humana y seas una mortal vampiresa. Es una regla general que no varía por las razas. Svetlana y yo fuimos las que desarmamos su ordenada estantería.
En el baño de cerámicas pastel pasaba tiempo considerable en el gran hidromasaje. Era mi momento de relax. Rodeada de agua tibia y espuma perfumada conseguía apartarme de todas mis obligaciones y proyectos al dejar mi mente en blanco. Últimamente había un pensamiento que ocupaba mi cerebro que no había podido desligar, ni aún en la bañera relajante. Lenya Craig…
El menor de los dos machos herederos de Adrien. Líder de los vampiros. Pocas veces había visto a nuestro líder. Tenía vagos recuerdos de él pero eran suficientes para guardar en la retina esa prestancia y porte propio de los triunfadores. Ambos tenían algo de Adrien, sin embargo Lenya heredaba esa mirada penetrante que podía derretir a cualquier hembra. Quizás era porque yo lo veía así. Era lógico si estaba enamorada. Enamorada… La palabra me dolía de sólo pensarla. No ignoraba que encontrarme en ese estado me traería angustias, penuria, y dolor. Yo… Yo que nunca había llorado por nadie y por él lo había hecho varias veces.
Estar lejos de Lenya significaba extrañarlo hasta los huesos, desearlo entre mis brazos gimiendo de placer, pero también sentir la incertidumbre de no saber qué hacía y sentía al no estar cerca de mí. Eso era amor, según Svetlana, única confidente, a la que no pude mentir lo que sentía por él. Alegría y tristeza, nostalgia y dicha, placer y dolor. Pero había algo que nos diferenciaba del resto de las parejas, y era en los instantes que estábamos juntos. Sencillamente… Porque Lenya parecía estar ausente.
Subiendo por el ascensor aún tenía en mi cabeza la charla con Yuri. Al parecer el General Tretiakov, un militar perteneciente a la escala superior del gobierno ruso, se había contactado con nuestro equipo con datos fehacientes de posibles fósiles cerca de la desembocadura del río Kola. Esos terrenos tenían dueños particulares y el gobierno se encargaría de expropiar a buen precio en caso de que nosotros aceptáramos la tarea de búsqueda. Ya mi hermano Iván había mencionado la zona como rica en capas de minerales e inclusive por la transformación del estuario a través de los siglos parecía ser una región con subsuelos petrificados. La gran pregunta que me hacía era porque no habían buscado en esa zona anteriores antropólogos. Sinceramente no sabía si el hecho de que el interés por Kaliningrado se basaba únicamente en el punto estratégico de su salida al mar libre de hielo en invierno, o era un enclavado de Rusia que había sufrido las consecuencias de continuas guerras y deterioro. Un terreno difícil de excavar si no contabas con dinero suficiente y tiempo. Ambas cosas yo poseía.
Cuando llegué a la puerta de mi apartamento, abrí con la otra copia de llaves que me había quedado en posesión, y a partir de ese momento Lenya ocupó todos mis pensamientos. ¿Estaría en el living leyendo, tomando un café? ¿Habría regresado de su paseo antes que yo? ¿O estaría en la ducha dándose un baño tibio? De sólo pensarlo desnudo con el agua corriendo por su piel mis hormonas se alteraron… Todas…
Apenas entré eché un vistazo alrededor. No estaba en el living comedor, no escuchaba el ruido de la ducha en el baño. Mi corazón palpitó… ¿Y si había decidido dejarme y viajar a Drobak?
-Holaaa.
Su saludo desde la puerta entreabierta de la cocina volvió mi alma al cuerpo.
Se asomó con una sonrisa y sonreí.
-Hola, ¿preparando la cena?
Rio.
-Muy graciosa.
Desapareció de mi vista y escuché un ruido a tazas y platos.
-¿Quieres café? –habló fuerte desde el interior de la cocina.
Caminé unos pasos y dejé en el sofá mi bolso negro de charol. Quité mi chaqueta azabache y la tiré sobre el respaldo. Alisé mi falda de sarga negra y desprendí un botón más del escote de mi camisa beige.
-¡Ey! ¡Natasha quieres café!
-¡Ah sí, sí! –titubee.
En mi retina estaba el look de Lenya al asomarse desde el marco de la puerta. Una camiseta roja de algodón y lycra y los jeans gastados caídos a las caderas. Estaba descalzo y su cabello lucía húmedo. Se había bañado…
Me quedé de pie como estatua en el medio de la sala. Con esos zapatos de charol, tacón fino, de diez centímetros, que amaba por la femineidad y elegancia. Medias casi transparentes que convertían un par de piernas largas y firmes a las ya perfectas piernas que gozaba por naturaleza. Mis brazos a cada lado del cuerpo, inmóviles. Mis labios entreabiertos, pintados de rojo rush. Muda, sin moverme. Sin saber qué hacer ni que decir. Yo… la hembra fatal capaz de hacer arrodillar a cualquier macho.
Es que… ¿cómo actuar? Seguir como si nada. Como si se tratara de dos amigos que comparten apartamento estudiantil, ¿o reclamaba como su pareja ese recibimiento tan frío? ¿No debería haber sido un “hola cariño”, al menos? Natasha… ¡Qué bajo caes! Ten paciencia…
¿Y si lo invitaba a que nos ducháramos juntos? En varias noches que habíamos convivido bajo el mismo techo una sola habíamos tenido sexo. Pensándolo bien creo que yo lo había provocado… Y él no encontró salida elegante.
Mierda…
-Natasha…
Levanté la vista y lo miré.
-¿Te sientes bien?
-Sí… Voy a ducharme y tomamos esos cafés.
-¿Prefieres un trago fuerte? Encontré vodka del mejor.
-Ah sí… Me lo regaló Dimitri.
-Buen gusto el de tu hermano.
Desapareció hacia la cocina y tomé la decisión de moverme de una vez. Me dirigí a la habitación donde me desvestí y me metí a la ducha. Mientras me enjabonaba con ese jabón importado con aroma a rosas, ese que había comprado pensando que a él le gustaría, imaginaba que quizás tal vez quizás, Lenya entrara sorprendiéndome para hacer el amor bajo el agua. Sin embargo él nunca lo intentó.
Vestí con una bata de seda color terracota, cualquier cosa menos el blanco usual del laboratorio. Quedé descalza. Amaba ir por la casa alfombrada y sentir el contacto suave y esponjoso bajo mis pies. Me miré en el gran espejo del tocador y me peiné con el cepillo de cabello. Lucía bien a pesar del cansancio. Abrí la bata para que el nacimiento del escote me hiciera sentir más hembra, porque la verdad que mi autoestima estaba peligrando y eso no debía permitirlo.
Pinté de brillo mis labios. Observé mis uñas esculpidas pintadas de nácar y decidí poner un toque de crema para manos. Después miré hacia la puerta de la habitación… Nada… Nadie intentaría abrirla… Salvo que olvidara el orgullo y la dignidad y lo llamara… a él… al dueño de mi corazón…
Volví a mirarme al espejo admirando la cascada de cabello oscuro que caía hacia mi cintura estrecha. ¿Qué estaba mal, Natasha? Si lo de Liz había terminado… ¿Qué estaba mal? Él dijo que lo ayudara a olvidar.
Cogí mi perfume preferido, Joy de Jean Patou basado en rosas y jazmines, y coloqué tres gotas en cada lóbulo de la oreja… Mi corazón comenzó a palpitar… ¿Lo acorralaba en el living? No Natasha no… No es tu estilo.
Fue así como desistí de hacerme la seductora y respirando hondo para que las lágrimas no surgieran abandoné la habitación.
Al llegar al living, Lenya estaba sentado en el sofá con el control remoto en la mano. Sus ojos clavados en la pantalla no apartó la vista hasta que estuve un par de metros de él. Al menos no pensaba en Liz.
Sonrió.
-¿Te has puesto cómoda?
-Sí… -sonreí-. ¿Mi café?
-No te escuché si querías café o algo fuerte así que preferí esperarte.
Se puso de pie mientras yo me sentaba frente a él.
-Yo puedo prepararlo, Lenya. No soy manca.
-Lo sé, pero déjame mimarte un poco. Has trabajado mucho.
-Me gusta mi trabajo.
-Eso también lo sé. Eres… brillante.
Bajé la vista a la alfombra mientras escuchaba sus pasos alejarse hacia la cocina. De verdad sentí la angustia recorriendo cada célula de mi cuerpo. ¿Acaso no había aceptado las reglas de juego? ¿No sabía que Liz no sería fácil de arrancar de su corazón? Sí, no ignoraba nada de lo que me esperaba. Sin embargo… del dicho al hecho…
Desde la cocina gritó.
-¿Azúcar?
No respondí inmediatamente…
La imagen de la rubia humana en brazos del dueño de mi corazón surgió como si ambos estuvieran junto a mí, aquí en el living.
-¡Ey! ¿Azúcar?
Levanté la vista y lo miré.
-¡Sí, dos por favor!
Tragué algo parecido a la hiel. El estómago se me hizo un nudo…
Llevé mis manos a la cara y cerré los ojos. Diablos, que pudiera salir de esta agonía. Una agonía que no era similar a la del amigo de la rubia. No… Sin querer ser injusta con mi suerte, creo que la mía era peor. No hay nada que te deteriore más que el desamor de alguien que amas. ¡Por fin lo había aprendido! ¿Para qué? No sé. Son esas cosas que te ocurren en la vida las cuales los seres con experiencia te aseguran que te ayudan a madurar y crecer. Sinceramente no me importaba madurar si de esto se trataba. Me imaginé tantas veces en el pasado, frente al espejo, disfrazada con la ropa de mi madre. Ella reía mientras yo le decía, “quiero ser bella como tú”. Hasta hace un tiempo atrás era lo que más me importaba. Atraer, gustar, que me admiraran por lo bonita. Ahora… Ahora no era importante tener el perfecto cuerpo de una mujer fatal. ¿De qué servía? ¿Para ser feliz? Definitivamente no. Y después de todo… ¿La felicidad no es lo único que buscamos a lo largo de la vida?
-Natacha, ¿estás bien?
Lo miré. Estaba de pie con dos tazas de café. Una en cada mano.
-Sí, ¿por qué?
Tomé una de las tazas que desprendía un rico aroma y él tomó asiento a mi lado.
Su perfume invadió mis sentidos y la piel se me erizó por completo. Mis manos comenzaron a transpirar. Esa cercanía… El sonido de su pulso acompasado y tranquilo.
Él recorrió con sus ojos gris claro la superficie de mi cuello. Arqueó la ceja. Supe que había descubierto el cambio en mí.
Tomé un sorbo de café evitando mirarlo a la cara.
-¿Qué estás viendo en la tv? –pregunté con tono desinteresado.
Silencio…
Lo miré con una sonrisa.
-Ahora el distraído eres tú.
Negó con la cabeza clavándome el iris en el mío.
-¿Dime qué te ocurre?
-Nada. Adaptándome al cambio. Hace tiempo que no vivía aquí y ni estaba al tanto del laboratorio –sonreí-. Me he tomado demasiadas vacaciones.
-¿Es sólo eso lo que te ocurre?
-Sí…
-Okay.
-Oyee, ¿sabes jugar a las damas?
-¿A las damas? No. Juego al ajedrez.
-No tengo ajedrez. Puedo enseñarte a jugar a las damas.
-Me gustaría.
Tomé dos o tres tragos de café y me puse de pie. Caminé hacia la pequeña biblioteca de la pared izquierda y cogí una caja no muy grande.
-Aquí está.
Volví sobre mis pasos y me senté frente a él. Sobre la mesa baja de living apoyé la caja, la abrí, y quité tablero y piezas.
-Presta atención –fingí interés en enseñarle. Lo único que deseaba era hacerle el amor-. Eliges un color, fichas negras o blancas. ¿Cuáles te gustan?
Ante su silencio lo miré.
Sus ojos me miraron confundidos.
Desvié la vista al tablero cuadriculado y mis manos acomodaron las fichas en orden.
De pronto, posó su mano sobre la mía y la cerró suavemente. Me detuve y lo miré.
-No puedo aprender este juego tonto mientras tengo una belleza frente a mí. Se me ocurre que…
-¿Qué? –pregunté.
Su mano fue a mi mandíbula y acarició la piel con el pulgar.
-Se me ocurre que podemos ir a la cama. ¿O no quieres?
Abrí mi boca y mis palabras no salieron.
Mejor… Si escapaban de mi boca tal como sentía mi corazón hubiera gritando de felicidad.
Asentí imperceptiblemente.
Inclinó el rostro y buscó mis labios. Esos labios que estaban tan sedientos de sus besos.
Me besó… me besó con esa pasión y deseo tan bien fingido que juro, casi le creí. Quería creerle con toda mi alma. Que yo le gustara no era novedad, sin embargo toda hembra enamorada requería más, necesitaba más. Tranquila Natasha… Paciencia…
Me alzó entre sus brazos y mientras le comía la boca de labios gordos y apetitosos me llevó a la habitación. Sentí el colchón blando bajo mi espalda y sus manos desprendiendo mi bata. Me arquee tirando la cabeza para atrás y gemí. Estaba entregada a la arrolladora pasión que sabía dar Lenya Craig. ¿Hacía bien en cerrar los ojos y oídos sordos en lo poco que significaba para él tener sexo conmigo? No lo sabía… Y cuando tuve su cuerpo desnudo sobre mí, perdí el poco raciocinio que me quedaba.
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Al caer la noche en Kaliningrado decidí viajar a Drobak para vengar ese acto de maldad de parte del estafador. No me fue difícil ya que el idiota tenía etiquetado sus datos en el frasco que me había dado Liz. La ciudad no era demasiado grande y además era obvio que la dirección no podía estar muy lejos del hospital ni de la casa de la rubia.
¿Si el crápula se sorprendió? Claro que sí. Nunca imagino que iba a ser asesinado esa madrugada por una vampiresa de curvas perfectas. El inconveniente, no tuve mucho tiempo para disfrutar su tortura. Los vecinos de Drobak al parecer eran muy unidos y antes el par de gritos que alcanzó a dar, llamaron a la policía. Escondida entre los árboles que rodeaban el lago contemplé el llegar y partir de las patrullas y una ambulancia. Ahora sólo me quedaría regresar a Kaliningrado con la sed de sangre satisfecha. Eso hubiera hecho… Me hubiera materializado en segundos. Salvo por la figura de Liz que bajó de una furgoneta y golpeó en vano la casa de mi víctima. Observé que un señor mayor había quedado sentado en el interior de la furgoneta, esperando. Antes que ella regresara con él, un vecino lindero salió y habló con ella…
Aguardé inquieta tras un abeto…
Ella hizo además de despedirse formalmente, no sé, quizás un “buenas noches”. Lo cierto que los grillos y el ruido del agua rompiendo suavemente en la costa no permitían que escuchara con nitidez. Sin embargo supe que algo en ella le dijo que nada había de normal en el suceso. Era inteligente, no podía ponerlo en duda.
La vi mirar hacia alrededor como buscando a alguien. Antes de subir a la furgoneta, con pasos decididos se adentró en el bosque… Sí era muy inteligente.
Dejé que se internara un poco más, entonces… hice mi aparición.
-Si buscas a Lenya él no está aquí.
Rápidamente giró su cabeza para mirarme y me acerqué protegida por las sombras de la noche.
-¿Qué haces aquí? ¿Fuiste tú quien lo asesinó?
-¿Quién sino?
Cruzó los brazos a la altura del pecho y frunció el entrecejo.
-¿Por qué hiciste eso por mí?
-No querida, por ti no es. Es pura justicia que me inculcaron.
Bajó la vista.
-De todas formas, gracias.
-De nada.
Quedó inmóvil si mirarme a la cara. Yo aproveché a estudiarla de pies a cabeza. ¿Qué mierda tenía para enloquecer a Lenya Craig? No podía decir que era fea. Era una chica atractiva de cabello rubio y largo. Un poco delgada para cualquier canon de modelo armónico, sin embargo debía reconocer que sus pechos y culo eran dignos de llamar la atención a cualquier macho con buen gusto. Ella se mantuvo en silencio, sin saber que agregar, pero tampoco se fue.
-¿Quieres decirme algo más?
Dudó.
-Dime, o… Prefieres que adiviné.
Me miró a los ojos.
-No, tienes razón. Sé lo que piensas y estás en lo cierto. No puedo saber tus pensamientos humanos sin embargo… yo… me jugaría por la pregunta que deseas hacerme con todo tu corazón.
Sus ojos azules brillaron. No sé si de rabia o impotencia.
-Anda, dime. ¿Quieres saber cómo está él?
Avanzó tres  o cuatro pasos alejándose y la retuve del brazo.
Sí… Estaba muy delgada.
-¡Suéltame! ¿Ya no lo tienes contigo? ¿Qué quieres? ¿Burlarte de mí?
La solté para mirarla fijo a los ojos. Ella mantuvo la barbilla levantada y las manos a las caderas. Sí, además de inteligente, valiente.
-¿Crees que no sé qué fácil te ha resultado a una diosa como tú hacer olvidar a Lenya hasta mi nombre?
Arquee la ceja y sonreí.
-¿Sabes qué no? No está siendo nada fácil para mí. Te tiene grabada en el corazón. Eres muy afortunada.
Me miró por varios largos segundos pero su mirada no reflejó soberbia o triunfo.
-¿Tienes un ser muy querido que está muriendo?
-No –respondí.
-Entonces… Eres tú la afortunada.
Y otra vez… el hada de los bosques de Drobak le hacía un jaque mate a la reina malvada de la fría Moscú.
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 Apenas llegué de regreso me metí en la cocina tratando de no hacer ruido. No sabía si Lenya había regresado de cazar pero era probable que no tardaría. Cogí uno de los vasos finos y me dirigí al living. Me serví un vodka y me senté en silencio. No habrían transcurrido dos minutos cuando Lenya se asomó por la puerta que daba a la habitación.
-Ah, regresaste.
-Sí –bebí un trago-. Pensé que dormías o estarías todavía cazando.
-He llegado hace media hora.
Caminó hacia la puerta y se detuvo.
-Daré una vuelta por el centro. Tengo ganas de caminar.
-Me parece bien.
Bebí otro trago… Y no aguanté…
-¿Te vas porque no quieres que lea tus pensamientos?
-¿A qué te refieres? –frunció el entrecejo.
Sonreí.
-Vamos Lenya, sé que mueres por preguntarme si la he visto. Y sí, la he visto.
Se mantuvo inmóvil cerca de la puerta con sus jeans descoloridos y su camiseta negra. Los brazos a cada lado del cuerpo me advertían que parecía cansado para discutir. ¿Pero como podía desahogarme de tanta opresión en el pecho?
-No tengo problema en preguntarte como está. ¿O acaso no sabes que me interesa aún? ¿Sí, verdad? Lo sabes.
Su frase hiriente me indicó que Lenya Craig nada se parecía al diplomático de su hermano. En absoluto. Si debía enfrentarte y pelear sería con todas las armas. Aunque lastimara.
Deposité el vaso y recosté la espalda al sofá.
-Entonces te ahorraré la incógnita.
Rodó los ojos con las manos en las caderas.
-Está bien, se la ve entera y… sobre todo cuando menciona a ese chico…
-Drank –murmuró él.
-Ah sí Drank, ella… ¿cómo decirte? Se le iluminaron los ojos.
El destello de furia de su mirada plata, en segundos, pasó a reflejar angustia.
Me arrepentí. ¿Qué mierda estaba haciendo? No quería verlo así…
Giró y avanzó hacia la puerta pero antes de abrirla me abalance y lo intercepté.
Me miró a los ojos con una pena desgarradora.
-Perdón, perdóname por favor.
-No te preocupes –murmuró.
-No te vayas.
-Quiero dar una vuelta y despejarme.
-No te vayas sin saber la verdad.
Me miró confundido.
-La verdad es que te mentí. Está muy triste y delgada por lo de su amigo y… sólo cuando pensó en tu nombre… sus ojos… -mis lágrimas surgieron comenzando a resbalar por las mejillas. Creo que se compadeció.
Me acarició la mejilla.
-Tranquila. No te preocupes. Es difícil para nosotros dos. Saldremos de esto.
Se fue cerrando la puerta y me quedé de cara a esa madera lustrada color caramelo, detrás de mí… el silencio de la casa fue tragándome en un laberinto sin salida.

Ron.

Mi cumpleaños había comenzado genial. Muchos regalos incluida una moto como la de Anthony. Sebastien era siempre tan imparcial. Tendría que empezar a practicar y sacarme el registro porque a diferencia de mi amigo jamás había conducido una moto. Margaret me había hecho un pastel que aunque nadie lo probó salvo Douglas sirvió para apagar las velitas. Perdí la cuenta de cuantas había puesto Charles en mi pastel pero supuse que eran cien años, mi edad.
“Eres una criatura aún”, bromeó Sebastien, que lamentó la ausencia de su hermano en el festejo. Se notaba que lo extrañaba mucho. Ojalá Lenya regresara a la mansión a vivir con nosotros aunque dudaba si es que la diosa mayor de los Gólubev ya lo había atrapado.
Demás está decir que la gran alegría me la había dado mi amigo Anthony al interrumpir su luna de miel para venir a saludarme. Svetlana estuvo poco tiempo. Prefirió volver por su niña a Moscú que estaba a cargo de su madre. Ambos tórtolos se reunirían allí y pasarían unos días con la familia Gólubev para después viajar a París al apartamento de su amada. Al cabo de unos días, Anthony volvería a sus obligaciones y Svetlana pasaría a formar parte de los ocupantes de la mansión Craig. Yo estaba feliz, parecía que todo de a poco estaba en su lugar… Bueno… Mi corazón permanecía solitario como siempre y no porque quisiera. La princesa de los Craig había sido clara, no estaba enamorada de mí y nunca lo estaría. Así estaban las cosas.
Cuando soplé las velitas recordé el deseo que había pedido el día anterior en las cumbres cuando fui a cazar. Hablé con Adrien como sí él estuviera escuchándome. No, no estaba loco. Algunos aseguraban que el más allá tenía alguna conexión con el mundo terrenal y si había una remota posibilidad que fuera así, estaba seguro que Adrien no me abandonaría.
Es que era tanta la pena por vagar por el mundo sin amor. El ser rechazado, el no contar con una compañera que escuchara mis anécdotas cotidianas y yo escuchar las suyas. Que al caer el día nos fundiéramos en una cama entrelazados a puro amor. Eso… amor… Esa palabra inalcanzable para mí, aun después de pisar tantos años en esta tierra. Por eso rogué a Adrien si en alguna parte podía escucharme, que me enviara el amor, una hembra de valía, un ángel.
“Por favor Adrien, no dejes que muera solo. Que parta de este mundo sin haber conocido el verdadero amor. Ese que te corresponde de la misma forma porque está hecho para ti”.
A través del paso de las horas y la algarabía propia de nuestras reuniones con charlas e infaltables bromas Anthony decidió que saliéramos a dar una vuelta por el centro de Kirkenes, y de paso tomábamos un trago en el lujoso hotel Thon por incentiva de Sebastien. Él debía partir a la Isla del Oso y esta vez Bianca y Douglas irían con él. Rodion, Charles, y Numa se quedarían encargados de preparar la nueva habitación de Sara. La mansión estaba quedado chica y a pedido del líder de los vampiros decidió que era hora de construir para ampliar la construcción. Era esa solución o mudarse. Esa cuestión se votó, demás está decir que nadie quería separarse de este pedacito que encerraba dichas y tristezas, pero al fin al cabo era gran parte de nuestra historia. Lo primero que debía hacerse antes que Sara diera a luz, era levantar las paredes para hacerle un lugar a Anouk, hija menor de los Gólubev, ya que por decisión de Mijaíl trabajaría para Sebastien y se instalaría por un tiempo largo con nosotros. Por ahora Scarlet compartía su habitación.
Sonreí.
Sí, ya parecíamos un batallón.
Margaret por el momento se mudaría a la habitación de Charles y me parecía razonable. Para nadie era un secreto que ambos formaban una bella y apacible pareja. Parecía mentira que la vida les había dado la oportunidad a los dos de enamorarse y amar después de que ambos cargaran con historias penosas. De Charles todos conocíamos su terrible pérdida de su familia humana. De Margaret poco y nada se sabía. Sin embargo Rose en una oportunidad había contado su triste historia. Su amor desde la juventud había muerto por los lobos y ella había jurado no amar nunca más.
¿Y yo? ¿Tendría oportunidad de conocer el amor y ser correspondido?
Nadie lo sabía. Lo cierto que me consideraba un romántico empedernido. Me hubiera gustado que mi hembra se sonrojara con los piropos que le regalara. Poder cortejarla como hacían los humanos décadas atrás. Que sonriera con un simple ramo de flores, que su “te amo” saliera sincero de lo profundo de su corazón. Sí, creo que por eso estaba solo… Era difícil cruzarse con alguien así en pleno siglo XXI.
El sol eterno de julio había descendido hasta el horizonte pintando en añiles y naranjas una franja horizontal ininterrumpida. Por una de las ventanas del restaurante del hotel hice a un lado las cortinas color verde musgo y observé una cantidad importante de turistas que formaban grupos para entrar al Thon en orden. El olor a coco del bloqueador solar inundó mi sentido del olfato y carraspee mirando a mi amigo, sentado frente a mí. Él rio y arqueó la ceja.
-Lo sé, lo sé, Svetlana tiene miedo que el sol me haga daño. ¿Me puse demasiado?
Reí.
-Yo creo que sí.
-Diablos –volvió a reír.
Tomé la copa de coñac y bebí un sorbo.
-Es bueno que te cuide, Anthony. Señal que te ama.
-Lo sé, no dudo que me ama, pero debo admitir que un poco exagera en sus cuidados.
-Mejor así.
-No te imaginas cómo he extrañado a Milenka.
Reí.
-¡Calla Anthony! No finjas con tu amigo. ¿Crees que no sé qué has dado rienda suelta al sexo a toda hora?
Sonrió y movió la cabeza negando.
-Bueno… No quiero decir que me aburrí y por eso extrañaba a mi hija. Pero es cierto que me hubiera gustado tenerla entre mis brazos todos estos días.
-Ya la tendrás.
-Sí… Soy tan feliz. ¿Sabes? Nunca imaginé que la vida me tenía preparada tanta dicha.
-Te la has ganado.
-Tú también mereces la felicidad Ron, sólo ten paciencia.
Bebí otro sorbo mientras recordaba la súplica a Adrien con tanto fervor.
-¿Tú crees que los muertos nos escuchan, Anthony?
-Yo creo que sí. Que no nos abandonan. Ni tus padres, ni los míos, ni Adrien, todos deben hallarse en otra dimensión pero no se van del todo.
-Ojalá sea así.
-No lo dudes amigo.

Griigori.

Hoy era un día especial para mí. No sólo porque había cobrado mi sueldo con un aumento considerable, sino porque había convencido a Anne de que festejáramos mi ascenso cenando afuera. ¿Qué cómo lo logré? En realidad todo había sido obra de Scarlet. Mi mágica y amada Scarlet.
Hacía tiempo ya que ella visitaba a Anne y el cambio en mi hermana era increíble. Tenía mucha ilusión que poco a poco Anne saliera de ese cascarón que la protegía como un insalvable escudo ante el mundo exterior. Su relación con los hombres, no… eso no lo veía probable al menos en un futuro cercano, pero Scarlet había logrado sacarla del viejo y húmedo apartamento y hasta habían dado una vuelta a la manzana las dos del brazo.
Cuando la bella dueña de mi corazón me lo contó, creí que me moría. Pensé que cualquier cosa hubiera ocurrido al salir a la calle. No sé… Mi hermana podía haber salido corriendo aterrada por algo que hubiera visto y se hubiera sentido amenazada. Después lo pensé mejor. Yo era el menos indicado para ponerle barreras si Anne quería avanzar. Mis miedos debían quedar ocultos en lo profundo de mí ser y no debía dificultar los avances. Aunque sí… Tenía miles de temores. A pesar de todo confiaba en Scarlet. ¿Qué magia tenía la hermosa hermana de Sebastien y Lenya Craig? ¿Era la misma magia que me tenía locamente enamorado?
Fue así como Anne comenzó a sonreír más, salvo esos días en los que Scarlet le era imposible pasar por casa. Comenzó a dejar de meterse absorbida en ese cuadrado de la tv y pintar dibujos realmente asombrosos. Tenía don de artista. También sumó tareas de la casa que antes no la entusiasmaban y cocinar comidas más complejas. Ese detalle lo agradecía de todo corazón ya que a Scarlet no le iba muy bien con las recetas. Con ella pasaban horas experimentando en la cocina y gracias a Dios había logrado convencer a la princesa de los Craig que los omelette no llevaban azúcar de ninguna forma.
Sin embargo a pesar de los contratiempos y de que varias veces quité horas de descanso por limpiar el holocausto de la cocina, nunca dejaría de agradecer a Scarlet el haber logrado escuchar la risa de Anne. Yo… que descreía que alguna vez volvería a escuchar ese sonido parecido al cascabel tan contagioso. Sí, ella lo había logrado. 
Sonreí mientras Anne salía de su habitación con un vestido floreado y vaporoso. Se había peinado con el cabello recogido y usaba unos zapatos bajos color blanco a juego con un bolsito pequeño.
-¡Ey, qué bonita estás!
Sonrió y se quedó de pie junto a la puerta dudando. Ante cualquier contratiempo de último momento volví a insistir.
-Anne, no te preocupes, no me separaré de ti. Iremos en la moto, te sujetarás fuerte, y llegaremos al restaurante en poco tiempo. Ya reservé una mesa apartada para que estemos tranquilos. Ten confianza que pasarás muy bien conmigo.
Asintió tímidamente.
Sí… El expresarse con palabras era algo que aún no había podido lograr mi diosa. Pero tenía fe que lo lograría tarde o temprano, sobre todo porque no había daño cerebral físico, sino que todo pasaba por su psiquis.
Por las calles de Kirkenes mi moto aumentó la velocidad. Sólo un poco para que Anne no se asustara. Sus brazos me enlazaron fuerte a la altura del pecho y seguramente iría con los ojos cerrados. Estaba de seguro. El casco la protegía no sólo de posibles golpes sino del contacto directo con el alrededor. Recuerdo que le gustaba  pasear en moto hace tiempo atrás cuando aún era una niña. Yo me había comprado mi primera moto y solíamos recorrer las calles de ese barrio marginal de Rusia. Nada iba a pasarle cerca de mí porque a mí en el barrio y alrededores se me respetaba. Lo que nunca iba a imaginar que el peligro para ella estaba dentro de casa. Vivíamos con el enemigo.
Estacioné la moto en el lugar indicado, a un costado del bello edificio del hotel Thon. Había elegido ese restaurante, planta baja del hotel, porque Scarlet tenía acciones junto a sus hermanos y no había cesado de hablarme muy bien del lugar. Estaba orgullosa del negocio que había emprendido Sebastien. Lo que nunca imaginé que al llegar a las puertas del lujoso hotel ese mozo que se dedicaba a dar la bienvenida y ubicar a los clientes no iba a permitir que entrara.
La razón no era el mal vestir ya que tanto Anne como yo lucíamos elegantes. No… La razón fue nada más y nada menos que la discriminación.
Cuando el rubio alto y delgado miró con detalle minucioso a mi hermana informó con voz imperativa, “lo siento señor, no podrá ingresar al restaurante. Si es tan amable, retírese”.
Pregunté el motivo aunque era innecesario. Era evidente que tenía temor que una persona como Anne con algo parecido al autismo reflejara incomodidad en otros clientes. Él me contestó fingiendo amabilidad, Anne no podía entrar a cenar ya que corría el riesgo de no poder comportarse acorde al resto de los comensales.
Indignación fue lo que sentí. Indignación e impotencia. Nada podía hacer porque no estaba solo y no deseaba hacerle pasar un horroroso momento a mi hermana, además del que estaba sufriendo. Ella entendió que era su mal llamada culpa el hecho que no pudiéramos festejar allí.
Iba a retirarme. Cenaríamos en algún restaurante de rango menor. Era lo que menos me importaba. Sin embargo me dolía que la discriminaran. Sabía cómo se comportaba mi hermana y pensé no sólo en ella sino en las miles de personas que por una imposibilidad u otra les cerrarían las puertas en muchos de estos lugares similares.
A punto de tomar de la mano a Anne y volver sobre mis pasos e ir por mi moto una voz que creí conocer me detuvo.
-¡Petrov! ¿Qué haces aquí?
Era uno de los guardaespaldas de Sebastien. Anthony o Ron, no recordaba cuál de ellos.
Anne enroscó su brazo en el mío como si fuera una boa y recostó la cabeza escondiéndose tras de mi hombro. Él se acercó y volvió a preguntarme que hacía allí.
-Vine para cenar con mi hermana.
Él echó un vistazo a Anne y me miró con los brazos en jarro.
-¿Y qué haces en la puerta? ¿No te han hecho pasar?
Arquee la ceja.
-No… El caballero –lo señalé con un movimiento de cabeza-, dijo que no podía entrar con Anne.
En ese instante el otro guardaespaldas salió del interior del restaurante.
-¿Qué ocurre Ron? –preguntó.
Así que era Ron…
-No sé, no entendí muy bien pero… -su rostro fue cambiando de apacible a entrecejo fruncido y exclamó indignado-. ¡A ver! No sé si quiero entender en realidad. ¿Estás diciéndome que no te dejaron entrar por tu hermana?
-Sí, pero no importa. Puedo ir a otro sitio.
-Tú no te mueves de aquí –murmuró mirándome a los ojos.
Aunque su voz sonó baja y apacible supe que estaba furioso.
-No quiero traer problemas, de verdad.
No contestó. Me tomó del hombro e instó a que lo acompañara. Con Anne prendida como garrapata lo seguí hasta que estuvimos junto al mozo rubio.
El mozo se adelantó a hablar y sin mirarme siquiera se dirigió a él.
-Señor no puede abandonar la mesa. No está permitido entrar y salir salvo que tenga un asunto urgente, por supuesto.
-¡Ay mire usted! Ocurre que sí tengo algo urgente.
-Dígame, ¿hay algo en que pueda ayudarlo?
-Fíjese que sí. Aquí mi amigo, desea cenar en este restaurante donde seguramente habrá hecho su reserva.
-Temo decirle que eso no podrá ser.
El mozo al fin me miró. Después observó a mi hermana con un tinte de altanería y desprecio. Creo que ese detalle a Ron, lo enfureció más. Se acercó hasta que su rostro quedó muy cerca del rostro del cretino.
-¿Tiene idea de quién soy?
-No señor.
-Pertenezco a los Craig. ¿Le suena el apellido?
-Ron… -murmuró el otro guardaespaldas tratando de calmar las aguas.
-Déjame Anthony. Si el caballero quería evitar algún contratiempo ha logrado el efecto contrario.
-Sólo quiero que te calmes. Llamaremos a Sebastien.
-Pues fíjate que no es necesario porque conozco como piensa Sebastien.
-Escuche señor… –intentó hablar el mozo.
-El que tendrá que escuchar es usted y calladito la boca.
-¡No me falte el respeto!
-Ron… -murmuró Anthony.
-Si mi amigo y su hermana no cenan aquí como habían pensado no sólo le faltaré el respeto sino que le bajaré los dientes. ¿Sabe por qué? Porque personas como usted no deberían estar al frente de un puesto así. Es más, no deberían existir.
-¡Ron!
-¿Qué ocurre aquí?
Un hombre de mediana edad, con traje azul impecable, se acercó al notar la discusión acalorada.
-Señor gerente –dijo altanero el mozo-, este caballero intenta hacer un escándalo defendiendo lo indefendible.
Ron abrió los ojos de par en par y… sí, temí por la vida de ese escuálido mozo.
-¿Indefendible? ¡Voy a romperte la cara!
Era la primera vez que soltaba a Anne y me interponía entre los dos. De verdad que si pasaba a mayores terminaríamos en la comisaría y yo no podía tener ese tipo de faltas. Al ubicarme frente a Ron y tomarlo de los hombros para impedir que se abalanzara… me di cuenta que los Craig no habían contratado cualquier guardaespaldas… su fuerza… era descomunal. De hecho por más que puse empeño me arrastro con él varios pasos.
Anthony que parecía el más sensato explicó al gerente los sucesos. Evidentemente discriminar no era una regla impuesta por el dueño del imperio Craig, ya que el gerente indignado ordenó al mozo retirarse y se deshizo en disculpas.
Después de unos minutos donde las cosas parecieron volver a la calma, los dos guardaespaldas volvieron a entrar al restaurante. El mismo gerente se dedicó a guiarnos a través del salón comedor y sólo se detuvo junto a una mesa apartada cuya ventana de cortinas corridas podía verse una hermosa vista de la calle iluminada.
-Por favor, aquí tienen la carta, en diez minutos volveré en persona para tomar el pedido. Si necesitan algo hágalo saber, por favor.
-Gracias señor.
Nos sentamos uno frente al otro y por sobre la mesa tomé la mano de Anne.
-Un a anécdota para contarle a Scarlet –sonreí.
Anne me miró a los ojos y su barbilla tembló.
-No cariño, no llores. No estés triste. En el mundo hay gente así. Pero siempre estaré yo para protegerte.
Asintió y secó una lágrima que corría en la mejilla.
El gerente regresó al cabo de unos minutos trayendo un par de bandejitas de mimbre con palitos de cereal, y tres recipientes pequeños de porcelana blanca que contenían una especie de cremas con aroma delicioso.
-Aquí tienen mientras esperan la cena. Es queso gruyere mezclado con mantequilla, el otro platillo es un paté de cerdo, y por último es un queso crema con especies. Traeré la bebida en cuanto me digan que desean beber.
-Muchas gracias… Bueno yo quisiera un buen vino, el que usted me recomiende y para mi acompañante una gaseosa cola.
-Muy bien señor –anotó en una libreta pequeña-. ¿Para cenar? ¿Lo tienen decidido?
-Pues… Aún no.
Sonrió.
-Tómese el tiempo que desee. Permiso.
-Gracias.
Anne desdobló la servilleta y la colocó en su falda.
-Buena chica –sonreí.
De pronto la escena vivida hace minutos volvió a mi mente.
-¿Has visto Anne? El guardaespaldas de los Craig casi le rompe la cara a ese mozo desgraciado. ¿Te imaginas cobarde gritando y pataleando en el aire?
Anne sonrió y bajó la vista. Alisó con las yemas de los dedos una servilleta que estaba sobre la mesa doblada en forma de triángulo.
Sorpresivamente su sonrisa se ensanchó, quizás de recordar la cara de susto que tenía el desgraciado. Y rio…
Reí.
-Sí, a mí me da risa ahora que lo recuerdo. Pero coge un palillo de cereal, lucen crocantes y deliciosos. Relájate, nada malo te ocurrirá.


Ron.

-Ron te quieres calmar. Ya pasó todo.
Anthony desprendió su chaqueta y tomó asiento.
-¡Un imbécil, eso es lo que es!
-Estamos de acuerdo, pero la chica ha podido entrar con su hermano. Ambos cenarán aquí como habían deseado así que todos contentos y felices. Colorín colorado este cuento ha terminado.
Lo miré.
-No, no ha terminado hasta que no sepa que lo han puesto de patitas en la calle. ¿No has visto el rostro de esa joven cuando escuchaba todas las sandeces de ese idiota?
-Mmm… No la verdad es que estaba concentrado en ti y tu furia.
-Me dio impotencia Anthony. ¿Entiendes?
-¡Claro que te entiendo! Sebastien hubiera estado furioso.
-Sus ojos… -continué.
-¿Los de la chica?
-Sí, los de la chica. Ella reflejaba mucha angustia. Entendió perfectamente que estaban discriminándola.
-Tranquilo, por lo que veo desde aquí está riendo.
-¿La ves desde aquí?
-Sí, está a como a quince metros pero se ve perfecto. En un rincón apartado. Debe ser una reserva especial.
No sabría cómo explicar lo que sentí cuando Anthony dijo que desde allí podía verla. Tuve una extraña sensación de desear girar la cabeza y contemplarla… aunque fuera por unos instantes. Saber si Anthony no estaba equivocado y ella se encontraba bien.
-¿Se puede fumar aquí mientras traen un café?
-No Anthony –rodee los ojos.
-¡Qué pena! Necesito un cigarrillo. Me has contagiado, estoy un poco tenso.
Reí.
-Calla mentiroso. Estás ansioso por llamar a Svetlana. Anda aunque sea mi cumpleaños no me pondré celosos si interrumpes nuestra velada.
-¡Gracioso!
Buscó el móvil en su bolsillo y se apresuró a  marcar con una sonrisa.
Yo… Volví a tener esa sensación que dentro de mí empujaba por ver otra vez esa chica rubia de ojos celeste claro. Ese rostro angelical sacado de la Capilla Cistina.
Cogí el coñac y observé el color ámbar del líquido danzando en mi vaso. Bebí un sorbo mientras escuchaba a mi amigo pronunciar el nombre de su amada al tiempo que se le iluminaba la cara.
Deposité el vaso en la mesa y jugué con los pulgares y mis dedos entrelazados. Con la vista fija en el mantel blanco nuevamente el rostro de la hermana de Pretov se cruzó en mi imaginación.
Era muy bonita…
Gira la cabeza Ron. Con disimulo… No pierdes nada en verla otra vez… De paso te aseguras si la está pasando bien…
Mordí mi labio inferior y pensé…
No, no quedaba bien. ¿Si Petrov estaba mirando?
Anthony puso la palma de su mano en el móvil.
-Un momento Svetlana.
Se acercó con medio cuerpo hacia mí como si fuera a ponerse de pie, pero no lo hizo.
-Escucha amigo, porque no te giras y la miras porque tienes una ganas de hacerlo que se te nota de aquí a la China.
Moví la cabeza negando mientras sonreía.
-Eres un zorro.
-No, soy casi tu hermano.
Dicho esto guiñó un ojo y continuó hablando por el móvil.
Mis diez dedos tamborilearon sobre la mesa… Y al fin dejé de resistirme.
Giré mi cabeza hacia la derecha pero sólo vi tres mesas ocupadas por parejas de avanzada edad.
Anthony volvió a interrumpir la charla con su amada.
-A la izquierda, viejo.
Reí.
Así lo hice… Giré a la izquierda para contemplarla en una mesa alejada junto a su hermano. Él hablaba con el mozo amigablemente mientras éste descorchaba una botella de vino. Ella… Ella comía delicadamente algo así como un palillo de pan. Se limpió la boca con la servilleta que tenía en su falda y bebió un trago del vaso.
Era tan delicada en sus ademanes, tan suave en sus movimientos. Parecía tan frágil. Me hubiera quedado horas contemplándola.
De pronto su mirada clavada en el rostro de su hermano se apartó… giró lentamente la cabeza de rizos rubios y… y me miró.
Rápidamente cambió la perspectiva y volvió a mirar a su hermano. Sin embargo, desde ese día, aprendí que hay miradas que saben acariciar el corazón.

16 comentarios:

  1. Ay que lindo Lourdes, Natacha perfecta, la descripción de lo que siente y de como lo siente en cada instante increíble, me has hecho verla. La escena del restaurante me ha encantado. Mmmm ahora si, se ha enamorado Ron y segurito que será correspondido por tan delicada criatura. jijiji eres maravillosa. Por favor publica pronto otro capi, estoy deseando seguir leyendo.

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    1. ¡Hola Anabel! Gracias por tu entusiasmo de siempre. Da gusto escribir así.
      Ron aún no sabe lo que siente, comenzará a incursionar en eso tan maravilloso que es el amor. En cuanto a Natasha, yo creo que ella será lo suficientemente valiente para darle un corte a esta relación que nunca prosperará.
      Un beso enorme reina, y gracias!!

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  2. Hola cariño, gracias por este capítulo, lo he disfrutado mucho, si bien resalto la relación de Lenya y Natasha, los sentimientos de ella, su frustración, esa tirantez entre ambos que hace notar que no hay amor... en fin, me ha gustado mucho, gracias.

    Un besote.

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    1. ¡Hola Claudia! Gracias a ti que con el poco tiempo que tienes me dejas comentario. Que bueno que te haya sumergido en la situación de Natasha, eso me satisface pues era el objetivo. Un beso enorme y gracias cielo.

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  3. Uy Me dio pena Nathasha por que Lenya no la quiere y aunque me da penita espero que Lenya vuelva con Liz Te manod un beso y te me cuidas

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    1. ¡Hola Citu! Todos esperamos que Lenya y Liz vuelvan a estar juntos, hasta la autora, jejeje. En cuanto a Natasha quizás encuentre otro amor, uno nunca sabe. Un beso enorme niña y gracias por leerme.

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  4. Me gusto estar en la mente de Nathasha asi la conocemos mas, me da lastima que ella quiere a Lenya pero no es correspondida, yo prefiero que él este Liz, esta pareja la adoro jiji, Ron quedo flechado y me parece que si es correspondido, excelente capitulo, saludos Lou!!!

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    1. ¡Hola Laura! Tú tranquila que aquí todos tendrás su porción de pastel jejeje.
      En cuanto a Liz no veo la hora que vea a Lenya, pero estos dos se hacen desear. Un beso enorme y muchas gracias como siempre.

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  5. Hola, Lou... Sí, Nathasha lo está pasando mal... y me ha parecido muy noble por su parte que, aunque por un momento, quería darle celos a Lenya con Drank... finalmente ha sido sincera
    También me ha parecido una muy buena actitud que le diga a Liz que Lenya la ama a ella
    Y, por supuesto, que me ha encantado la parte que trata de Ron y Anne... creo que Ron ya encontró a su otra mitad... y creo que me va a encantar esta pareja
    Muy buen capítulo en todos los sentidos
    Besos

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    1. ¡Hola Mela! Yo estoy feliz por Ron y sé que los lectores también. Será un trabajo muy lento si este caballero de armadura pretende a Anne debido a su trauma, ¿pero que no puede conseguir Ron? Verdad ¿Verdad?
      Un besazo grande y gracias tesoro por el comentario.

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  6. Lulu, que barba cada día me encana más tus novelas, pero no sean mala, ya deja de hacer sufrir a lenya y liz y a natasha, y que bueno que el corazón de ron ya esta viendo a otros horizontes.

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    1. ¡Hola Claudia! Ante todo gracias por comentar. Te paciencia tesoro, todo llega. Te aseguro que no falta mucho para ver a tus chicos juntos. Un besazo enorme y gracias!!

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  7. Ahora se por que Lenya se tuvo que ir con Natasha, para poder cerrar el circulo de LIz y su madre, espero con ansia el próximo capitulo

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    1. ¡Hola cielo! No podía dejar como autora hilos sueltos por ahí. Tarde o temprano todo debe cerrar. Me alegro que te guste la historia. Muchas gracias por comentar. Besos

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  8. Wow! Que alegría por Ron.He retomado esta hermosa lectura. Como siempre Lou mis felicitaciones

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